se ha podido reconfirmar que, como el péndulo de la historia del Perú, la prensa local ha pasado de la coherencia a la incoherencia, del mejor al peor periodismo, de la excelencia a los viejos vicios que, hoy como ayer, tienen que ver con la falta de ética a la hora de informar, con el sensacionalismo y el amarillismo, la pérdida de independencia, de autonomía, de credibilidad. En este aspecto, todo tiempo pasado no fue mejor.
Bien podría decirse que las palabras clave que definen el siglo se pueden colocar en un eje semántico en el que se oponen entre sí dos grupos de categorías: por un lado, los avances de la prensa en esos cien años; y por el otro, sus retrocesos.
En el primer grupo, son frecuentes las referencias a la modernidad, el periodismo de referencia y de calidad, la utilización de la publicidad como creadora de los recursos que permitieron el financiamiento de los periódicos, la propia masificación de las comunicaciones como elemento positivo para garantizar el acceso de todos a la información, la prensa como vocera de la opinión pública, la mirada al resto del mundo y más tarde la globalización de la información, la profesionalización y la especialización del periodista, el desarrollo de proyectos periodísticos empresariales innovadores y el acceso a las nuevas tecnologías. En el segundo grupo, aparece el retraso en el desarrollo tecnológico de los medios, la politización de la información en desmedro de otras agendas, la parcialización o mediatización del periodista o del medio de comunicación, el menoscabo de las libertades de prensa, de expresión y de la empresa periodística por parte de dictaduras o autocracias, la corrupción, el terrorismo o el narcotráfico, y el antiperiodismo (sensacionalismo, amarillismo, falta de credibilidad y de independencia en la función informativa).
En el plano del registro histórico, los estudios sobre la evolución del periodismo peruano en el siglo XX han tomado como fuentes de referencia las investigaciones de Jorge Basadre, Rubén Vargas Ugarte, Ella Dunbar Temple, Alberto Tauro del Pino, Félix Denegri Luna, entre otros destacados intelectuales. Existen, asimismo, diferentes periodizaciones del devenir de la profesión, que han originado a su vez recuentos cronológicos que analizan cómo ha cambiado el periodismo, desde la aparición de la imprenta en Lima hasta nuestros días. Allí están los trabajos de Raúl Porras Barrenechea, Carlos Miró Quesada Laos, Alejandro Miró Quesada Garland, Aurelio Miró Quesada Sosa, Héctor López Martínez y Juan Gargurevich Regal.
Los capítulos que componen esta investigación se han construido principalmente con base en la ruta trazada por Jorge Basadre en su Historia de la República del Perú, que abarca el período comprendido entre 1822 y 1939. Otras fuentes de gran apoyo fueron las proporcionadas por el economista Carlos Contreras y el historiador Marcos Cueto, en su libro Historia del Perú contemporáneo, basado en los grandes proyectos de reforma que se dieron durante la Independencia y la República en el país hasta fines de la década de 1990. Asimismo, El Perú republicano de José Luis Huiza, Raúl Palacios Rodríguez y José Valdizán Ayala.
Seguimos también las recomendaciones del notable investigador Franklin Pease (1939-1999), quien, en el discurso de presentación de mi libro Inicios del periodismo en el Perú, indicó que hacer una historia del periodismo —cualquiera que fuese la etapa o coyuntura por estudiar— significaba vincular dos disciplinas que, en su opinión, habían marchado cada una por su cuenta: por un lado, los historiadores han utilizado los periódicos principalmente como fuentes de información; y por el otro, los periodistas se han concentrado en describir sus publicaciones sin contextualizarlas con fuentes históricas.
En el primer capítulo de este primer tomo, se revisan los últimos años del siglo XIX, un tiempo en el que empezaron a establecerse las bases del periodismo del siglo XX, sobre todo en tres campos identificables: el desarrollo de las comunicaciones y los primeros inventos; el hábito de leer periódicos y la influencia que en ello tuvo la publicidad y la fotografía; y el hacer de la política en la comunicación y en la prensa.
