Peter J. Briscoe

El discipulado financiero


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nuestros productos. Había muchas inquietudes laborales, era una época muy difícil para hacer negocios, y durante todo ese tiempo yo anduve muy estresado. Recuerdo un domingo por la mañana, cuando estaba sentado en la iglesia y lo único en lo que pensaba era en cómo pagar las facturas al día siguiente. Yo era cristiano durante el domingo, pero el lunes era otra persona, y esa situación no es nada positiva.

      Alcanzar mis ambiciones me pasó factura. Al trabajar tantas horas y viajar, las relaciones en casa con mi esposa y mis tres hijos pequeños se deterioraron mucho. Mi salud se resintió y tuvieron que hospitalizarme. Mi relación con Dios era casi inexistente. Tenía problemas para integrar mi fe en mi vida cotidiana.

      Conocí a algunos empresarios cristianos que me invitaron a una reunión de oración y estudio bíblico un lunes a las 7 de la mañana. Allí conocí a unos discípulos que se tomaban muy en serio seguir a Jesús en su trabajo y en su vida familiar. Me ayudaron a gestionar mi vida, a recuperar el rumbo, a seguir a Jesús en casa, en mi negocio y en la iglesia. ¡Eran hacedores de discípulos!

      Quise descubrir cómo aplicar mi fe cristiana a mi vida cotidiana, cómo dirigir una empresa y cómo administrar el dinero. Descubrí esa enseñanza bíblica en el fundador de Compass, Howard Dayton, quien, junto con Larry Burkett, era pionero en ese campo. Viajé a Estados Unidos para participar en el taller “Negocios según el Libro”. Las lecciones que aprendí allí cambiaron mi vida laboral por completo. Mi esposa y yo tradujimos al holandés el curso “Gestionar las finanzas a la manera de Dios”, y nuestro punto de vista sobre la administración del dinero cambió del todo.

      Empecé a impartir esos cursos y durante los últimos 35 años he viajado a más de 50 países enseñando estos principios. Por medio de la aplicación y la enseñanza de verdades bíblicas sobre cómo hacer negocios y administrar el dinero descubrí que no se trataba tanto de que me convirtiera en un profesional de la empresa más cualificado de lo que era, ni de saber administrar mejor el dinero, aunque esto sea algo que conseguí. Se trata más bien de convertirse en seguidor de Jesús, de aumentar la intimidad con él, de verte libre para servir y para aumentar tu generosidad.

      En todos esos países busqué a hombres y mujeres “FAE”, es decir, personas que fueran fieles, accesibles y educables. Junto a ellas he contribuido a crear organizaciones nacionales en más de 50 países de Europa y África, para ayudar a otros a seguir a Jesús en sus negocios y con su economía.

      En dos ocasiones fui llamado a abandonar mi trabajo empresarial para servir a tiempo completo en este ministerio de creación de discípulos por todo el mundo. Primero, dejé mi puesto de director de la empresa química, y más tarde otro como director de un negocio especializado en los viajes aeroespaciales, para crear movimientos con los que discipular a las personas, sobre todo en las áreas de la empresa y la economía. Fundé Europartners, donde serví durante doce años como presidente, un movimiento de ámbito europeo centrado en cristianos que se mueven dentro del ámbito empresarial y profesional, que ayudan a otros a encontrar a Cristo y a seguirle, haciéndose discípulos en el terreno económico. Pasé algunos años como vicepresidente internacional de Crown Financial Ministries, después de lo cual trabajé como director regional para Europa de Compass - Finances God’s Way, las finanzas a la manera de Dios, ayudando a hacer discípulos financieros.

      Pero, ¿qué es un discípulo financiero?

      Un discípulo financiero tiene una visión clara para ver cómo cada seguidor de Cristo en cualquier país vive conforme a los principios financieros de Dios en cada faceta de su vida, tanto personalmente como en su trabajo, su familia y su comunidad. Tan solo imagínate que todos los negocios fueran justos y honestos, entornos en los que las personas vivieran con fidelidad y plasmasen los principios financieros que Dios requiere. Creo que entonces todos los empleadores y todos los clientes tendrían prosperidad y bienestar. Imagina que una familia viviera fielmente conforme a los principios financieros de Dios. En ese matrimonio no habría discusiones, los hijos crecerían sabiendo cómo administrar sabiamente su dinero, la familia tendría un futuro próspero. Nuestras iglesias estarían respaldadas plenamente por discípulos financieros generosos y habría personas que se presentarían voluntarias para hacer trabajos en la iglesia. Muchos se liberarían de la carga de las deudas, y quedarían libres para entregar su tiempo y sus talentos al servicio de su prójimo.

