Elías Nandino

Elías Nandino. Prosa rescatada


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respiración. Me vino de golpe el conocimiento de que Xavier ya estaba muerto. No me asusté, sino al contrario, sentí consuelo.8

      Con este sueño, Elías Nandino comienza el duelo y la despedida; escribe «Décimas a un poeta difunto», compuesto por diez poemas. La mayoría de estos textos retoman las imágenes del sueño —elemento freudiano que Nandino estudió ampliamente en sus cursos de psicoanálisis, impartidos por el doctor Ignacio Ramírez en la Escuela de Medicina.

      Tu muerte sigue encendida

      en el oculto venero

      del misterio verdadero

      con que me cercas la vida.

      En el aire está escondida

      tu esencia, y embelesado

      en el lenguaje callado

      donde te escucho sin verte,

      vivo el área de tu muerte

      con que me tienes sitiado.9

      La experiencia del amigo ausente fue una constante en la vida de Elías Nandino, quien en varias entrevistas confesó sentirse mutilado a la muerte de Villaurrutia. Al publicarse las cartas que Villaurrutia le dirigía a Novo, Nandino se entera de que en una de ellas, su entrañable amigo confiesa: «“El único que me escribe con frecuencia es Elías, pero ya ves cómo es Elías: no sabe si uno puede resistir su entrega”. Esto me dolió y lastimó la imagen de Xavier, porque yo fui con él no sólo su amigo, sino su hermano».10 Las palabras que refiere Nandino son las siguientes y fueron escritas el 18 de noviembre de 1935:

      ¿Qué hace Roberto Montenegro? No le he escrito porque no sé cómo recibirá mi carta: en los últimos meses que pasé en México, tenía una actitud llena de reservas hacia mí. Carlos [Pellicer] y Agustín [Lazo] me han escrito poco; Elías lo hace con frecuencia y con ese cariño que pone en todas las cosas, un cariño rápido y como distraído: un cariño de médico que receta cariño sin haber auscultado lentamente al enfermo; sin saber si el enfermo resistirá la dosis de cariño que le receta.11

      Los textos ensayísticos donde Nandino habla de Villaurrutia poseen un valor testimonial y una crítica justa: se trata de un poeta hablando de otro poeta, ambos conocedores de los asuntos de la lírica universal e impulsores de la creación artística en el México posrevolucionario: Xavier Villaurrutia como integrante y promotor de los grupos Ulises y Orientación, renovador de la escena teatral mexicana, crítico, ensayista, dramaturgo y poeta; Elías Nandino como poeta y editor de importantes publicaciones periódicas como Cuadernos México Nuevo, Estaciones. Revista Literaria de México y Cuadernos de Bellas Artes donde publicó, entre otros títulos, la farsa Sea usted breve de Xavier Villaurrutia.

      Es Elías Nandino uno de los más autorizados para hacer notar la manera en la que aparece el tema de la muerte en la poesía de Xavier Villaurrutia; en sus palabras, en momentos se aprecia un desplazamiento hacia el discurso lírico: «Supo pues, este gran poeta, hacer circular en las venas de su poesía, toda una helada agonía que nos despierta el calosfrío de pensar que la vida es sólo un tiempo que nos da la ocasión, si la aprovechamos, de purificarnos». La poesía de Xavier Villaurrutia es salvadora —según el juicio del ensayista—. La muerte se convierte en una forma de purificación permanente, es compañera y nunca enemiga; es inherente al poeta, renace cada día y se convierte en su eterna compañera.12 «Epitafio» de Villaurrutia es uno de los poemas que más calan la entraña de Nandino:

      Duerme aquí silencioso e ignorado

      el que en vida vivió mil y una muertes.

      Nada quieras saber de mi pasado.