Queda claro que a diferencia de otros países, la agenda de los diarios y las revistas capitalinos ha sido histórica y predominantemente política; y en determinadas décadas, agresivamente política. Desde que ambos, la prensa y la política, se constituyeron en actores fundamentales de la opinión pública, su relación no solo ha sido conflictiva sino que los ha coloc ado en una posición de ‘antagonistas complementarios’: “aun cuando tienen sus propias esferas de actuación, comparten inexorablemente el mismo espacio público” (Ortega 2011: 63).
En las primeras décadas del siglo, como veremos en el segundo capítulo, durante los años que Jorge Basadre denominó la República Aristocrática, destacan los diarios que contribuyeron a la modernidad, a la masificación de la comunicación, al desarrollo del periodismo como una actividad industrial y de servicio y, como sostiene Raúl Porras Barrenechea, que aportaron a cambiar el álgido interés político, la generosa convicción partidarista y la colaboración gratuita (características de la prensa del siglo XIX) por “[…] la empresa comercial que paga el trabajo intelectual, fomenta el réclame, aumenta los tirajes y las informaciones, y rebaja el precio del periódico” (1970: 40).
Son las publicaciones que abrieron trocha y por ello las más importantes de Lima, las longevas, las que sobrevivieron al cambio de siglo, las innovadoras y de referencia, así reconocidas por el peso que ejercieron en los grupos de poder, la sociedad y el debate de los asuntos más relevantes. En este primer grupo incluimos a El Comercio (1839) y a La Prensa (1903-1984), publicaciones influyentes cuya aparición marcó un hito en materia de comunicación e innovación en el ser, el hacer y el deber ser periodísticos. También a La Crónic a (1912-1990), que si bien “no llegó al nivel de influencia de La Prensa o El Comercio” (Gargurevich 1991: 121), nació durante la República Aristocrática y tuvo una larga vida de casi ochenta años en los que introdujo reformas interesantes, como el tabloidismo y el periodismo popular.
En el tercer capítulo se destaca a los periódicos de vida breve, de recursos escasos y tirajes limitados, que pese a la temporalidad de su difusión, también concitaron el interés en sus lectores en mérito de la credibilidad de sus autores, la calidad de sus plumas o las líneas editoriales opositoras, polémicas o comprometidas que exhibieron. La mayoría ensayaron modalidades periodísticas que no se han vuelto a replicar en el diarismo local, probablemente porque respondieron a los fenómenos sociales de una época diferente. Es el caso del periodismo ideológico comprometido, abierta y explícitamente, con la defensa de doctrinas, ideas políticas y credos, que funcionó bajo gobiernos democráticos y cuando la política giraba en torno al liderazgo de un solo partido, la economía había iniciado un proceso de rápido crecimiento y diversificación, y una ofensiva educativa parecía augurar un futuro mejor para el Perú (Contreras y Cueto 2004: 200).
En el cuarto capítulo tratamos acerca de la producción periodística durante el convulso oncenio de Augusto B. Leguía, el primer presidente que en la historia del Perú republicano terminó su existencia en prisión tras ser derrocado y juzgado por un tribunal especial. Un período nefasto para la libertad de expresión, de asedios y atentados contra el periodismo opositor, sojuzgado por un régimen que tuvo “al lado de sus méritos y de sus servicios al país […] muchos aspectos censurables” (Basadre XIV, 2005: 300).
Son los años en que la prensa política fue silenciada, así como el debate de las ideas y, por lo tanto, la opinión pública (Planas 1994: 145). Una época en la que, en contraposición al amedrentamiento del periodismo diario, surgieron las revistas ilustradas limeñas que, por un lado, ponderaron la publicidad, el glamour y el sensacionalismo de los dorados años veinte; y por el otro, contribuyeron al nacimiento de la fotografía periodística y el periodismo gráfico.
En el quinto capítulo se pone en evidencia una etapa violenta para el periodismo, el Perú y el mundo. En el plano internacional, son los años de la entreguerra y la desconfianza mundial; en el plano local, el período de las persecuciones políticas, las leyes restrictivas, el surgimiento de nuevos movimientos sociales que irrumpen en la vida y el pensamiento intelectual a través de la prensa (Víctor Raúl Haya de la Torre y el aprismo, José Carlos Mariátegui y la izquierda, la Unión Revolucionaria y el fascismo), que cambiaron el rostro de la política (Aljovín y López 2005: 13). Una época de golpes de Estado y regímenes liderados por