Enrique Dussel

El arte de argumentar: sentido, forma, diálogo y persuasión


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forma y contenido de los argumentos, así como el seguir determinadas reglas de interacción) para discutir con los demás, atacar y defender puntos de vista con cierta coherencia.

      En principio, el argumentador común y corriente puede decir si una defensa o un ataque cumplen con los requisitos de un buen argumento en un caso dado;4 es decir, somos evaluadores normativos de argumentos en la confrontación cotidiana de los discursos. Tenemos opiniones, las defendemos y atacamos las de los otros a partir de determinados criterios («es falso», «no parece posible», «suena muy bien», «yo he sabido que no es así», «tengo una experiencia diferente», «no me parece suficiente», «ese no es el punto», etcétera) sin que, en apariencia, nadie nos tenga que enseñar el arte de argumentar y contra-argumentar. Aunque en realidad lo que sucede es que vivimos insertos en prácticas sociales argumentativas.

      A las competencias lógico-dialéctica y lingüístico-discursiva, pragmática y hermenéutica se une nuestra competencia retórica que nos permite seguir diversas estrategias de persuasión del otro, acordes no sólo a la lógica sino a la lengua, a la cultura, al poder, a la ideología, a la emoción, a la creencia y al deseo. Llegado el caso, tratamos de persuadir a los otros por todos los medios de lo que nos parece justo, deseable, posible, probable, verosímil o verdadero. Lo hacemos dando un lugar al sentido traslaticio, por lo que Landeher define así la competencia retórica, pero que nosotros preferimos llamar competencia connotativa para atribuir a las palabras un sentido no literal (ya que lo connotativo no agota lo retórico):

      no sólo tenemos una conciencia muy neta de los sentidos figurados consagrados y lexicalizados de los vocablos y expresiones, sino que disponemos todos también de lo que podríamos llamar una «competencia retórica», una competencia que nos permite producir espontáneamente enunciados metafóricos [...] Todos tenemos el don de la ironía, de la paradoja o de la tautología.5

      Por último, argumentamos con base en la razón activa pero en ocasiones no llegamos a tanto, nos quedamos en el nivel de la intuición (en tanto razón sedimentada) o de la creencia. A la vez, indisociablemente, nos emocionamos, nos apasionamos con lo que creemos, o incluso damos al sentimiento valor de razón («Siento que me va a traicionar, lo vi en sus ojos; ¿te fijaste cómo le brillaban?») conforme a nuestras c ompetencias cultural-emocionales y de creencia.

       Definir la argumentación

      A partir del complejo mundo de competencias antes descritas, cada teoría formula una idea o definición de la argumentación.6 Así, para la lógica tradicional la argumentación es una estructura formal, de examen demostrativo de las pruebas, en donde se transfiere, en forma necesaria, la aceptabilidad de las premisas sabidas a la conclusión por conocer: «Todos los frijoles de ese saco son bayos, los frijoles que tienes en la mano salieron de ese saco, los frijoles que tienes en la mano son bayos». Existe en este caso un control del lenguaje, de las combinaciones de elementos, de las transformaciones, de los axiomas y se elimina la ambigüedad; aunque algunos requisitos (ambigüedad, control y combinación del lenguaje) se matizan en la medida que se avanza hacia las lógicas modernas de más de dos valores y hacia las lógicas dialécticas. El aporte de la lógica es que permite, a partir de reglas claras e invariables, deducir en forma necesaria una conclusión a partir de sus premisas.

      Para la lógica natural, una lógica de los contenidos, no hay que estudiar sólo los esquemas argumentativos tradicionales sino también los elementos lingüístico-discursivos que determinan los objetos del discurso. Tales objetos pueden ser nominales, como «democracia», «aristocracia» o «clonación», o de acción como «asesinar, «atacar». Desde este enfoque, argumentación es la teoría general de las operaciones lógico discursivas propias para engendrar una determinada esquematización7 del objeto en cuestión. Como de primera intención esta definición no es muy accesible, ilustrémosla con un ejemplo. Supongamos que en un texto se habla del «gobierno» y respecto de él se dice lo siguiente: «gobierno = actual, de derecha, como el del siglo XIX, vendepatrias, dictadura, de los ricos, de los criollos, de ellos». Es decir, lo que decimos del gobierno es una forma de determinar, de «esquematizar» la clase objeto «gobierno» y es por ello, en sí mismo, una argumentación natural que permite defender un cierto punto de vista y llevar al otro hacia cierta opinión o acción.