      Despertar es morir. ¡No me despiertes!13

      Aunque Elías Nandino reconoce la calidad literaria de algunos miembros de Contemporáneos, entre la escritura de los elogiosos ensayos sobre Villaurrutia y algunos otros comentarios vertidos en entrevistas, también hay críticas severas. En su ensayo «Panorama actual de la poesía mexicana» emite fuertes juicios sobre los integrantes del grupo, acusándolos de convertirse en una mafia cultural, una dictadura empeñada en ser una copia/reproducción extranjerizante, que habla desde la crítica literaria para elogiarse mutuamente o para destruir a sus adversarios. Además de las alabanzas a ciertas figuras icónicas de la poesía mexicana como López Velarde y González Martínez, el ensayista anula las aportaciones de sus contemporáneos y afirma que «el movimiento de este grupo hizo un tremendo mal a nuestra poesía […] se volvieron ciegos a nuestras tragedias, nuestros colores, nuestros paisajes y nuestras tradiciones […]». Si el ensayista critica e incluso anula las aportaciones literarias de los Contemporáneos, se debe a que como poeta no comparte la visión de una poesía intelectual hecha por y para intelectuales. Nandino es severo y parcial, sin embargo, el ejericio crítico-ensayístico permite al paso de las décadas valorar la producción de los escritores referidos por Nandino. La poesía para el ensayista debe tocar los sentimientos del lector. En «Balance de la poesía en 1967», Nandino atribuye que la falta de lectores de poesía se debe, entre otras cosas, a que los poetas no comunican y escriben textos indescifrables para quien los lee. La poesía tiene por obligación ser humana, sensible y se debe convertir en un ejercicio libre de los sentimientos y el pensamiento del hombre, al menos desde la apreciación del jalisciense. Sin lugar a dudas, los Contemporáneos se ocuparon por cimentar o afianzar las bases de una literatura mexicana —no nacionalista— y una naciente clase intelectual cosmopolita, no obstante, los ensayos de Elías Nandino donde los reduce a una copia de la literatura extranjera, también deben revisarse para poner en la balanza las verdaderas aportaciones de este grupo y las opiniones de quien fuera no sólo un poeta e intelectual de la época, sino un amigo y médico de los Contemporáneos. Las apreciaciones de Nandino se basan en su propia idea de lo que es la poesía y los grupos literarios.

      Una de las características del ensayo como género es la modificación de argumentos que, al repensarse, hacen que el ensayista cambie de opinión o replantee el asunto tratado con anterioridad. Si en «Panorama actual de la poesía mexicana», Nandino descalifica a los Contemporáneos, en su ensayo autobiográfico «Mi relación con los Contemporáneos» se incluye como parte del grupo y dice sentirse deudor en cuanto a las lecturas y formación intelectual:

      [A los Contemporáneos] les debo mi orientación en la lectura, mi ejercicio crítico y mi autocrítica. Con ellos adquirí agilidad mental para la respuesta instantánea y la fina ironía para el epigrama. Con Villaurrutia cruzamos influencias mutuas y creo que hasta contagio mental. Compartió mi vida médica y mis guardias en los hospitales, de donde le vino mayor responsabilidad humanitaria.

      Siendo muy joven, Elías Nandino se inició como lector de los románticos españoles como Gustavo Adolfo Bécquer, pero también con Juan Ramón Jiménez. Desde sus primeros años como lector descubrió a Manuel M. Flores, Amado Nervo y Enrique González Martínez, de quienes recibió sus primeras influencias, particularmente en libros como Espiral (1928) y Color de ausencia (1932) que tienen una profunda vena romántica y modernista. Pero si Nandino se nutrió de éstos y otros poetas, la verdadera sensibilidad humana la encuentra en el quirófano, en la sala de operaciones de Lecumberri o del Hospital Juárez, donde trabajó por muchos años. El propio Xavier Villaurrutia escribe en el prólogo a Eco (1934): «Yo lo he visto sostener, alternativamente, el lápiz del escritor y el bisturí del cirujano; escribir y operar; escribir con fiebre y operar con frialdad».14

      Si Elías Nandino hace hermosos retratos alrededor de escritores como Jorge Cuesta y Xavier Villaurrutia, también lo hará con el poeta Porfirio Barba Jacob, otro personaje marginado de las instituciones culturales de la época así como de los grupos literarios de poder. Este hombre también tiene una personalidad física digna de describirse, tal como se contruye en el retrato físico, intelectual y anímico que hace su amigo: «Hubo momentos en que llegué a creer que era de humo coagulado o de inmateria de endriago vagabundo. Mas en esta confusión de oscuridades, sólo su voz y el aleteo de sus manos lo diferenciaban de un monolito de obsidiana». El poeta que tomaba sus tragos de Tenampa y fumaba cigarros de marihuana, era un poeta cósmico, nacido del silencio; sólo tenía voz a través de su