      El discípulo financiero ayudará a otros a seguir a Jesús con su dinero y sus bienes materiales, de modo que puedan experimentar la actividad del propio Cristo en sus vidas cotidianas.

      Mientras escribo este libro estoy cerca de cumplir 70 años y he seguido conscientemente a Cristo desde que tenía 16. El viaje del discipulado ha tenido muchos altibajos; he bajado colinas, atravesado valles, subido montes ¡y vuelta a bajar! Sin embargo, el llamamiento de Jesús hacia lo alto sigue siendo firme.

      Creo de corazón que la economía es la punta de lanza del discipulado. La manera como usamos nuestro dinero refleja directamente nuestras prioridades. Recuerdo que un mentor anciano y sabio me dijo: “Enséñame tu cuenta bancaria y te diré para qué vives, cuáles son tus prioridades. Si dices que Dios es lo más importante de tu vida y esto no queda reflejado en esa cuenta bancaria, te estás engañando a ti mismo”.

      Basaba este comentario en las palabras de Jesús “porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mt. 6:21). Tu dinero sigue a tu corazón y, si queremos seguir a Jesús con todo nuestro corazón, nuestro dinero también debe seguirle.

      Esto es el discipulado financiero. Antes que nada, un discípulo financiero aprende a administrar el dinero y los bienes como Dios quiere, aplicando principios bíblicos a cada área de su vida: la familia, el trabajo, la iglesia, los círculos sociales. Entonces, el discípulo financiero se convierte en un maestro obediente, comprometido con el mandato de Jesús de “id y haced discípulos… enseñándoles a obedecer todo lo que os he mandado”.

      Primera parte:

      El discipulado

      1 ¿Qué es un discípulo?

      ¡Los cristianos primero fueron llamados “discípulos”! Quizá esto te sorprenda un poco porque estamos acostumbrados al término “cristianos” para referirnos a los seguidores de Jesús. El apelativo “cristiano” es mucho más popular que “discípulo”, pero la Biblia habla mucho más de discípulos que de cristianos. Fue en Antioquía, donde Pablo y Bernabé enseñaban, “donde a los discípulos se les llamó ‘cristianos’ por primera vez” (Hch. 11:26).

      En el siglo I, todo el mundo sabía lo que era un discípulo, porque estaban muy extendidos en su cultura. Un discípulo era alguien que se apegaba a alguien más entendido, sabio o experimentado para aprender de esa persona. El término griego que se usa para “discípulo” es mazetes, que significa aprendiz, y la persona con quien estaba relacionado era un didaskalos, que significa maestro. Los griegos usaban el sistema maestro-discípulo para educar a las personas, durante el transcurso habitual de sus vidas, experimentando juntos los sucesos cotidianos. Normalmente, vivían juntos y compartían experiencias, aprendiendo unos de otros.

      Jesús empleó el mismo método para formar a sus discípulos, quienes constituirían el núcleo del nuevo movimiento. En las escuelas griegas de la época, los alumnos, en su calidad de “discípulos”, no tenían que estar sentados en un aula cada día, sino que aprendían paseando, observando y debatiendo con su maestro. Según la concepción griega, el discipulado conllevaba seguir, imitar y aprender.

      Marcos nos dice que Jesús “designó a doce, a quienes nombró apóstoles, para que lo acompañaran y para enviarlos a predicar” (Mc. 3:14). Por lo tanto, el fundamento del discipulado es estar “con él” en una relación cotidiana, aprender de él y ser “enviados” a ministrar a otros de la misma manera.

      Una buena definición de un discípulo es la que acuñó un pariente lejano mío, Stuart Briscoe.

      “Un discípulo es una persona que mantiene una relación constante con Jesucristo, una relación que transforma la vida, y que comparte con alegría con otros lo que él