Peter J. Briscoe

El discipulado financiero


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el Hijo del hombre no tiene dónde recostar la cabeza’.

      A otro le dijo: ‘Sígueme’. ‘Señor’, le contestó, ‘primero déjame ir a enterrar a mi padre’. ‘Deja que los muertos entierren a sus propios muertos, pero tú ve y proclama el reino de Dios’, le replicó Jesús.

      Otro afirmó: ‘Te seguiré, Señor; pero primero déjame despedirme de mi familia’. Jesús le respondió: ‘Nadie que mire atrás después de poner la mano en el arado es apto para el reino de Dios’” (Lc. 9:57-62).

      Vemos a tres individuos diferentes que están cara a cara con Jesucristo y sienten la compulsión interior de seguirle. Sin embargo, permitieron que otra cosa se interpusiera entre sus almas y la dedicación completa a él.

      Don Prisas

      Al primer hombre podríamos llamarle don Prisas. Se presenta voluntario con gran entusiasmo para seguir al Señor adonde sea. “Te seguiré a dondequiera que vayas”. Ningún precio sería demasiado alto; ningún camino demasiado arduo.

      Jesús le dijo: “Las zorras tienen madrigueras y las aves tienen nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde recostar la cabeza”. Es como si Jesús estuviera diciendo: “Ese hombre afirmaba que me seguiría a todas partes, pero, ¿estaba dispuesto a sacrificar las comodidades materiales de la vida? Las zorras viven más cómodamente que yo. Los pájaros tienen un nido que pueden considerar propio”. ¿Estaba aquel hombre dispuesto a sacrificar la seguridad y las comodidades de un hogar para seguir a Jesús?

      Según parece, ¡los bienes materiales eran más importantes para él que su dedicación a Cristo!

      Don Pausado

      Al segundo hombre podemos llamarle don Pausado.

      No es que mostrase un desinterés absoluto por el Señor o se negara a seguirle. Es que había algo que quería hacer antes. Puso sus propias exigencias por encima de las de Cristo.

      Fíjate en su respuesta: “Primero déjame ir a enterrar a mi padre”. Un hijo debe honrar a sus padres y, si un progenitor ha muerto, sin duda que es correcto que el hijo le proporcione un sepelio digno.

      Parece ser que aquel hombre no se dio cuenta de que después de escuchar el llamamiento de Jesús no debería haber pronunciado las palabras “Señor, primero…”. Si Cristo es Señor, debe ocupar el primer lugar. La tarea primordial de su vida debía ser propagar la misión de Cristo en la tierra.

      Según parece, ese era un precio demasiado alto para don Pausado.

      Si don Prisas ejemplificaba las comodidades materiales como un obstáculo para el discipulado, don Pausado nos puede hablar de un empleo o de una ocupación que toman precedencia sobre el motivo principal para la existencia de un cristiano. Sin duda que el empleo secular no tiene nada de malo. Dios quiere que trabajemos para cubrir nuestras necesidades y las de nuestra familia. Sin embargo, cuando llega el llamamiento debemos estar dispuestos a poner en primer lugar la misión de Cristo.

      Don Facilón

      Al tercer hombre podríamos llamarle don Facilón. Como el primero, se ofreció voluntario para seguir al Señor, pero al igual que el segundo también usó las palabras tabú: “Señor, primero…”. Le dijo: “Te seguiré, Señor, pero primero déjame que vaya a despedirme de mi familia”.

      Por sí sola, esta petición no tenía nada de malo. Es evidente que mostrar un interés amoroso por la familia no es contrario a los propósitos de Dios. Sin embargo, permitió que los vínculos familiares suplantasen el lugar de Cristo.

      Con una perspicacia penetrante, Jesús dijo: “Nadie que mire atrás después de poner la mano en el arado es apto para el reino de Dios”.

      Es como si Jesús le estuviera diciendo: “Quiero que quienes me sigan estén dispuestos a renunciar a los vínculos familiares, que no se distraigan con temas de familia, sino que me pongan por encima de todo lo demás en sus vidas”.

