aspiraban al poder. Se estima que entre 1821 y 1856 circularon en Lima entre 128 y 150 periódicos (Miró Quesada 1991: 62). Estos primeros años de la vida independiente fueron alborotados. Nació una prensa política circunstancial y personalista que Raúl Porras Barrenechea (1970) ubica en su libro El periodismo en el Perú, entre 1827 y 1839. Estos periódicos daban importancia al comentario y la diatriba, a través del intercambio de editoriales y comunicados (cartas firmadas en su mayoría con seudónimos), que originaron una polémica “batalla de papeles”.
Los llamados ‘comunicados’ o ‘remitidos’, avisos cortos contratados por terceros a precios módicos, se convirtieron en un problema. Podrían ser la raíz de lo que hoy denominamos ‘avisos económicos’, pero sobre todo de los ‘trascendidos’, rumores o noticias no confirmadas. En sus orígenes, representaron secciones consagradas al público, que permitieron la difusión de asuntos doctrinarios o de documentos que convirtieron “esas páginas en tribuna ilustre” (Basadre III, 2005: 102). Lamentablemente, la difusión de contenidos de tipo personal, chismes, injurias y ácidas polémicas generaron serios dilemas éticos para los periódicos, como revela esta nota publicada tempranamente en El Comercio el 4 de julio de 1839, entonces bajo la dirección del chileno Manuel Amunátegui y el argentino Alejandro Villota:
A nuestros corresponsales. Hemos recibido en el mes que acaba de terminar varios comunicados y que no habiendo querido darles lugar en nuestras columnas nos han traído amargas quejas. Confesamos que no somos afectos a este género de publicaciones sino cuando tienen por objeto alguna cosa de interés público; en lo general incurren en revelaciones de la vida privada y manifestaciones mutuas de más o menos defectos personales, extraños al objeto de las publicaciones periódicas.
Consideramos exclusivamente nuestra propiedad este periódico, y por esto establecemos como principio, del que nunca nos desviaremos, que jamás se insertará en el Diario del Comercio [sic] ningún comunicado que directa o indirectamente se dirija contra alguna de las personas de nuestros suscriptores, y para que se excuse el remitírnoslos en lo sucesivo, a continuación insertamos la lista que contiene sus nombres (sigue lista). Con el gobierno no nos une más relación que la de respeto y consideración que en todas partes se merece la primera autoridad de la Nación.
Los comunicados se convirtieron en una sección característica en el decano, por lo menos en los primeros años (Basadre III, 2005: 101), y en otros diarios de la época, pese a los excesos que allí se perpetraban.
Porras critica que un medio como El Comercio, que nació como un diario de avisos, incluyera en su primer año esta “[…] sección repulsiva y amenazante, palestra del insulto y del anónimo, liza a veces de agudos contrincantes, los comunicados fueron la crónica escandalosa y desvergonzada que exhibía, como en un kaleidoscopio inmoral, impudores y bajezas que debieron quedar ocultos” (Porras 1970: 27-28). Luego, añade el historiador, El Comercio optó hacia 1840 por mantenerse al margen de la vida política, “sus editoriales rara vez rozaban la candente actualidad, que desmenuzaban los comunicados”. Adoptó imparcialidad y preocupación por “asuntos de más efectivo provecho que la política de partido para el país”, claves para su éxito y para la desaparición de varias hojas competidoras, “bien redactadas, pero obsesionadas por el interés político” (recuadro 2).
Recuadro 2
El debate sobre la esclavitud
La esclavitud estuvo en vigencia por más de trescientos años en el Perú. Cuando Ramón Castilla restituyó “sin condición alguna, la libertad a los esclavos y siervos libertos, cumpliendo solemnemente un deber de justicia social”, se atendió el reclamo de sectores intelectuales liberales y de segmentos de la opinión pública local e internacional que exigían terminar con esta forma de explotación humana sobre la cual se organizó la economía de la Colonia y parte de la República (Aguirre 2005: 180).
