es virtual, y el habla, que es realizada. Guillaume distingue la lengua (virtual), la efectuación (ac tual) y el discurso (realizado). Hjelmslev distingue siempre lo realizable (el sistema) y lo realizado (el proceso). Por último, Greimas distingue las virtualidades del sistema, la actualidad del despliegue semionarrativo y la realización por el discurso. Estas diversas aproximaciones po drían ser superpuestas muy fácilmente, pero lo que debe interesarnos aquí es solamente el principio: toda teoría del lenguaje tiene necesidad de una teoría de los modos de existencia para poder precisar el es tatuto de los objetos que manipula.
Además, las enunciaciones concretas explotan también estos modos de existencia, ponen en juego de cierta forma esos diferentes “niveles de realidad”. La cuestión epistemológica del estatuto de las magnitudes lingüísticas y semióticas se convierte, entonces, en los discursos concre tos, en una cuestión metodológica, la de las modulaciones de la pre sencia de esas magnitudes en el discurso. Así, la litote (No te odio en ab so luto) juega con dos modos de presencia: un contenido en el que la pre sencia es real —el enunciado negativo—, y un contenido en el que la presencia es potencial —el enunciado positivo subyacente, Te amo—.
Globalmente, Peirce, con su estructura ternaria, no procede de manera diferente a Saussure, Guillaume o Hjelmslev: aunque la teoría que él deduce sea diferente, presenta también las diferentes etapas de una elaboración modal de la significación, distinguiendo: (1) el modo virtual (primero) es aquel que comprende todos los posibles de un lenguaje y particularmente todos los posibles sensibles y perceptivos; (2) el modo actual o real (segundo) es aquél que comprende los hechos realizados y que permite particularmente anclar la acción y la transformación de los estados de cosas en la percepción y en lo sensible; (3) el modo potencial (tercero) es aquel que comprende todas las le yes, reglas, usos que programan la existencia y sus transformaciones.
Los tres niveles de la semiótica peirciana nos animan también, de hecho, a definir los modos de existencia del discurso y a definirlos gracias a los contenidos de las modalidades: Habremos reconocido de paso (1) las modalidades aléticas (lo posible) en el pri mer nivel, (2) las modalidades factuales (querer, saber, poder hacer) en el segundo nivel, y (3) las modalidades deónticas (el deber, la ley, la regla, etc.), en el tercer nivel.
Elaborar la significación de un discurso consiste, pues, en atravesar esas diferentes fases modales, desde la apertura máxima de los posibles que procuran la impresión y la intuición, hasta la esquematización apremiadora que procura el análisis.
La cuestión pendiente es la siguiente: ¿cómo hacer operatorias esas no ciones tan generales que son los modos de existencia? Lo más frecuente (en Saussure y en Chomsky, por ejemplo), es que ellas suministren el trasfondo epistemológico de la teoría; además, cada teoría sólo re tiene como pertinente uno de los modos de existencia (los dos autores aludidos se confinan voluntariamente en lo virtual, lengua o competencia). Peirce, con Guillaume y Greimas, es uno de los pocos teóricos que han dado a esas modalidades un rol en el método mismo, en el aná lisis de los objetos de significación; pero hemos visto que la solución que ha retenido desemboca en una multiplicación exponencial de ti pos y de subtipos de signos, que llega pronto a ser extravagante.
Para evitar tal deriva, proponemos afectar la distinción de los mo dos de existencia a una y sólo una categoría: la de la presencia. De es ta forma, los modos de existencia de la significación (cuestión gene ral de epistemología) se convierten en modos de existencia en el discur so, en modalidades de la presencia en discurso (cuestión de método y de análisis). Así, en la antonomasia Este es un Maquiavelo, el personaje de Maquiavelo está actualizado pero no realizado, porque la referencia enfocada por la predicación concierne a otro actor; mientras que ese otro actor enfocado por la predicación, por ejemplo tal hombre político, está realizado; además, el conjunto de actores que pueden responder a esa definición quedan virtuales, mientras que el esquema de comportamiento que implica y que caracteriza a la categoría, será considera do co mo potencial. Los modos de existencia serían, pues, cuatro: vir tua lizado, actualizado, realizado, potencializado. Volveremos sobre es to.
4. LA ESTRUCTURA TENSIVA
4.1 Problemas en suspenso
El cuadrado semiótico reúne los diferentes tipos de oposiciones para ha cer un esquema coherente. Pero presenta la categoría como un todo aca bado, que no está bajo el control de una enunciación viviente; además, transforma la categoría en un esquema formal, que no tiene ninguna relación con la percepción y la aproximación sensible a los fenómenos.
Los discursos concretos oponen sin cesar sus formas mixtas y figuras en tremezcladas: formas complejas y enredadas que se deben desenredar para llegar a los mecanismos elementales. Ahora bien, el método reposa sobre el establecimiento de estructuras elementales y parte, a la inversa, de las formas más simples para llegar a las más complejas. Debemos, entonces, para completar esta aproximación, darnos los medios para aprehender las cosas tal como ellas se presentan en el discurso, es de cir, ante todo, como formas complejas.
La estructura ternaria de Peirce, y más generalmente la distinción entre los modos de existencia, nos suministra una representación esquemática del camino que conduce de lo sensible a lo inteligible, representación que falta en el cuadrado semiótico. Pero, en cambio, esta otra apro ximación no nos dice nada de la manera en que se forman los sistemas de valores, sobre los cuales el cuadrado semiótico es perfectamente explícito.
4.2 Las nuevas exigencias
Si se quiere, hoy por hoy, proponer un esquema de las estructuras elementales, nos parece necesario plegarse a las siguientes exigencias:
• los vínculos entre lo sensible y lo inteligible, las etapas del paso del uno al otro deben ser definidas, quedando entendido que las pro pie dades semióticas propiamente dichas estarán del lado de lo “inte li gible”;
• el modelo propuesto debe, globalmente, desembocar en la formación de un sistema de valores;
• este modelo debe también tener en cuenta la variedad de “estilos de cate gori za ción”;
• la gestión debe respetar las cosas “tal como se presentan” en el discurso, es decir, partir de formas complejas para arribar a la formación de posiciones simples.
Proponemos una gestión en cuatro etapas, que seguiremos en compañía de los elementos naturales, a título de ilustración.
4.3 Las dimensiones de lo sensible
Antes de cualquier categorización, una magnitud cualquiera es, para el sujeto del discurso, una presencia sensible. Esta presencia se expresa, hemos dicho, a la vez en términos de intensidad y en términos de ex tensión y de cantidad (capítulo I, 2.3.1. La formación de los sistemas de valo res). ¿Cuál podría ser, por ejemplo, la cualidad de presencia de los ele men tos naturales? Antes de identificar tal o cual materia, tal o cual ele men to, habremos reconocido sus propiedades táctiles o visuales, el ca lor y el frío, lo liso y lo rugoso, lo visible y lo invisible, lo móvil y lo in mó vil, lo sólido y lo fluido.
Estas son cualidades sensibles que pueden ser apreciadas según las dos grandes direcciones que proponemos: lo móvil y lo inmóvil, por ejem plo, pueden ser apreciados según la intensidad: diferentes niveles de energía parecen adheridos a los diferentes estados sensibles de la ma teria, o según la extensión: el movimiento es relativo a las posiciones su cesivas de una presencia material e implica una apreciación del espacio recorrido y del tiempo transcurrido.
O también, la solidez, promesa de permanencia, será apreciada como la capacidad de permanecer en una