      Don Facilón abandonó a Jesús y se fue triste camino abajo. Sus aspiraciones demasiado confiadas para ser un discípulo se habían hecho trizas contra las rocas de los afectuosos vínculos familiares.

      Aquí vemos tres obstáculos principales para el verdadero discipulado.

       Don Prisas: el amor por la comodidad terrenal.

       Don Pausado: la precedencia de un empleo o una ocupación.

       Don Facilón: la prioridad de los vínculos familiares.

      ¡A lo largo de mi vida me he encontrado con estos tres señores varias veces! Una pareja joven que antepuso las comodidades del hogar al llamamiento de Cristo. Un joven empresario, un líder con un gran potencial, que pensó que su carrera profesional era un llamamiento más elevado que “el llamamiento hacia lo alto” de Jesús. El hombre de negocios que no podía abandonar su cargo en la empresa familiar, aunque esta casi estaba destruyendo los planos espiritual y relacional de su vida.

      No debemos desanimarnos en el proceso de hacer discípulos. Nuestra labor consiste en exponer claramente lo que Cristo demanda. Es triste que muchas personas en las que habíamos puesto nuestras esperanzas decidieran que el precio era demasiado alto.

      El Señor Jesús sigue llamando, como siempre lo ha hecho, a hombres y mujeres que le sigan de una manera heroica y sacrificada.

      4 Los discípulos son administradores

      “Cada uno ponga al servicio de los demás el don que haya recibido, administrando fielmente la gracia de Dios en sus diversas formas” (1 P. 4:10).

      Dentro de la vida moderna de la Iglesia, el término “mayordomía” se ha relacionado sobre todo con la ofrenda económica, pero en la Biblia no es así. Todo lo que tenemos (no solo el dinero, sino también la vida, el tiempo, el talento y, sobre todo, el gran don de la gracia de Dios en toda su plenitud) nos lo ha confiado Dios para que lo administremos, usándolo para él. Somos sus administradores, y un mayordomo no era más que un siervo confiable en cuyas manos su señor ponía la gestión de su casa y de sus negocios, e incluso la educación de sus hijos. El señor “delegaba” todas las cosas al cuidado de su mayordomo.

      “Que todos nos consideren servidores de Cristo, encargados de administrar los misterios de Dios” (1 Co. 4:1).

      Un ministro de Cristo debe ser un administrador a quien se confíe lo que Pablo llama “los misterios de Dios”: esa sabiduría secreta y oculta de Dios, esas verdades valiosas que solo se encuentran en la revelación de la Palabra de Dios y en ninguna otra parte. Los discípulos financieros, como mayordomos, son responsables de dispensar en todo momento estas verdades a las personas a quienes sirven, de modo que las vidas se transformen y se vivan sobre el fundamento de estas verdades notables sobre la existencia. Estos misterios, cuando se entienden, son el fundamento sobre el que se basan todos los propósitos de Dios en nuestras vidas.

      Cinco misterios

      ¿Cuáles son estos misterios o secretos? Estos son los cinco que considero primordiales:

      1. El “misterio del reino de Dios”

      “A vosotros se os ha revelado el secreto del reino de Dios; pero a los de afuera todo les llega por medio de parábolas” (Mc. 4:11).

      Esto conlleva la comprensión de cómo Dios obra en la historia, cómo actúa mediante los sucesos de nuestro día a día y de los tiempos pasados, y cómo usa esos sucesos que llenan los medios de comunicación para obrar sus propósitos. Es un misterio que podamos influir en los reinos de este mundo con el reino de Dios, aportando luz a un mundo en tinieblas.

      2. El “misterio de la maldad”

      “Es cierto que el misterio de la maldad ya está ejerciendo su poder” (2 Ts. 2:7).

      Necesitamos desesperadamente entender por qué nunca somos capaces de hacer ningún progreso en lo relativo a la resolución de los problemas humanos; por qué cada generación, sin excepciones, repite las luchas,