María Mendoza Micholot

100 años de periodismo en el Perú


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una esperanza frente al yugo militar, la crisis económica y la ilegitimidad institucional del Perú, para implantar un nuevo proceso de gobierno que, finalmente, fracasó.

      Que Manuel Pardo muriera asesinado de un tiro en la espalda a la entrada del Congreso, el espacio de diálogo por excelencia, luego de corregir en El Comercio las pruebas de imprenta de un discurso en el que defendía la idea del consenso político, es un símbolo de lo difícil de su tarea y del grado de violencia que exhibieron las fuerzas contra las que se enfrentó (Mc Evoy 2004: 67).

      Carmen Mc Evoy, historiadora especializada en el primer civilismo, destaca la repercusión que tuvieron los asesinatos de los presidentes José Balta (1872) y Manuel Pardo (1878), reconocidos como los magnicidios más violentos del siglo XIX y producto de conspiraciones militares fallidas, como la encabezada por los hermanos Gutiérrez (1872), o de graves tensiones políticas, como las del período 1872-1876, cuando se perpetraron “[…] 16 movimientos subversivos y motines, diez montoneras, siete conspiraciones, tres asonadas y un par de intentos de asesinato del presidente de la República” (Mc Evoy 2007: 257).

      En estos años, Basadre señala la labor de la Revista de Lima (1859-1863), fundada por un grupo de notables, entre ellos Manuel Pardo. En 1860 aparecieron los periódicos La Independencia y El Progreso Católico.1 Porras Barrenechea resalta La América (1862-1865), La Época (1862), El Mercurio (1862-1865), El Perú (1864), El Bien Público (1865) y El Tiempo (1864), que era redactado por Nicolás de Piérola, entonces un joven seminarista arequipeño convertido en comerciante, luego periodista y cuya primera incursión en la política, como ministro de Hacienda de Balta, no presagió el protagónico futuro que tendría en la historia del Perú.

      AparecióEl Nacional (1865-1903), un gran diario no solo por su formato (59 por 40 centímetros), sino por su influencia política. De tendencia inicialmente liberal, defendió al Partido Civil; fue fundado por Juan Francisco Pazos, Rafael Vial y José Francisco Canevaro. Entre sus firmas más destacadas aparecen Agustín Reynaldo y Cesáreo Chacaltana, Francisco Flores Chinarro, Manuel María del Valle y el escritor Andrés Avelino Aramburú.

      Junto a ellos estaban el semanario humorístico La Sabatina (1871-1873) de Luis E. Márquez, y La República (1871-1872), de Eugenio Larrabure y Unanue. La Patria (1871-1882), uno de los pocos en cubrir los últimos días de Balta y defensor de la Casa Dreyfus en los empréstitos sobre el guano, fue fundado por Federico Torrico y Tomás Caivano, después pasó a ser conducido por Pedro Alejandrino del Solar y José Casimiro Ulloa.

      Otro medio influyente de larga data fue La Opinión Nacional (1873-1913), fundado por Andrés Avelino Aramburú, su único director y propietario. Diario político y civilista, en él destacaron las plumas de Manuel María Rivas, Ricardo Dávalos y Lissón y Agustín Reynaldo Chacaltana. Salió el 1 de diciembre de 1873 como un diario de la tarde, “bajo los auspicios del primer gobierno civil, presidido por don Manuel Pardo”, como rememoró la revista Prisma (16 de octubre de 1905). Se publicaba todas las noches, con excepción de los feriados. Fue uno de los estándar de mayor tamaño que haya circulado en Lima y en el país (69 por 42 centímetros), más grande que El Nacional y El Comercio en ese momento. Solo tenía cuatro páginas y se vendía, como otros diarios de la época, por suscripción y por números sueltos, que costaban entre 3 y 5 centavos.

      A la lista se sumaba un grupo de medios religiosos encabezados por el clerical La Sociedad (1870-1907), diario pierolista, dirigido primero por un grupo de intelectuales y luego, en 1871, por el presbítero Manuel Tovar. Y, finalmente, “el periodismo chico”, que bajo títulos sugerentes y satíricos pusieron de moda, con ingrata recordación, el sensacionalismo y amarillismo al servicio de la política (La Serpiente, La Linterna del Diablo, El Cascabel, La Broma, La Bala Roja, La Banderilla, La Mascarada, La Caricatura, La Butifarra, La Campana, El Brujo, El Liso, La Zamacueca, El Cencerro, Don Quijote, El Gallinazo, entre otras) (recuadro 3).

