de los mundos físico, psicológico o social, pues to que está atravesada por tensiones y por direcciones. La condición mínima para que una materia cualquiera produzca un efecto de sen tido identificable es, entonces, que esté sometida a lo que llamaremos en adelante una intencionalidad.
b— La significación
La significación es el producto organizado por el análisis; por ejemplo, el contenido de sentido vinculado a una expresión, una vez que es ta ex presión ha sido aislada (por segmentación) y que se ha verificado (por con mutación) que ese contenido le está específicamente asociado. La sig ni ficación está, pues, ligada a una unidad, cualquiera que sea el ta ma ño de esa unidad —la unidad óptima, para nosotros, es el discurso—, y des can sa sobre la relación entre un elemento de la expresión y un elemento del contenido: por eso se habla siempre de la “significación de… alguna cosa”.
Se dirá, en consecuencia, que la significación, por oposición al sen tido, está siempre articulada. En efecto, puesto que no es reconocible más que por segmentación y conmutación, sólo se le puede captar a tra vés de las relaciones que la unidad aislada mantiene con otras uni da des, o que su significación mantiene con otras significaciones dis po ni bles pa ra la misma unidad. Tal como la noción de “dirección” es indi s o ciable del sentido, la de articulación está, por definición, ligada a la de sig ni ficación.
Hace mucho tiempo que la noción de articulación ha sido reducida a la de diferencia, y aun a la de diferencia entre unidades discontinuas. Ése no es, sin embargo, más que un caso entre otros posibles. Por ejemplo, una categoría semántica como la de calor es una categoría gradual y sus diferentes grados (cf. frío/helado) se distinguen sin opo nerse forzosamente; más aún, si el gradiente es orientado, la significación de al gunos de sus grados, por ejemplo /tibio/, será diferente según que el gradiente sea orientado positivamente al calor (tibio es entonces peyorativo) o positivamente hacia el frío (tibio es entonces mejorativo); la significación depende, entonces, de la polarización de un gradiente. Además, según las culturas y las lenguas, a veces hasta según el discurso, la posición relativa de los grados cambia; así, el grado /tibio/ aparecerá más próximo del polo frío o del polo caliente: si se recorre el gradiente en el sentido de su polaridad, del negativo hacia el positivo, se encuentra un umbral que determina la aparición del grado /tibio/. Los tipos de articulaciones significantes son, por tanto, muy diversos: opo siciones, jerarquías, grados, umbrales y polarizaciones.
c— La significancia
La significancia designa la globalidad de efectos de sentido en un con junto estruc tu ra do, efectos que no pueden ser reducidos a los de las unidades que componen ese conjunto; la significancia no es, por consiguiente, la suma de las significaciones. Este término ha conocido numerosas acepciones, particularmente psicoanalíticas, cuyo valor operatorio es difícilmente controlable. Pero plantea principalmente una cuestión de mé todo: ¿hay que conducir el análisis desde las unidades más pequeñas hacia las más grandes o a la inversa? El concepto de significación, en sen tido estricto, correspondería a la primera opción y el de significancia a la segunda opción.
El término significancia apenas es utilizado, pues presupone una jerarquía que ya no es pertinente hoy en día; en efecto, se justificaría sólo en un contexto científico donde se pudiera aún creer que el sentido de las unidades determina el de los conjuntos más vastos que las engloban.
La opción que hemos tomado, es decir, la de una semiótica del discurso, nos impone considerar que la significación global, la del discurso, comanda la significación local, la de las unidades que la componen; mos traremos, por ejemplo, cómo la orientación discursiva se impone a la sintaxis misma de las frases. Esto no significa, sin embargo, que el microanálisis no sea ya pertinente; debe, simplemente, quedar bajo el control del macroanálisis.
Como ya no se encuentran razones para creer que lo “local” determina lo “global”, el término de significación ha tomado frecuentemente una acepción genérica que engloba la de significancia. Y así lo usaremos en adelante.
1.1.2 Semiótica y semántica
Benveniste proponía distinguir dos órdenes de la significación: el de las unidades de la lengua, de tipo convencional, fijado en el uso o en el sis tema lingüístico; y el del discurso, es decir el de las realizaciones lingüísticas concretas, el de conjuntos significantes producidos por un ac to de enunciación. El orden semiótico correspondería, según él, a esa relación convencional que une el sentido de las unidades de la lengua y su expresión morfológica o lexical, y el orden semántico, a la signifi ca ción de enunciaciones concretas tomadas a cargo por “sujetos de discurso”.
Esta distinción no ha sido adoptada por la comunidad de lingüistas, que reservan la de nominación de semántica al estudio de los contenidos de sentido en sí mismos, particularmente en el dominio lingüístico, y la denominación de semiótica al de los procesos sig nificantes en general. Pero, la cuestión planteada es siempre de actualidad: más allá de las relaciones entre lo “local” y lo “global” (cf. supra), surge, ahora, la cuestión de los dos mo dos de aproximación a los lenguajes: de un lado, una aproximación es tá tica, que só lo concierne a las unidades instituidas, almacenadas en una memoria co lec tiva bajo la forma de un sistema virtual, y del otro, una aproximación dinámica, es de cir, sensible, a los actos y a las operaciones, y que concierne a la significación “viviente” pro ducida por los discursos concretos.
La semiótica surgida de los trabajos de Peirce también ha propuesto dis tinguir la semántica (la significación de las unidades), la sintaxis (las re glas de disposición de las unidades) y la pragmática (la manipulación de las unidades y de su organización por sujetos y para sujetos individuales y colectivos, en situación de comunicación). La solución es diferente, mas la cuestión tratada, idéntica: ¿el discurso es simplemente una “puesta en marcha”, una “apropiación individual” de unidades instituidas y organizadas en sistemas, o bien comporta sus propias reglas y sus pro pios efectos de sentido? Pero si adoptamos el punto de vista del discurso en acto, la distinción entre semántica, sintaxis y pragmática se re vela poco pertinente desde la perspectiva del método. En efecto, si to mamos en cuenta las operaciones de enunciación, es necesario que po damos medir las consecuencias que esta actitud produce en la sintaxis y en la semántica del discurso. Por consiguiente, en esta perspectiva, ellas no pueden ser tratadas aparte.
1.1.3 ¿Por qué optar?
La solución que consiste en separar la cuestión del sentido en dos o tres órdenes de significación sólo puede ser una solución provisoria, una solución históricamente necesaria, pero que choca pronto con cues tiones que vale la pena resolver. Por ejemplo, todo el mundo se pone de acuerdo en distinguir el “sentido en lengua” de una unidad y su “sen tido en discurso”; la distinción no plantea problemas insuperables en cuanto a que el “sentido en discurso” es una de las acepciones posibles del “sentido en lengua”: se dirá entonces que el discurso selecciona una de las acepciones de la palabra; pero ¿qué sucede cuando las dos sig nificaciones no se superponen? Es cierto que un “sentido en discurso”, que no está previsto “en lengua”, exige un esfuerzo suplementario de interpretación y una gestión de la interpretación diferente de la que con siste solamente en sacar elementos de un stock de formas virtuales, pe ro ésa otra gestión es posible y legítima. De modo muy frecuente, aun que no necesariamente, esta nueva acepción es producida por una fi gura de retórica. Sucede lo mismo cuando algunas de esas acepciones imprevisibles aparecen en la lengua, por ejemplo, bajo la forma de catacresis (un trombón, o un ala de edificio).
Esta última acotación indica claramente el nivel de pertinencia de las dis tinciones que hemos mencionado