Jacques Fontanille

Semiótica del discurso


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Pero esas distinciones en tre las muchas modalidades de codificación y de decodificación de los lenguajes no nos dicen nada del proceso de significación mismo, tal co mo es puesto en marcha por los actos de discurso.

      Además, el razonamiento no debe, en esta consideración, apoyarse so lamente en el lenguaje verbal, que dispone de un stock muy extendido de formas codificadas, pues, cuando se abordan los lenguajes no ver bales —gestuales, visuales, etc.—, estamos obligados a admitir que el lugar de la invención, por el discurso, de expresiones y de su significación es mucho más importante. Porque, desde el punto de vista de la organización de las unidades en sistema, los lenguajes están lejos de ser homogéneos. Si podemos establecer las “lenguas” de un lenguaje ver bal, estamos muy lejos de ello en lo que concierne a la pintura, la ópe ra o la gestualidad en general, que, sin embargo, son igualmente prác ticas significantes; nos preguntaremos incluso si la empresa que con sistiría en establecer el sistema de unidades provistas de sentido tiene alguna pertinencia en el caso de los lenguajes no verbales. Y, si tuvie se alguna, deberíamos, tal como en los lenguajes verbales, esperar to davía algunos siglos, si no algunos milenios, antes de que la necesidad de una traducción entre sistemas —como se ha dado entre el sistema de lo oral y el sistema de lo escrito— dé lugar a un recorte estable de unidades y a la producción de gramáticas aceptables.

      La aproximación a los fenómenos de significación por la vía de los signos (las unidades) ha persistido por tiempo: pero se revela poco operatoria pues, una vez establecidas las unidades—signos, habría que inventar sus articulaciones y particularmente la aso ciación entre canales sensoriales extraños los unos a los otros; ello ha conducido al ato mismo, hasta a clasificaciones vertiginosas (en una carta a Lady Welby, Peirce se felicita de poder reducir (!) las 59.049 clases de signos aritméticamente calculables a 66 cla ses realmente pertinentes). Además, esta aproximación es un factor de balcani zación de la disciplina y de sus métodos, puesto que la integración de todas las clases de sig nos en un solo discurso, al momento del análisis, es particularmente ardua, y los estudios semióticos en esos casos tienden a especializarse por clases de signos (semiótica literaria, semiótica pictórica, semiótica del cine, etc.).

      De otro lado, las ciencias del lenguaje en su conjunto se orientan hacia una formalización de las operaciones y de los procesos y la semióti ca participa de ese movimiento: la semiótica peirceana pone hoy el acen to sobre el “recorrido interpretativo” más que sobre la clasificación de los signos; la semiótica del discurso se dirige hacia una exploración de los actos fundamentales, particularmente la predicación y la asunción más que hacia una clasificación, cualitativa o estadística, de los predicados y de los sustantivos correspondientes. Globalmente, esta nueva preo cupación se interesa por la praxis, praxis semiótica o praxis enunciativa.

      Por consiguiente, presentaremos ahora brevemente las dos principales teorías del signo, la de Saussure y la de Peirce, en la perspectiva que he mos escogido, la de una teoría del discurso, a fin de llegar a una teoría de la significación sintética que habría superado el mero recorte de los signos.

      1.2 Las teorías del signo

       1.2.1 El signo saussuriano

      El signo está compuesto, según Saussure, de dos caras, el significante y el significado; el significante es definido como una “imagen acústica”, y el significado, como una “imagen conceptual”; uno adquiere forma, en cuanto expresión, a partir de una sustancia sensorial y física, y el otro, en cuanto contenido, a partir de una sustancia psíquica. Pero, una vez que están reunidos en un solo signo, no tienen otro status que no sea semiótico, y sus propiedades sensoriales, físicas y psíquicas no son ya tomadas en consideración.