       Amarillismo del siglo XIX

      Aún no había estallado el fenómeno sensacionalista de Pulitzer y el amarillismo de Hearst en Estados Unidos cuando aquí el diario La Mascarada publicó, el 15 de agosto de 1874, una macabra caricatura que, cual nefasto vaticinio, pronosticó el asesinato de Manuel Pardo. Una semana después, el presidente sufrió un atentado, del cual salió ileso. Los que no salieron bien parados fueron el editor de la publicación, Augusto Mila de la Roca, y el caricaturista, Joaquín Rigal, quienes fueron acusados de excitar a la rebelión y al homicidio.

      Este incidente ha quedado perennizado como uno de los excesos cometidos por la prensa en esa época, aunque no fue el único.

      El Cencerro, otro diario chico, se caracterizó por los dardos que lanzó contra el Ejecutivo y el Legislativo pardistas en su sección “Politicomanía”; mientras que La Campana, cuyo nombre evocaba a los campanarios de las iglesias y cómo estos daban cuenta de los principales sucesos de la ciudad durante la Colonia, hizo amarillismo puro cuando ‘inventó’ la noticia de un levantamiento en el Cusco en contra de ese régimen. Su eslogan era: “Periódico caliente que ni verdades calla ni mentiras consiente”.

      Opositores al régimen de Balta fueron El Nacional y El Comercio, entonces los dos diarios más importantes de Lima y ambos clausurados en 1871 y 1872, respectivamente, por defender la causa civilista. Una posición editorial similar asumiría después La Opinión Nacional. En cambio, La Patria, La Sabatina y La República se colocaron en la oposición al gobierno de Manuel Pardo, junto a La Sociedad y la prensa sensacionalista de la época.

      La lista de 114 firmas que suscribieron el acta fundacional de la Sociedad Independencia Electoral —asociación política fundada el 24 de abril de 1871 y germen del Partido Civil— no solo muestra el perfil social de las fuerzas que representó Manuel Pardo y Lavalle, sino a los personajes del mundo de la prensa que lo apoyaron: el director de El Comercio, Manuel Amunátegui, el redactor, periodista y administrador de la Sociedad Tipográfica, José Ayarza, y los periodistas Agustín Reynaldo Chacaltana y Paulino Fuentes Castro. Además, en los medios civilistas escribían intelectuales con presencia en las aulas del Colegio Guadalupe y la Universidad de San Marcos, que apoyaron la candidatura civil (Mc Evoy 2004: 45, 49) (recuadro 4).

      La campaña electoral de 1871 es particularmente interesante para evaluar las relaciones prensa-poder en el siglo XIX, en la coyuntura del ascenso a la presidencia de Manuel Pardo y la estrategia que siguió el entonces candidato para movilizar a la opinión pública y “obtener el poder político que permitiera llevar a cabo las transformaciones estructurales requeridas por el país” (Mc Evoy 1994: 303).

      La Sociedad Independencia Electoral debió interactuar e integrarse políticamente con las más importantes provincias y departamentos, así como controlar y manipular la información periodística que viajaba de Lima a los departamentos —y viceversa— para que la capital fuera caja de resonancia de los problemas del país, “y que la opinión pública limeña y provinciana estuviera informada de lo que sucedía a nivel nacional” (Mc Evoy 1999: 135).

      Además de contar con el apoyo de un grupo de medios influyentes, la estrategia implicó dos actividades muy importantes: de un lado, el envío postal de cartas, retratos y periódicos que, como un ritual político, se leían en voz alta en lugares públicos e incluso al aire libre.

      En segundo lugar, Pardo contó con un equipo de corresponsales o informantes que le remitían abundante información sobre lo que sucedía en sus jurisdicciones. Bajo una red bien organizada, podían cumplir varias funciones proselitistas en sus lugares de origen, como coordinadores de la política departamental, agentes electorales, organizadores de mesas o ‘cabecillas del pueblo’, y activistas.

      Los corresponsales eran de origen