      Para la llamada (con cierta impropiedad) lógica informal, que busca acercarse al discurso ordinario y pone en el centro el diálogo racional, la argumentación es en sus formulaciones más abiertas la práctica social de presentar y criticar argumentos.8 En sus formulaciones más cerradas, «la argumentación es un proceso dialéctico que involucra la presentación de una posición que a su vez involucra el ofrecimiento de responder las cuestiones relevantes para la aceptación de la proposición».9 Para Govier, una «argumentación es [...] una pieza de discurso oral o escrito en el cual alguien trata de convencer a los otros (o a sí mismo) de la verdad de una pretensión (claim) citando las razones en su soporte».10 O sea que estos enfoques permiten comprender las argumentaciones desde una perspectiva lógica más novedosa, menos formal, más próxima a lo cotidiano y que busca favorecer —a través del diálogo— la convicción racional en la expresión de las opiniones y la toma de decisiones.

      Para la pragma-dialéctica, teoría dominante de la argumentación, ésta es «un acto de lenguaje complejo ligado a otro acto que expresa un punto de vista defendido de cara a la obtención de su aceptación por parte del auditor».11 Es decir, al hablar se actúa para prometer, confesar, jurar y en un segundo nivel se integran estos actos para argumentar algo. Esta teoría busca entender el argumentar crítico a través del diálogo racional partiendo de su contexto, de las fases de una discusión, de la comprensión del habla como acción y de la determinación de normas racionales que guíen el intercambio argumentativo.

      Cercana a la postura pragma-dialéctica, pero ligándola al discurso, está la definición de Jacobs y Jackson según la cual «las argumentaciones son eventos discursivos relevantes de desacuerdo (disagreement relevant speech acts)».12

      Para la antigua retórica, la argumentación es parte de la disposición de todo discurso jurídico. Dos de las cinco subpartes de este discurso (exordio, narración, confirmación, confutación y peroración) están dedicadas en especial al argumentar: la confirmación o prueba que retoma cada idea de la previa narración de los hechos o datos en juego en un discurso, para explicarla y, precisamente, confirmarla; y la confutación, donde se aportan o recrean las pruebas a favor y en contra de cada punto de vista en una discusión, tratando de combatir los argumentos que podrían ser o han sido avanzados por el adversario. En este enfoque, argumentar es el núcleo del discurso para la persuasión del otro.

      Para la nueva retórica, ya en la segunda mitad del siglo XX, la argumentación tiene por objeto «el estudio de las técnicas discursivas que permiten provocar o aumentar la adhesión de las personas a las tesis presentadas para su convencimiento»;13 supone la existencia de un contacto intelectual, un mínimo núcleo compartido que hace posible dialogar.14 Estas técnicas retóricas comprenden formas logicoides (v.gr. «Si el chimpancé es racional, también el hombre, ya que lo que tiene lo más tiene lo menos»), formas que fundan la estructura de lo real (ejemplos, modelos, analogías y metáforas: v.gr. «La paz se consigue si le das al pueblo pan y circo») y formas que se fundan en la estructura de lo real (v.gr. el nexo causal: «si la niña tiene marcas en el rostro es porque sus padres la golpearon, ya que las heridas no se hacen solas»).

      Para la teoría de la argumentación en la lengua (ADL), la argumentación es definida en forma mínima como un encadenamiento, una sucesión en el orden de las frases del tipo «argumento + conclusión»;15 es decir, argumentar es articular en la secuencia del discurso una o más razones dadas con un punto de vista fundado en elementos lingüísticos: «el gobierno se ha abierto a la inversión extranjera, pero a costa de dañar la planta productiva nacional»; la introducción del pero articula el discurso de manera tal que permite reconocer una razón antecedente («el gobierno se ha abierto a la inversión extranjera») a la vez que la niega y favorece la conclusión vinculada a la razón consecuente («a costa de dañar la planta productiva nacional»): podemos inferir, por