Carlos López Degregori

Lejos de todas partes


Скачать книгу

El tesoro de la juventud

      me masturbaba

      como se riega la curiosidad

      o lo invisible.

      Siniestra

      una caja de cristal

      que todavía conservo.

      Una impecable educación.

      El cabello de mi prima Lucía

      tres noches durmiendo una manzana

      para hechizar a quién.

      Las ciento ochenta perlas del collar de mi madre.

      Las tijeras de Ramiro el peluquero.

      El pozo.

      El siervo.

      El sapo.

      Demasiado tiempo para escribir pocos poemas

      para ser esencial

      La poesía abusa del más fuerte.

      I

      Recorro viejos rostros

      reinos

      una vida adelante desbordando otro modo de conciencia

      En diciembre

      hoy resucitado

      mes que para mí es una ciénaga

      irreal o triste o certero

      no sabiendo decir

      pero diciendo

      te convoco aquí

      Y me gustaría una historia personal

      un resplandor

      que disipe los actos las palabras

      Toda biografía es impura

      humilla esa intocable adolescencia

      y no finjo

      no estoy contrito

      Ceno temblando

      apago el huerto iluminado

      Cumplo años

      me esfuerzo en cumplir

      II

      Le faltará fuerza a mi poema

      El don del genio A ti lector te faltará

      Delinquiremos y siempre quedará pendiente la pregunta:

      en qué lugar encerré mi adolescencia

      El amor fue blanco

      picado de viruela

      El amor fue un diente que perdí

      y desde entonces

      cuando estoy en el corral

      o el huerto

      contando mis innúmeras hermanas

      le ofrezco la mejor

      Y no lo hallé entre los mulos

      aunque toda la noche vigilé

      ni en el huerto

      ni en el tizne nupcial de la cocina

      y tampoco en la colmena

      Ceno temblando

      Entierro un diente en el huerto

      una hermana

      III

      Desterrado seas

      del huerto del corral

      Te multipliques en anónimos testigos

      Se te pudra el diente de morder

      de succionar

      Te remontes al horno

      te rechacen

      para ti no existe permanencia

      nunca te esmeraste en sostenerla

      para ti el puro incendio

      Pero quise una historia personal

      debía cumplir los 32

      y me debía el triunfo de un poema

      Alumbro muerta la obstinación

      la intemperie

      y todo destino se disipa

      Derrumba esta casa

      Lo que no vale la pena es hablar

      Era sombra lo que había en tu mano cuando me señalaste la cruz pintada en la puerta. Apreté los dientes y pensé que ya no tenía trece años. Ingresaba abruptamente en el reino de los hombres.

      Me horroriza escribirte. No cuentan las justificaciones ni el tiempo. Tampoco los años de Emma para mí, un mundo que trabajosamente construimos ajeno a la crueldad y la virtud, un espacio donde todo era cercanía. Emma era hermosa. Poseía un olor que sólo puede hallarse en el centro de los bosques. Pero Emma también era mi madre y hasta he llegado a pensar que nunca tuve padre ni origen.

      Fue cuando nos mudamos a tu quinta: una casa azul de tres habitaciones con baldosas amarillas desgastadas. No pasabas de ser un inquilino más pero los vecinos te temían. Te paseabas como un gallo entre las brasas controlándolo todo. Tenías un gato y una armónica que soplabas con tristeza algunas noches.

      Nos observaste inmóvil cuando entramos. Sentí tus ojos grises clavados en los de Emma y por un instante me pareció que la volvías transparente y robabas su sangre y su linfa. Hay mucho en esta historia que tendrás que adivinar. El tiempo me confunde. Creo que me estoy volviendo imperfecto. Poco después apareció una cruz pintada en la puerta y alguien arrojó un gato muerto en la casa. Era sombra lo que crecía en mi mano, demasiada tal vez.

      Emma cambió. Me condenó a una impecable inexistencia, deambulando siempre del cuarto a la cocina, fingiendo inútiles palabras. Yo temblaba pensando que una esencia vital se me escapaba, un equilibrio en el espacio y el tiempo irrecobrable para siempre. Así nací para el poema. Así nació, también, mi pasión por las navajas. He reunido treinta de diversas formas y colores, algunas con grabados e inscripciones, pero todas de una frialdad infinita.

      Tiendo a poetizar, a creer en lo que no existe. Nunca necesité verlos juntos, tampoco leer las notas que se enviaban. Y me pasé años escuchando sus gemidos, las uñas clavándose con furia. El amor es blanco, escribía, picado de viruela, el amor es un diente que perdí. Y desde entonces cada perro en la calle, el zumbar de una mosca, cada acto mínimo, cotidiano, me devuelve a ustedes.

      Todo debe sucedernos. Un día desapareciste. Emma ni siquiera te buscó. Me acostumbré a su mutismo, a su sueño intranquilo. Comenzó a roncar y fue arrastrada por una pasión de limpieza. Despertaba canturreando, limpiaba mil veces la tina, el bidet, lavaba los platos hasta que aparecían grietas sangrantes en sus manos. Años después murió. La artritis y una dulce arterioesclerosis le concedieron el perdón.

      Todo, absolutamente todo, debe sucedernos. La poesía me hizo sucio con los años. Mucho olvidé, pero siempre me acompañó la sombra en la mano. Por eso, cuando te vi por casualidad la otra tarde, te seguí hasta tu casa. No has cambiado. Tú no tienes edad. Estás más pobre, abandonado a los reinos inferiores.

      Desnúdate

      Ha llegado tu hora

      Haz que de alguna manera me conmueva

      Acabo de grabar una cruz en la puerta y te estoy esperando con la mejor de mis navajas.

      Lo primero es la pasión. Repetir el amor hasta destrozarnos en el cuarto y después dejar que la oscuridad nos adormezca. Tú apagarás la lámpara y por un momento pensarás en la araña que no quisiste matar y por un momento en los ojos