Carlos López Degregori

Lejos de todas partes


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llegué pensaba en unas vacaciones: ron, el mar y un libro de poemas, en ese orden estricto. Me agradó el hotel a pesar del baño pestilente, sus alfombras raídas, los cuartos abiertos a un gran patio que mezclaba el mar con el tumulto de la brisa.

      Dicen que el mar transforma a las personas: las hace sabias o las oscurece para siempre. Puede ser.

      No conseguía dormir. El insomnio se parece a los zapatos, debes caminar y caminar como si alguien fuera a alcanzarte. Salí. Me llamaban el calor y el triunfo de las aguas. Entonces creo que te vi.

      No hizo falta hablar. Partimos hasta que nuestros pasos se estrellaron con la dársena. El mar estaba limpio, casi blanco. Toqué tu rostro y mis manos comenzaron a sangrar.

      Lo primero es la pasión, repetí. Porque llega un día en que el mar exige un sacrificio. Tienes que afrontarlo. Tenderte en un hotel y esperar que la marea llegue hasta la cama. Cerrar definitivamente la mano en el cuello amoroso. Extraer la piedra que brilla en la cabeza.

      Me acababa de casar y dormitaba con mi gordísima mujer batallando contra el calor y los insectos, cuando una fuerza incontenible me empujó a la ventana.

      Una novia con un vestido blanco y raído, usado probablemente por su madre, usado probablemente por su abuela, resplandecía como una afrenta entre el polvo y piedras de la plaza. La acompañaba una turba silenciosa.

      No había novio.

      No había flores ni música.

      No había iglesia.

      Un hombre, el padre seguramente, acercó un remedo de cuerpo. Eran apenas unos palos vestidos con jirones de ropa.

      La ceremonia fue breve. Se marcharon los invitados y quedó la novia sentada en el polvo de la plaza. Entonces tuve la certeza de que nadie la movería. Podría diluviar, congregarse todos los perros del mundo, disiparse las galaxias.

      Me di vuelta y contemplé a mi mujer. Resoplaba de calor, era la hora más terrible de la siesta. En la plaza revoloteaba un gallinazo.

      Mis pasos

      resonando

      por el camino de la fuente

      cada vez más cerca

      del mediodía

      y de las cosas

      pero más lejos de mí.

      Y caminan regando cuerpos como frutos.

      Insensato.

      Decidí plantar un bosque hasta morirme

      para amar.

      Y no es justa esta fuente

      ni real

      pero discurre

      como un acertijo

      en el poema.

      Ningún hombre

      enterrador

      ni sabiduría sutil

      ni ceremonia

      o pasos contados al revés

      siguiendo un orden secreto

      ningún mapa

      cómico errante

      o hechicero

      podrán descifrar su exacta permanencia.

      Esta fuente nos enseña la cautela

      deja todo al azar

      debe uno no creer

      y convertirse en el único remero.

      Y es el testimonio

      de estos años

      la fuente

      de la eterna vejez

      o juventud

      la historia que un romero me contó

      y quise esconder en esta casa.

      Pero el poeta no debe ser confesional.

      De las cisternas

      imperios en guerra

      con el barro

      del hombre que fatiga cañerías

      y se sienta una tarde

      a beber

      de todo lo cotidiano que omití

      de las palabras

      más reales

      que los túneles

      mis pasos resonando

      por el camino de la fuente

      cada vez más lejos

      del mediodía

      y de las cosas

      pero más cerca de mí.

      Errores

      anteojos que solo leen polvo

      tinas repletas de formol

      retretes

      asnos

      y la hora marcando el camino

      al mediodía.

      Vivo hace años aquí

      guardo el agua

      y los cuerpos

      desenterrador

      cirujano

      fontanero

      me jugué el todo

      por el todo:

      el camino que conducía a la fuente.

      Desvarío

      Grabo mensajes

      inconclusos

      en los árboles

      ¿en qué falló tu poesía?

      un exceso de confianza

      y crueldad

      omisiones

      omisiones

      omisiones

      el poeta no es confesional

      Y no era agua

      sino respiración

      y era agua

      lo que enterraba

      y enterraba.

      Riesgo de regresar a un jardín

      donde no acuden ya los parientes

      ni los perros

      Hace años que solo el viento recomienza

      diseminando insectos

      árboles

      palabras

      como todos mis días enterrados

      como el suicidio que recomienda una torre

      o la resurrección

      Riesgo de extraviarme en el jardín

      pasada la medianoche

      Quedarme

      Convertir esta fiesta en unos dedos

      Y no es mañana ni hoy

      pero me gustaría

      carlos

      que de una última manera me leyeras

      Eres el bendito

      el