Jacques Fontanille

Semiótica del discurso


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la mesa particular que se encuentra en mi oficina). Sólo el discurso podrá, sucesiva o paralelamente, gracias al acto de referencia, evocar tal o cual ocurrencia del tipo para ponerla en escena.

      En el ámbito de la imagen, por ejemplo, la necesidad de hacer referencia a tipos visuales ha sido largo tiempo confundida con la necesidad de denominar los objetos representados. La imagen de un árbol no es la imagen de un árbol porque yo puedo llamarla “árbol”. Asimismo, si yo reconozco una forma redondeada elíptica, no es porque yo puedo llamarla “elipse” sino porque allí he reconocido el tipo visual de la elipse. En ca so de no conocer el nombre de algo y de que estuviese por ejemplo obligado a utilizar una perífrasis (“redondo aplanado”), no tendría por qué no reconocer el tipo visual.

      La formación de tipos es, en cierta forma, otro nombre de la categorización; consiste en la formación de las clases, de las categorías que un lenguaje manipula. Interesa a todos los órdenes del lenguaje: la percepción, el código y su sistema. Pero la categorización es puesta en mar cha particularmente en el discurso, en especial porque ella preside la instalación de “sistemas de valores”. En ese sentido, la formación de ti pos y la categorización nos interesan directamente en la medida en que constituyen estrategias dentro de la actividad de discurso. Ahora bien, la semántica del prototipo nos enseña que no hay una sola manera de formar categorías de lenguaje.

      Intuitivamente, y porque la aproximación estructural forma hoy parte de manera implícita de nuestros hábitos de pensamiento, se podría pensar que sólo la investigación de las propiedades o de los rasgos comunes, lla mados “rasgos pertinentes”, es posible: así lo certifica el célebre “pa ra sen tarse” (con respaldo, con tres o cuatro patas, con barandas, etc.) de B. Pottier, modelo de todos los análisis sémicos, y que designa el rasgo co mún de la categoría de los asientos. La formación de la cate go ría re po sa, entonces, sobre la identificación de esos rasgos comu-nes, so bre su número y sobre su distribución entre los miembros de la ca tegoría.

      Es posible considerar una versión más vaga de esa aproximación. Ima ginemos un conjunto de parientes: las semejanzas que permiten reconocerlos están desigualmente distribuidas; el hijo se parece al padre, que se parece a la tía, que se parece a la madre, que se parece a los hijos, etc.; cada semejanza difiere de la siguiente, no hay nada de común en tre el primero y el último elemento de la cadena; y, sin embargo, la pe r tenencia de cada individuo al conjunto apenas puede ponerse en du da. Esa red de rasgos desigualmente distribuidos, sin que ninguno pue da prevalecer para definir globalmente el tipo familiar, reposa sobre lo que se ha convenido en llamar una semejanza de familia (Wittgenstein).

      Pero se puede también organizar una categoría en torno a una ocurrencia particularmente representativa, a un ejemplar más visible o más fá cilmente localizable que los otros y que posee él solo todas las propiedades que sólo están parcialmente representadas en cada uno de los otros miembros de la categoría. De ello da testimonio, por ejemplo, el uso frecuente que hacemos de la antonomasia: Éste es un Maquiavelo. La formación de la categoría reposa entonces sobre la elección del mejor ejemplar posible.

      En el mismo sentido, la ocurrencia elegida para caracterizar el tipo pue de también ser la más neutra, la que no posee más que algunas de las propiedades comunes a las otras. Se observa esta tendencia en la denominación de los instrumentos de cocina: para designar los recipientes re servados a la cocción, para unos es la cacerola la que se impone, para otros, la marmita; y los utensilios de cocina a motor son todos robots. La formación del tipo reposa, en ese caso, en la elección de un término de base.

      No existe una substancia que se preste por naturaleza a tal o cual ca tegorización; es el acto de categorización, la “estrategia” que lo anima, la que determinará la forma de la categoría, sus fronteras, su organización interna y sus relaciones con las categorías vecinas. Esta cuestión in te resa, pues, directamente para estudiar la manera en que las culturas “re cortan” y organizan sus objetos para hacer de ellos objetos de lenguaje; pero interesa también para estudiar el discurso en acto, en la medida en que allí también se recortan y categorizan universos figurativos pa ra definir sistemas de valores. Por eso podemos hablar de estilos de ca tegorización.

      Estos cuatro grandes “estilos” reposan ante todo sobre elecciones per ceptivas y más precisamente sobre la manera en la que es percibida y establecida la relación entre el tipo y sus ocurrencias: o bien la categoría es percibida como una extensión, una distribución de rasgos, una serie (reunida por uno o varios rasgos comunes) o una familia (reunida por un “aire de familia”), o bien es percibida como la reunión de sus miem bros en torno a uno solo de entre ellos (o en torno a una de sus es pecies), con el cual forma un agregado (reunido en torno a un término de base) o una fila (como se dice: alineados detrás de un jefe de fila, el mejor ejemplar). Para cada una de estas elecciones, la categoría nos pue de procurar, a causa de su propia morfología, un sentimiento de uni dad fuerte o débil: en el caso de la fila (parangón) y de la serie, el sen timiento de unidad es fuerte; en el caso del agregado (conglomerado) y de la familia, es más débil.

      En suma, los “estilos de categorización” se relacionan con las dos gran des dimensiones de la “presencia”, pero se trata ahora del modo de pre sencia del tipo en la categoría: puede presentar una extensión difusa o concentrada, y una intensidad sensible fuerte o débil. La tabla si guiente resume este último punto:

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      En la medida en que el discurso en acto hace referencia también a ocu rrencias más que a tipos constituidos y nos conduce sin cesar de los unos a las otras, en la medida en que predica y/o aserta sin cesar nuevas categorías y nuevos sistemas de valores, el conocimiento de estos “es tilos” de categorización se hace necesario para elaborar una semiótica del discurso. Pero los estilos de categorización sólo pueden ser establecidos si se coloca la formación de sistemas de valor bajo el control de las modulaciones de la presencia perceptiva y sensible; es decir, si se toma en cuenta, de manera explícita, el control que ejerce la percepción sobre la significación.

      BIBLIOGRAFÍA

      BENVENISTE, Emile

      1974 Problèmes de linguistique générale, tome 2. Paris, Gallimard. [En es pañol: Problemas de lingüística general, tomo 1 (1971), tomo 2 (1985). México, Si glo XXI.].

      DELEDALLE, Gérard

      1978 Charles S. Peirce, Ecrits sur le signe. Paris, Seuil. [En es pa ñol puede consultarse: Charles S. Peirce, Obra lógico-semiótica, Madrid, Taurus, 1987]

      ECO, Umberto

      1988 Signo. Barcelona, Labor.

      HJELMSLEV, Louis

      1971 Prolegómenos a una teoría del lenguaje. Madrid, Gredos.

      KLEIBER, Georges

      1990 La sémantique du prototype. Paris, PUF.

      SAUSSURE, Ferdinand de

      1990 Cours de linguistique générale. Paris, Payot, 1916 (réed. 1990). [En español: Curso de lingüística general. Buenos Aires, Losada, 1974].

      CAPÍTULO II

      Las estructuras elementales

      Las estructuras elementales / Resumen

      La esquematización de los procesos significantes es lo pro pio de los discursos. El mundo es un signo, el hombre es un signo, dice Peirce, pero ese sentido difundido en nuestro medio y en nosotros mismos sólo da lugar a una significación si está actualizado por un discurso, es de cir, por un acto de enunciación. Y, en relación con ese sen tido difuso, el discurso procede por esquematización, es decir, propone esquemas