      La relación entre las dos caras del signo es calificada de “necesaria” y “convencional”, es decir fundada por una presuposición recíproca que no debe nada a sus propiedades sustanciales de origen. Además, esa relación está enteramente determinada por el “valor” del signo, es decir por las diferentes oposiciones que su significante y su significado mantienen con los otros significantes y con los otros significados de la misma lengua; en sincronía —entendamos: en un estado de lengua dado— ese valor es inmutable; en cambio, en diacronía, es decir, en la historia de los diferentes estados de lengua, ese valor evoluciona; el lazo que une las dos caras del signo puede asimismo, en el curso de esa evolución, deshacerse completamente.

      La noción de sistema procede directamente de la definición de “valor” lin güístico, puesto que si el valor de un signo depende de una red de opo siciones y si esa red de oposiciones debe ser, para cada signo, es table en sincronía, entonces el conjunto de la red de oposiciones de to dos los sig nos forma un sistema estable. No tiene más que una existen cia vir tual, salvo en las gramáticas y en los diccionarios, pero está dis ponible en todo mo mento para los usuarios de la lengua. La lingüística tiene entonces por tarea, según Saussure, el estudio de ese sistema de valores.

      Las nociones de sistema y de valor, de las que se puede desprender la cuestión del signo en Saussure, imponen la exclusión del “referente”: la cosa, real o imaginaria, a la cual el signo remite no es cognoscible lingüísticamente. Dicho de otra manera, el conocimiento del sistema en el cual el signo toma lugar no nos suministra ninguna información sobre la realidad designada. Esta exclusión, la mayor parte del tiempo, es presentada como una decisión metodológica y epistemológica: excluir el referente mundano es pro curar a la lingüística su propio objeto en cuanto ciencia y su autonomía en cuanto dis ciplina. Pero la posición de Saussure con respecto al referente es, de hecho, una con secuencia de su definición de signo, porque se da lo mismo para todas las pro piedades sustanciales de las dos caras del signo que sin depender del referente son, no obs tante, excluidas de la misma manera; en efecto, el sistema de valores no puede de ci rnos nada de ellas. El lazo entre el signo y el referente es calificado de arbitrario—se hu biera podido decir también contingente—, es decir que el sistema de valores no pro cu ra ninguna explicación satisfactoria de él: un lazo considerado ininteligible es declarado arbitrario. Notemos, no obstante, que ese lazo no es intrínsecamente ininteligible, ar bi trario y contingente; y que es el punto de vista adoptado, el del signo y del valor, el que hace la referencia incognoscible.

      Examinando luego la ampliación de la reflexión a otros tipos de signos diferentes de las lenguas naturales, Saussure diseñó el proyecto de una semiología que englobaría la lingüística propiamente dicha: allí se en contrarían no solamente significantes en los que la sustancia física sería diferente de la del lenguaje verbal, sino también signos en los que la relación fundadora no sería “necesaria” o “convencional”; por ejemplo, los sistemas de signos visuales.

      Se ve que, si se pone entre paréntesis la delimitación de unidades, la cuestión tratada por Saussure puede ser reducida a dos puntos esenciales:

      (1) La relación entre la percepción y la significación

      A partir de nuestras percepciones emergen significaciones; nuestras per cepciones del mundo “exterior”, de sus formas físicas y biológicas, pro curan los significantes; a partir de nuestra percepción del mundo “interior”, conceptos, impresiones y sentimientos, se forman los signifi ca dos;

      (2) La formación de un sistema de valores

      Estos dos tipos de percepción entran en interacción, y esta interacción define un sistema de posiciones diferenciales; cada posición está ca racterizada según los dos regímenes de percepción; el conjunto es enton ces llamado sistema de valores.

      Subyacente a la teoría del signo, aparece en Saussure una teoría de la significación; y esta teoría, particularmente a través de la noción de “ima gen” (imágenes acústicas, visuales, imágenes mentales, psíquicas), es tá enraizada en la percepción.

       1.2.2 El signo peirceano