Jacques Fontanille

Semiótica del discurso


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dada de antemano, no es la frontera de una “conciencia” sino simplemente la que un sujeto pone en juego cada vez que otorga una significación a un acontecimiento o a un objeto. Si, por ejemplo, observo que los cambios de color de un fru to pueden ser puestos en relación con sus grados de madurez, los pri meros pertenecerán al plano de la expresión y los segundos al plano del contenido. Pero puedo también poner en relación los mismos grados de madurez con una de las dimensiones del tiempo, la duración; y, es ta vez, los grados de madurez pertenecen al plano de la expresión y el tiempo al plano del contenido.

      Esta “frontera” no es otra que la posición que el sujeto de la percepción se atribuye en el mundo cuando se esfuerza por desprender su sen tido. A partir de esta posición perceptiva, se diseñan un dominio interior y un dominio exterior entre los cuales se va a instaurar el diálogo semiótico; pero ningún contenido está, fuera de esta toma de posición del sujeto, destinado a pertenecer a un dominio más que a otro, pues to que la posición de la frontera, por definición, depende de la posición de un cuerpo que se desplaza.

      Ciertos lenguajes, particularmente verbales, son regidos o regulados por lenguas en las que la distribución entre la expresión (fonemática o grafemática) y el contenido (semántica y sintáctica) parece estable y fijada de antemano. Pero es suficiente tomar en con sideración lo que pasa en los discursos concretos, particularmente literarios, para cons tatar que, entre la expresión y el contenido, además de la división propiamente lingüística, otras distribuciones son igualmente posibles, y que “contenidos” figurativos, por ejem plo, pueden convertirse en expresiones para contenidos narrativos o simbólicos. Más aún, en el caso de los lenguajes no verbales se llega con gran esfuerzo a fijar los límites de una “gramática de la expresión”: cada realización concreta desplaza, en efec to, la línea divisoria entre lo que pertenece al contenido y lo que pertenece a la ex pre sión.

      Tal concepción podría llevar a pensar que la semiosis, cuyo operador es taría siempre desplazándose entre dos mundos cuya frontera es sin ce sar renegociada, es una función inaprehensible. Pero sólo es inaprehensible en la perspectiva de una teoría del signo: esto puede ex pli car por qué los semiólogos de los años sesenta estaban tan frecuentemente li mi ta dos por los sistemas de comunicación rígidos y normativos, como los sis temas de señalización de caminos; se puede también comprender por qué las semiologías no verbales estaban entonces puestas bajo la férula de la semiología lingüística, la única que parecía entonces aprehensible a través de convenciones gramaticales y lexicales y, que, por ese hecho, se convirtió demasiado pronto en modelo de todas las otras.

      Pero, en la perspectiva del discurso en acto, si nos atenemos a una teo ría del campo del discurso y a una teoría de la enunciación, entonces la “toma de posición” que determina la división entre expresión y contenido se convierte en el primer acto de la instancia de discurso, por el cual instala su campo de enunciación y su deixis.

       2.2.2 Exteroceptividad e interoceptividad

      Se podría, haciendo referencia a una proposición ya antigua de Greimas (en Semántica estructural), llamar aún de otro modo esos dos planos del lenguaje. El plano de la expresión será llamado exteroceptivo; el plano del contenido, interoceptivo; y la posición abstracta del su je to de la percepción será llamada propioceptiva, porque se trata, de he cho, de la posición de su cuerpo imaginario o cuerpo propio.

      El cuerpo propio es una envoltura sensible que determina de este mo do un dominio interior y un dominio exterior. Por todas partes donde se desplaza determina, en el mundo en que toma posición, una brecha entre universo exteroceptivo, universo interoceptivo y universo propioceptivo, entre la percepción del mundo exterior, la percepción del mun do interior y la percepción de las modificaciones de la envolturafron tera misma.