La venta de esclavos y la comercialización de sus servicios han quedado perennizadas en los avisos que publicaron los periódicos de la época, donde también se pueden hallar las propuestas a favor y en contra de una política de manumisión. El Estado pagó indemnizaciones a quienes fungían de ‘propietarios’, aunque la libertad no resolvió todos los problemas, señala Carlos Aguirre en su Breve historia de la esclavitud en el Perú. Una herida que no deja de sangrar (2005).
Diarios como El Peruano y El Comercio rechazaron “esta vergüenza”. El decano difundió en 1853, de manera seriada, La Choza del Tío Tom, novela abolicionista de Harriet Elisabeth Beecher Stowe, que se había publicado un año antes en Estados Unidos y Europa con notable éxito. La primera entrega se la dedicó a Alfonso González Pinillos, hacendado trujillano que el 23 de enero de 1852 otorgó la libertad a todos sus esclavos:
La choza del Tío Tom
Señor D.D. Alfonso Gonzalez Pinillos.
A vos señor, que libertando a 131 esclavos, vuestra propiedad por las leyes, escribisteis uno de los renglones elocuentes que tiene la historia de la abolición de la esclavatura, os dedican la traducción del libro de Mrs. Showe
Vuestros atentos y humildes servidores
Los editores del “Comercio” [sic]
(El Comercio, 21 de febrero de 1853)
Según César Lévano, hay que contemplar que:
El Comercio surgió en una época de caos y contiendas civiles, cuando el Perú republicano apenas afirmaba su personalidad histórica. Como The Times de Londres, fue un periódico independiente en el sentido de que no se banderizaba con ningún caudillo. Los partidos políticos no existían acá. Si se mantuvo y afirmó fue, sin duda, porque un sector ilustrado del país estaba harto de las hojas vociferantes que defendían a uno u otro aspirante al poder. Entre el rumor menudo y la diatriba de alcance palaciego, prefirió el primero. Pero El Comercio no se reducía a los comunicados o remitidos. Tomó posición por causas justas como la libertad de los negros o la servidumbre de los indígenas y asiáticos […] [sic] (Lévano 2011: 99).
Otro importante diario político en esta época fue El Heraldo de Lima (1854), de Toribio Pacheco, Juan Vicente Camacho y el destacado abogado y escritor Luciano Benjamín Cisneros; opositor a Ramón Castilla, llegó al extremo de publicar columnas en blanco en señal de protesta (Basadre IV, 2005: 245). Fue el primero en crear una sección informativa, que incluía noticias económicas, políticas y sus crónicas de la capital que se difundían todos los días, excepto feriados. Terminó clausurado por el régimen, lo cual fue un tácito e intimidatorio mensaje para toda la prensa. Con el mismo objetivo opositor e incisivo, circulaba el satírico El Murciélago (1855, 1867-1868 y 1879), fundado por Manuel Atanasio Fuentes, prolífico escritor y uno de los retratistas más ilustres de la capital (Herrera 2006).
En la segunda mitad del siglo XIX, la agenda política fue mucho más intensa y sobrecogedora, como la realidad misma en el Perú de aquellos años, lo que podría explicar la proliferación de nuevas publicaciones marcadamente preocupadas —y comprometidas— con la política y sus actores.
Fue un período de golpes de Estado sucesivos y de instalación de gobiernos militares presididos por los llamados ‘señores de la guerra’, que culminaron en cruentos conflictos internos, denuncias de corrupción diversas (tras la explotación del guano, los empréstitos que suscribió el Estado en su nombre o la construcción de los ferrocarriles) y una ola represiva gubernamental que cerró los diarios que pensaban diferente, hechos que convirtieron al más independiente de los periódicos en el más empeñoso activista político (Mc Evoy 2007: 51).
Diez administraciones, incluyendo las transitorias, se turnaron en el poder entre 1845 y 1872: Ramón Castilla (1845-1851), José Rufino Echenique (1851-1854), Ramón Castilla (1856-1862), Miguel San Román (1862-1863), Pedro Diez Canseco (1863), José Antonio Pezet (1864-1865), Pedro Diez Canseco (1865), Mariano Ignacio Prado (1866-1868), Pedro Diez Canseco (1868) y José Balta (1868-1871).