prensa en el país [bajo el régimen cacerista] y porque “[…] los guardias puestos por la autoridad en esta imprenta […] fueron retirados como consecuencia del pago de la multa”.
En el editorial del 21 de noviembre de 1894, El Comercio respondió a las críticas de El Nacional y ratificó su apoyo a Piérola:
Se nos califica de pierolistas, a nosotros, que hemos combatido la política del señor Piérola cuando ejerció poder omnímodo, en 1880, y cuando se presentaba al frente de sus falanges populares en 1890; porque hoy, que no tiene igual poder, no queremos tomar parte en el coro de denuestos que se le dirigen. Si en El Nacional fueran capaces de comprender ciertas cosas, comprenderían que eso no es ser pierolistas, sino decentes.
En cuanto al recuerdo que se hace de la clausura de El Comercio por el señor Piérola, durante su dictadura omnímoda, podrá quizás mortificar a este caballero, no a nosotros porque suponemos que harto le habrá pesado esa injustificable medida, contra un diario que no cometió otra falta que procurar impedir los arreglos que se proyectaban con la casa de Dreyfus, por considerarlos dañinos para el país; arreglos que han resultado siendo no solo malos para el Perú, como nosotros presumíamos, sino también, y mucho, para el señor Piérola, personalmente.
Por lo que a nosotros respecta, esa injustificable medida no puede afectarnos en manera alguna; porque no prueba otra cosa sino que la dictadura y El Comercio no caben juntos en el mismo país.
Otros diarios que respaldaron el pierolismo fueron La Patria, La Sociedad, El País y El Tiempo. Este último fue fundado el 16 de mayo de 1895 por el periodista colombiano Manuel Antonio Hoyos, quien saludó la toma de mando de Piérola en agosto de ese año. La Ley, fundado el 1 de febrero de 1897, fue vocero del Partido Civil; ese año el Partido Liberal Democrático puso en circulación La República.
Recuadro 6
La Coalición Nacional
Contreras y Cueto sostienen que Piérola supo aprovechar el desgaste de los militares en el poder y pactar oportunamente con el Partido Civil a pesar de que en el pasado había sido su enemigo, en ocasión del contrato Dreyfus y durante el gobierno de Manuel Pardo. Cotler añade que el triunfo del pierolismo fue indicador de la persistente debilidad política del sector burgués, de la vigencia política de las oligarquías regionales precapitalistas y, paradójicamente, del desarrollo capitalista del país, que dio origen al desplazamiento de las autonomías regionales y sus grupos de poder (Cotler 2005: 134).
El acuerdo demócrata-civilista, la alianza de Piérola con sus antiguos enemigos, dio origen a la Coalición Nacional que sirvió para colocar al Partido Civil nuevamente en el poder. Basadre recoge unas declaraciones de Paulino Fuentes Castro, director del Diario Judicial, años más tarde, a la revista Mundial (4 de febrero de 1921), quien señala que la alianza demócrata-civilista se acordó en una sesión de junta directiva del Partido Civil, en la que el voto a favor fue mayoritario.
Piérola acogió la adhesión civilista con simpatía y consecuencia. No faltó quien afirmara que su gran ambición política fue entonces la de convertirse en jefe del Partido Civil; hipótesis contradicha por el funcionamiento activo y robusto del Partido Demócrata en aquella época. Fuentes Castro cuenta que tanto Francisco Rosas como Luis Carranza [ambos miembros del comité civilista en aquellas elecciones] le decían: Si nos hubiéramos aliado con Piérola hace veinte años, el país no habría perdido ese tiempo en convulsiones revolucionarias y en trastornos económicos (Basadre XI, 2005: 52-53).
En 1894, los principales partidos en actividad eran el Civil, fundado por Manuel Pardo en 1871; el Demócrata, de Nicolás de Piérola, creado en 1884, y el Constitucional o Cacerista, de Andrés Avelino Cáceres, que apareció el mismo año. En 1891, Manuel González Prada había fundado el Partido Unión Nacional, del cual se alejó en 1902. El Partido Radical nació en 1898 y en 1901 el Partido Liberal del líder provinciano Augusto Durand (Huiza et al. 2004: 180).