      La significación supone, entonces, para comenzar, un mundo de percepciones, donde el cuerpo propio, al tomar posición, instala globalmente dos macrosemióticas, cuya frontera puede siempre desplazarse pe ro que tiene cada una su forma específica. De un lado, la interoceptividad da lugar a una semiótica que tiene la forma de una lengua natural, y, de otro lado, la exteroceptividad da lugar a una semiótica que tiene la forma de una semiótica del mundo natural. La significación es, pues, el acto que reúne esas dos macrosemióticas, y eso es posible gracias al cuerpo propio del sujeto de la percepción, cuerpo propio que tie ne la propiedad de pertenecer simultáneamente a las dos macrosemióticas entre las cuales toma posición.

      En la perspectiva de la enunciación, el cuerpo propio es tratado como un simple punto, un centro de referencia para la deixis. Pero en la pers pectiva de las lógicas de lo sensible, por ejemplo, será tratado como una envoltura, sensible a las solicitaciones y a los contactos provenientes ya del exterior (sensaciones) ya del interior (emociones y afectos).

      Si se puede hablar de “macrosemióticas”, es en cuanto que están ya articuladas; es vano, en efecto, preguntarse “cómo las cosas han comenzado”: nos bañamos en un mundo ya significante, somos nosotros mismos parte pregnante de él y las percepciones que tenemos tienen también una forma semiótica. Pero, cada vez que “tomamos posición” en ese mundo, cada vez que lo sometemos a un punto de vista, volvemos a jugar el acto a partir del cual toda significación toma forma.

       2.2.3 El isomorfismo de los dos planos

      Hjelmslev hace observar que los dos planos de un lenguaje deben ser heterogéneos aunque isomorfos: de un lado, sus contenidos deben ser heterogéneos, de otro lado, sus formas deben ser superponibles.

      Cuando la rojez no significa más que la rojez no aprendemos nada nue vo; si, en cambio, la rojez significa la madurez, nuestro saber sobre el mundo da un paso adelante. Pero la heterogeneidad de contenidos no debe impedir la reunión de las dos macrosemióticas: la secuencia de grados cromáticos debe, pues, ser isomorfa con la secuencia de los grados de madurez.

      El isomorfismo no está dado de antemano sino que es construido por la reunión de los dos planos del lenguaje. La prueba consiste en que mientras un conjunto de elementos pueda ser puesto en relación con muchos otros conjuntos, cambiará de forma con cada nueva asociación. El color puede ser puesto en relación con la madurez, con la emoción, con la circulación de automóviles (el semáforo), etc. Resulta, por tan to, que esos diferentes conjuntos son superponibles entre sí: a cada nue va aproximación un nuevo “isomorfismo” es definido. De tal forma que los grados cromáticos no son los mismos según que el color exprese la madurez o la emoción; inversamente, los grados de la emoción no son los mismos si son expresados por el color o por la gestualidad.

      La función semiótica es el nombre de esa reunión de los dos planos del lenguaje, que establece su “isomorfismo”. Antes de su reunión, la re lación de los dos planos puede ser calificada de arbitraria; pero no tie ne gran sentido, puesto que esa relación sólo es una de las relaciones en tre todas aquéllas posibles, que lo son en número infinito: lo “arbitrario” no es si no el efecto de nuestra incapacidad para ubicarnos en el se no de una infinidad de combinaciones posibles, y, después de todo, só lo es la confesión de nuestra impotencia para comprender eso que se nos escapa. Después de su reunión, la relación entre los dos planos se ca lifica de necesaria, en el sentido de que no pueden significar el uno sin el otro; pero también, si se recuerda que la frontera entre los dos mun dos se desplaza sin cesar con el cuerpo propio, se debe convenir en que se trata de una necesidad muy provisional, y que, más bien, sólo va le para un discurso particular y para la posición que lo define.

      2.3 Lo sensible y lo inteligible

       2.3.1 La formación de los sistemas de valores

      a— La presencia, la mira y la captación

      Percibir cualquier cosa, antes de reconocerla como una figura perteneciente a una de las dos macrosemióticas, es