de Heres al libertador, dando cuenta de la creación de un periódico con ese nombre: El Peruano (Gargurevich: 1991: 57).
Nació antes que El Comercio, pero existe discusión en torno a si el diario oficial es el decano de la prensa nacional. El hecho de que haya cambiado su periodicidad —fue semanario hasta junio de 1826, bisemanario en 1839 y también en períodos posteriores se publicó de manera interdiaria y diaria— no es el mayor reparo de quienes sostienen que El Peruano “quebró su línea de vida” (Guevara y Gechelin 2001: 73). Tampoco el cambio de su formato o que haya dejado de publicarse por largos períodos (algunos justificados, como los años de la ocupación chilena en Lima o durante los serios conflictos que vivió el país después de la independencia).
La principal objeción radica en que este antiguo diario cambió su nombre en diferentes momentos de su historia: El Conciliador (1830-1834), El Redactor Peruano (1835), La Gaceta de Gobierno (1836), El Eco del Protectorado (1836-1839) y nuevamente El Peruano en abril de 1839. Entre 1851 y 1853 salió con otro postón —Registro Oficial— y al año siguiente recuperó su nombre original: El Peruano (Gargurevich 1991: 58).
Estas consideraciones llevan a atribuir a El Comercio el título de decano de la prensa nacional, como lo describió la revista Prisma, el 16 de octubre de 1905 en su edición número 3:
El Comercio ha introducido al Perú la primera prensa de reacción, en 1855, y la primera prensa rotativa, en 1902; los primeros linotipos, en 1904, y el servicio noticioso del extranjero, por cable, en 1884. Es el decano de la prensa nacional y solo son más antiguos que él en Sudamérica el Jornal do Comercio, de Río de Janeiro, y El Mercurio de Valparaíso.
Lo que no está en discusión es el peso documental de El Peruano, como lo reconoció La Crónica (24 de febrero de 1923), cuando la edición del 8 de febrero se repitió el 24 de febrero:
Se está publicando [El Peruano] con una quincena de retraso, lo que a las claras representa un perjuicio para todos aquellos que necesitan dicha publicación como documento que haga fe […]. La publicación oficial, necesaria para dar valor a casi la mayoría de los actos del Parlamento y del Gobierno, se está publicando con marcado retraso.
Fueron directores de El Peruano personajes ilustres en la historia del periodismo, entre otros, Hipólito Unanue, Manuel Lorenzo de Vidaurre, Felipe Pardo y Aliaga, Bartolomé Herrera, Benito Laso, Manuel Atanasio Fuentes, José Santos Chocano, Abraham Valdelomar, Juan Pedro Paz Soldán, Enrique Castro Oyanguren y Abelardo Gamarra.
Numerosas investigaciones abordan el protagonismo de los periódicos a fines del siglo XIX, cuando se extiende en la sociedad el deseo de recuperar el país moral y materialmente después de la Guerra del Pacífico (Velásquez 2008: 31). Carlota Casalino Sen ha estudiado cómo la prensa canalizó la tradición de honrar la memoria de los héroes a través de las necrologías, de las cuales hoy solo quedan los avisos de defunciones:
En Lima, diversos personajes referían que se había extendido tanto dicha costumbre que prácticamente era una característica de la ciudad […]. Esta exaltación pública de las virtudes del difunto cobraba mayor importancia si se trataba de un personaje que había tenido actuación en los acontecimientos políticos más importantes del país. Un asunto que debemos considerar, es que a diferencia de la prensa actual, que entre sus objetivos principales está “brindar información objetiva y veraz”, la prensa del siglo XIX también fue un instrumento de debate, donde se exponían los proyectos e ideas de determinados sectores de la sociedad […]. En ese sentido, las necrologías de personajes públicos pudieron ser una herramienta perfectamente válida para la construcción del “hombre nuevo”, del nuevo ciudadano, ya que en ellas se hacían explícitas aquellas virtudes y cualidades que los ciudadanos debían no solo conocer y tener en mente, sino que debían incorporar como valores, principios y virtudes para realizar sus actividades cotidianas, tanto las de carácter público como las privadas (Casalino 2008: 135).