2.1 Piérola y el periodismo
La figura de Nicolás de Piérola permite estudiar las relaciones que la prensa ha mantenido con el poder.
Durante su segundo mandato, el caudillo demócrata estableció nuevas reglas de juego, una de las cuales fue la desaparición del cuestionado “delito de opinión” que, como hemos analizado, aplicó en su primer mandato, cuando llevó a prisión a los directores de los principales diarios capitalinos.
Con esta medida, aparentemente, se redujeron los frenos que se habían impuesto sobre articulistas, periodistas o editorialistas amenazados con terminar sus días en prisión si el contenido de sus comentarios había disgustado al gobierno de turno. Esto explica la cobertura y las ediciones extraordinarias que algunos periódicos le brindaron, desde el 17 hasta el 23 de marzo de 1895, por su triunfo sobre Cáceres que significó el término de la guerra civil, como revela este aviso editorial de El Comercio:
Aviso editorial. Restablecida la libertad de imprenta en el Perú y con el advenimiento del nuevo régimen político, suplicamos a nuestros antiguos colaboradores y a las demás personas que están en condición de darnos noticias fidedignas de las provincias que se sirvan hacerlo a la mayor brevedad posible. No deben olvidar nuestros corresponsales que cada carta suya debe ser firmada, como garantía de autenticidad; aunque la firma no se publicará, sino en el caso de que se nos autorice especialmente para ello (El Comercio, 23 de marzo de 1895).
Porras Barrenechea refiere que durante este gobierno, la relación de Piérola con el periodismo mejoró. “Causa de su proficua administración la moderación de la prensa, o la conformidad de esta consecuencia del buen gobierno, el periodismo concedió durante estos años un saludable descanso a sus discordes pasiones, cuyo rencor se mitigó desde entonces” (Porras 1970: 38).
No obstante, al inicio de su mandato el pierolismo fue combatido por el cacerista La Opinión Nacional, cuyo director, Andrés Avelino Aramburú, fue acusado de encubrimiento cuando se negó a revelar las fuentes de dos denuncias sobre abusos de un grupo de gendarmes (recuadro 7). Al respecto, Basadre reseña lo siguiente:
El ministro de Gobierno ordenó que Aramburú quedara a disposición del Juzgado del Crimen. Desde la cárcel, escribió el inculpado un editorial altivo en el que protestó en nombre de los fueros de la prensa y desconoció la jurisdicción del magistrado que tenía la causa a su cargo […]. Se le ofreció la oportunidad de salir si pedía su libertad bajo fianza; pero se negó a ello y sostuvo que solo reconocería al jurado de imprenta, por el delito, si lo era, de haber acogido una denuncia en su periódico (Basadre XI, 2005: 87).
Ventilado el caso en la Corte Superior y luego en la Suprema, el notable periodista fue absuelto porque se reconoció, ya entonces, que no había encubrimiento en quien acoge una información en un periódico.
Este episodio merece un lugar en la historia del Perú. Aramburú triunfó en su negativa valerosa a aceptar el fuero común para lo que él creía un simple delito de imprenta, si lo había. Quedó demostrado, al mismo tiempo, que los hechos denunciados no eran sino una alarma de los vecinos. El Poder Judicial evidenció su independencia. El debate se hizo en público. El Gobierno, después de su enérgico gesto inicial, acató, frente a uno de sus enemigos más temibles, la sentencia de la Corte Suprema y el voto de la opinión (Basadre XI, 2005: 87).
En el último año de su mandato, Piérola sostuvo además frecuentes polémicas con el librepensador Manuel González Prada, a través de los semanarios anarquistas Germinal (1899-1906) y El Independiente (1899). La primera publicación dejó de salir a consecuencia de “un litigio judicial alrededor de la imprenta que lo editaba, removido por el Gobierno, según los perjudicados por ella”. A juicio de Basadre, las diferencias se fundamentaron en por lo menos tres razones: la inoperancia política del Partido Unión Nacional, la coyuntural popularidad del pierolismo y sus derivados, que constriñeron