Carlos López Degregori

Lejos de todas partes


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e inútil en lo que guardabas para ti

      O la sapiencia

      La cabeza que vigilaba de tu mano.

      Cabeza de mirada digital,

      de quién sabe qué piedra qué historia.

      Tenía un árbol en la frente

      y era tu secreto.

      Un círculo donde siempre te perdías

      para regresar húmeda, descalza.

      Toda la noche relumbró,

      saltó furiosa en cada uno de tus dedos.

      Y en el amor te gritaba

      mi señora del follaje,

      señora de los yerros

      evadida del anillo,

      señora mojada buscando insomne sus zapatos.

      No hay amor que no invente transgresión.

      No hay tu cuerpo

      si hay anillo,

      si después buscamos los zapatos.

      No hay destino que no principie con un robo.

      Primero quise venderlo o empeñarlo.

      Lo arrojé a un pozo y regresó.

      Lo enterré en el jardín

      y al día siguiente había un árbol.

      Yo soy el buen ladrón, el que roba sus anillos

      y los ofrece a la paciencia de los árboles

      por aquella que no vuelve.

      Fue mi primer árbol verdadero.

      Y lo recuerdo

      hermoso aún temblar

      la tarde que estrenaba mi navaja.

      Quién no grabó en un árbol el amor

      y venció alguna vez

      creyendo en unas pocas inscripciones.

      No es más de lo que sabes.

      Y esto escribo guardabosques

      leñador

      antes del hacha:

      para que dejes y no te dejes conmover

      para que cuelgues limpio al fin

      de alguna rama.

      Y por qué se llamaría así este poema

      Se llamará porque hay una manzana

      Y por una sola vez el cuarto se abrió

      Coincidiendo el cuerpo con la fruta

      Manzana próxima

      excitada

      Irrumpiendo como un destino

      O un tatuaje

      Fruto con fruto hasta tres

      Mientras perdía atónito una de mis manos

      No creas ciencia

      amor

      No hay lecho más cruento ni real

      Sabiduría que ahora devoramos

      Qué puede en el límite uno conceder

      Nada

      Tres manzanas

      Y un poema un muñón de nuevo una manzana

      Es solo la mujer que mata una gallina

      mientras el gallo y la perra

      la contemplan.

      Y es el cuchillo que nunca acaba de cortar,

      la sangre que rezuma como avispas,

      el fogón,

      la música de una total carnicería.

      A las siete habrá terminado de comer

      y se tomará distinta la cabeza

      cuando la perra se encargue de los huesos.

      Y porque esto escribo amo a la mujer

      y soy el gallo, el cuchillo de mañana

      y soy también la víspera.

      Es la mujer que canturrea en la cocina,

      que envejece,

      se acuesta y repasa con los dedos

      un rosario imposible.

      Y no puede dormir porque sueña sólo astillas

      y ya nunca dormirá

      cuando la perra encienda el fuego,

      cuando el gallo y yo giremos

      victoriosos.

      I

      Supongo que eres sabio.

      Supongo que saliste decidido a caminar

      en busca del pozo

      de todos los lugares.

      Y el cuerpo como un perverso dios,

      las piernas vulnerables,

      el bastón,

      el vértigo anticipado de asomarse

      y caer un año entero.

      No pienses cabeza

      al revés.

      Deja que invente este pozo para ti.

      Consérvate como el monarca

      que recorre estos lugares.

      Y porquerizo

      guardián

      desatando un rastro que no pudieras confundir:

      cada imagen incubándose en la fragua

      y esperando atónita el anuncio

      del machete

      para mirarse en dos

      y al fin aparecer

      inútil

      perdurable.

      II

      Caminaste desorientado varios días.

      No importa si fue al sur

      o transitando

      el mismo sitio como un mulo,

      sin otra contraseña que el bastón,

      sin otro cortejo que el vocerío de los cerdos

      perdido en el lodo

      y los dientes.

      Reconocerse.

      Dejar reconocer.

      Llamarlos cerdos

      súbditos.

      Ofrecerles íntegro el secreto

      cuando triunfamos en los pozos

      por una sola vez.

      Reinar en el brocal, en el fondo, en la cuerda

      hasta que fuera imposible tolerarlo:

      donde el cetro no es más que una astilla,

      donde el cuerpo es más cruel

      aún que el cuerpo.

      Entonces me dormí