1.3 La lucha por la libertad de prensa
Un capítulo interesante en este breve recorrido por el periodismo político del siglo XIX se refiere a la libertad de prensa, piedra angular del resto de libertades ciudadanas y garantía de la democracia en el Perú, pero que en aquellos años no era irrestricta. Como anota Pedro Planas en su libro La república autocrática:
Podían los parlamentos deliberar con gran autonomía y hasta interpelar ministros y censurarlos. Mas con la prensa, los gobiernos del siglo XIX, en particular los numerosos caudillos militares, fueron muy intolerantes. Es probable que esta secuela de intervenciones y de clausuras a los periódicos pueda explicar —en parte— la ausencia de una vigorosa opinión ciudadana en nuestro primer medio siglo de vida republicana. Y aún después. Tras la guerra con Chile, con un Parlamento muy díscolo, revistas y periódicos sufrieron intempestivas clausuras (Planas 1994: 133).
Un hito importante fue el Estatuto Provisorio del 27 de diciembre de 1879, dado en el contexto de la Guerra con Chile, después de que Nicolás de Piérola, el Califa, asumiera el gobierno como Jefe Supremo de la República y tras el golpe de Estado contra el vicepresidente Luis La Puerta.
En su artículo 7, la norma garantizaba la seguridad personal, la libertad y la propiedad, el derecho al honor, la igualdad ante la ley, pero en el caso de la libertad de imprenta, añadía: “[…] quedando proscrito el anónimo, que se perseguirá y se castigará como pasquín. Los delitos cometidos por medio de la imprenta no cambian su naturaleza. En su consecuencia, se juzgarán por los tribunales respectivos” (El Comercio, 29 de diciembre de 1879).
José Perla sostiene en La prensa, la gente y los gobiernos (1997) que el estatuto, que fungió de Constitución, no colocaba bajo el manto de la libertad de prensa los escritos anónimos (como las informaciones sin firma y los editoriales), y más bien aseguraba una sanción ejemplar para las críticas sin firma contra las autoridades, sobre todo si provenían de la oposición. Los medios de la época no lo entendieron así, lo cual agravó la deteriorada relación que en ese entonces mantenían con Nicolás de Piérola, esta vez convertido en presidente de facto.
El historiador de El Comercio Héctor López Martínez sostiene que las “secciones que nunca se habían firmado, como el editorial, fueron penadas como anónimas” (López Martínez XIII, 2004: 75). Refiere también que al poco tiempo fueron detenidos por presunto desacato al estatuto los directores de los principales diarios de Lima: José Antonio Miró Quesada y Luis Carranza, de El Comercio; Cesáreo Chacaltana, de El Nacional; Andrés Avelino Aramburú, de La Opinión Nacional; Pedro Alejandrino del Solar, de La Patria; monseñor Manuel Tovar, de La Sociedad; Luis Faustino Zegers, de La Tribuna, y Eduardo Villena, de El Independiente.
El descontento de los periódicos en aquellos días se refleja en este editorial del decano, donde se defiende un principio hoy generalizado en las empresas periodísticas: la libertad de prensa debe ser irrestricta, incluso para aquellos que quieren expresarse anónimamente:
La libertad de prensa ha sido suspendida […]. El anónimo queda proscrito y el que desea [someter] a juicio público sus ideas, por medio de la prensa, está de hoy en adelante obligado a firmar sus escritos […]. Si bien es cierto que se ha abusado del anónimo, para deprimir reputaciones legítimas y dañar los más altos intereses […] pero del abuso no se deriva precisamente la conveniencia de suprimir una libertad (El Comercio, 29 de diciembre de 1879).
La crítica no fue admitida por Piérola, lo cual explica la serie de incidentes que se produjeron en los años sucesivos. Uno de ellos se dio cuando El Comercio cuestionó el contrato Dreyfus sobre la explotación del guano suscrito para solventar los gastos de la guerra. Además de editoriales, publicó dos cartas procedentes de París remitidas por Francisco Rosas, agente financiero del depuesto régimen de Prado, que daba cuenta de unas negociaciones más beneficiosas ante el Crédit Industriel.
Piérola, que no era todavía el