Peter J. Briscoe

El discipulado financiero


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de su misión en Marcos 10:45, exponiendo con toda claridad qué era lo que vino a hacer. “Porque ni aun el Hijo del hombre vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos”.

      Su misión consistía, sencillamente, ¡en servir a otros y darles libertad!

      La misión de un discípulo es, antes que nada, servir. Servir significa buscar el beneficio de otros y ayudarles a alcanzar lo que sea mejor para ellos. Servir es amar y Jesús nos llama diciendo: “ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser, con todas tus fuerzas y con toda tu mente” y “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Lc. 10:27).

      Como discípulos, debemos servir a los propósitos del Señor y obedecer todos sus mandamientos. La consecuencia natural de nuestro servicio a Dios es amar y servir a nuestro prójimo, tratándolo como nos gustaría que otros nos tratasen. El servicio es el amor en acción.

      La segunda parte de la misión de un discípulo, que es seguir a su Maestro, consiste en entregar su vida como rescate para dar libertad a otros. La libertad tiene dos dimensiones: ser libres de las cosas que nos atan y ser libres para hacer lo que queremos hacer.

      Dios nos puede usar para liberar a las personas de la ansiedad, la preocupación, las deudas, el materialismo, el consumismo, la codicia y la idolatría.

      Entonces, podemos ayudar a los demás a ser libres para conocer a Dios, amarle y servirle, y para amar a nuestro prójimo. Libres para ser generosos y estar satisfechos. Libres para estar disponibles para la obra del Señor. Libres para poder alcanzar los objetivos de nuestra vida.

      ¿Te unirás a Jesús en su misión de servir a los seres humanos y darles libertad?

      2 El precio del discipulado

      El coste de seguir a Jesús como discípulos no es poca cosa. Cuanto más valioso es algo, más caro se vuelve. “Luego dijo Jesús a sus discípulos: Si alguien quiere ser mi discípulo, tiene que negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirme” (Mt. 16:24).

      Jesús presenta un tremendo desafío a quienes desean ser discípulos financieros, aprender de él y seguirle. Llevar tu cruz cada día supone depositar sobre el altar de la obediencia a Dios tus propios deseos y ambiciones. Su voluntad y su plan para mi vida deben ser lo primero, porque su plan tiene como objetivo primordial el bienestar de nuestras almas. Todo lo que se interponga en el camino del seguimiento a Jesús (los bienes materiales, la ambición, los deseos) debe ser llevado a la cruz y depositado a sus pies. Esto producirá una recompensa eterna en proporción a nuestra obediencia.

      Nada ni nadie debe tener prioridad sobre la obediencia al Maestro. El discipulado barato no existe. Seguir a Jesús tiene un precio; este precio es la negación de uno mismo. Por consiguiente, debemos darnos cuenta de cuál es el precio de seguir a Jesús, que inevitablemente nos llevará a una cruz; ¡ese es el camino que tomó él! Se nos desafía a entregar al Padre todo lo que poseemos, de modo que él pueda utilizar conforme a sus propósitos cualquier cosa que le demos. ¡Recuerda que lo que ponemos en sus manos él lo multiplica y lo usa para nuestro beneficio!

      Jesús afirmó enfáticamente que “cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes no puede ser mi discípulo” (Lc. 14:33).

      ¡Emprender el viaje del discipulado financiero significa entregarnos plenamente al señorío de Cristo!

      Esto es lo que describe vívidamente Jesús en Lucas 14…

      1 Cristo ES la prioridad: “Si alguno viene a mí y no sacrifica el amor a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, y aun a su propia vida, no puede ser mi discípulo” (Lc. 14:26).

      2 Niégate a ti mismo: “Y el que no carga su cruz y me sigue no puede ser mi discípulo” (Lc. 14:27).

      3 Calcula el precio: “Supongamos que alguno de vosotros quiere construir una torre. ¿Acaso no se sienta primero a calcular el coste, para ver si tiene suficiente dinero para terminarla?” (Lc. 14:28).

      4 Renuncia a todo y síguele: “De la misma manera, cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes no puede ser mi discípulo” (Lc. 14:33).

      El Señor dijo en repetidas ocasiones “el que renuncie a su propia vida por mi causa la encontrará”. De hecho, de entre todas sus afirmaciones, esta es la que figura con mayor frecuencia en los cuatro evangelios, más que casi cualquier otra cosa que dijo. (Ver Mt. 10:39; 16:25; Mc. 8:35; Lc. 9:24; 17:33; Jn. 12:25). ¿Por qué se repite tanto? ¿No será porque establece uno de los principios más fundamentales de la vida cristiana, a saber, que la vida invertida en uno mismo es una vida perdida, pero la vida entregada a Dios se encuentra, se salva, se disfruta y se guarda por toda la eternidad?

      Y si se puede decir que la vida del verdadero discipulado es la vida espiritualmente más satisfactoria del mundo, se puede afirmar con la misma certidumbre que será la más recompensada en la era venidera. “Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces recompensará a cada persona según lo que haya hecho” (Mt. 16:27).

      William Borden, que nació en el seno de una familia estadounidense acomodada, asistió al Seminario de Princeton y se licenció en Yale. A pesar de su educación de clase alta, sus viajes por todo el mundo le revelaron la necesidad de Jesucristo que tenía el mundo pagano y decidió hacer que sus decisiones apuntasen a ese objetivo. Mientras Borden se formaba para una vida de servicio al pueblo de los Kansu en China, su corazón y su esfuerzo se centraron de maneras muy prácticas en las viudas, los huérfanos y los discapacitados de los callejones de Chicago. Borden, un hombre callado pero carismático, procuró con diligencia ganar a otros jóvenes universitarios para Cristo y para su servicio.

      Su llegada a Egipto en 1913 quedó marcada, trágicamente, porque contrajo meningitis espinal. La noticia de su muerte prematura a los 25 años de edad apareció en prácticamente todos los periódicos de Estados Unidos como testimonio de Cristo. Aunque desde el punto de vista humano “desperdició” su vida, tanto esta como su muerte han sido un testimonio y un reto incluso más allá de su propia generación: “el de tener a la vista los valores eternos”.

      Por lo tanto, el hombre realmente bendecido en el tiempo y en la eternidad es aquel que puede decir, como hizo William Borden: “Señor Jesús, por lo que respecta a mi vida, aparto mis manos. Te coloco en el trono de mi corazón. Cámbiame, límpiame, úsame como desees hacerlo”.

      Dallas Willard dijo: “El coste de no discipular es muy superior al coste de discipular. El discipulado es una ganga”. En otras palabras, Jesús no está hablando de hacer un sacrificio porque sea lo correcto; está hablando de un sacrificio que en realidad se convierte en una inversión que arroja dividendos.

      Jesús nos invita a que hagamos un análisis de costes/beneficios y a que tomemos una decisión sabia. El tipo de sacrificio al que nos llama Jesús no es aquel que nos deja sin nada, sino un sacrificio que se convierte en una inversión, igual que plantar cosechas que, al final, producen rendimientos centuplicados.

      ¡Nos llama a invertir! Nos dice que lo vendamos todo, como el mercader que encontró la perla de gran precio y vendió todo lo que tenía para “comprar” el reino, ¡porque de hecho tiene un valor infinitamente superior a todo lo que tenemos ahora!

      Jim Elliot, el misionero que fue a Ecuador y que perdió la vida a manos de los mismos indios a los que estaba predicando el evangelio, dijo: “No es un necio el que entrega lo que no puede conservar para obtener lo que no puede perder”.

      Es decir, que el discipulado no consiste en el sacrificio. Al principio nos da la sensación de que es así, porque damos todo lo que tenemos para obtener el reino, pero al final la vida que recibimos es muchísimo más valiosa que cualquier sacrificio que hayamos hecho. “Apostarlo todo” al reino es un negocio fabuloso; no hay necesidad de diversificar la cartera de valores. En otras palabras, el discipulado de Jesús es la mejor oportunidad de inversión que pueda tener jamás un ser humano.

      El misionero C. T. Studd exclamó: “Si Jesucristo es Dios y murió por mí, ningún