Peter J. Briscoe

El discipulado financiero


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      ¿Y qué podré yo darte a Ti

      a cambio de tan grande don?

      Todo es pobre, todo ruin.

      Toma, ¡oh Dios!, mi corazón.

      3 Los términos del discipulado

      Estos son los términos del discipulado tal como los estipuló el salvador del mundo.

      1. Arrepentirse y creer

      “Se ha cumplido el tiempo —decía—. El reino de Dios está cerca. ¡Arrepentíos y creed las buenas nuevas!” (Mc. 1:15).

      Jesús inició su ministerio público con un llamamiento muy claro al arrepentimiento. Debíamos apartarnos de nuestros viejos caminos, que eran diametralmente opuestos a los caminos del reino. Tenemos que confesar nuestros pecados, aceptar que Jesús pagó el precio por cada uno de ellos mediante su muerte y su resurrección, y creer las estupendas noticias que Jesús quiere aportar a nuestras vidas. Estas son las condiciones de acceso al nuevo reino del que somos ciudadanos.

      2. Un amor supremo por Jesucristo

      “El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí” (Mt. 10:37).

      Esto no quiere decir que debamos albergar animosidad o mala voluntad en nuestros corazones hacia otros, sino que nuestro amor por Cristo debería ser tan grande que todos los demás amores, en comparación, fueran hostiles. En realidad, la frase más difícil en este pasaje es la expresión “y a su propia vida”. El amor por uno mismo es uno de los obstáculos más recalcitrantes en el camino del discipulado.

      Hasta que no estemos dispuestos a poner nuestra vida misma por él, no estaremos en el lugar en que Dios quiere que estemos.

      3. La negación de uno mismo

      “Si alguien quiere ser mi discípulo, tiene que negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirme” (Mt. 16:24).

      La negación de uno mismo no es sinónimo de austeridad. Esta significa renunciar a determinados alimentos, placeres o bienes. La negación de uno mismo supone una sumisión tan completa al señorío de Cristo que el yo no tiene derechos ni autoridad alguna. Significa que el yo se baja del trono.

      Este concepto queda expresado en palabras de Henry Martyn, uno de los primeros misioneros a India y a Persia: “Señor, no me permitas tener voluntad propia, ni pensar que mi felicidad genuina depende ni en el menor grado de cualquier cosa externa que pueda suceder; sino que consiste enteramente en adaptarme a tu voluntad”.

      4. La elección deliberada de la cruz

      “Dirigiéndose a todos, declaró: Si alguien quiere ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, lleve su cruz cada día y me siga” (Lc. 9:23).

      La cruz no es una enfermedad física ni angustia mental; estas son cosas comunes a todos los hombres. La cruz simboliza la vergüenza, la persecución y el abuso que el mundo apiló sobre el Hijo de Dios, y que el mundo echará también sobre todos los que decidan ir contracorriente. Cualquier creyente puede eludir fácilmente la cruz al adaptarse al mundo y a sus caminos, pero esto no te permitirá seguir a Jesús. Su camino es otro distinto.

      5. Una vida dedicada a seguir a Cristo

      “Al irse de allí, Jesús vio a un hombre llamado Mateo, sentado a la mesa de recaudación de impuestos. ‘Sígueme’, le dijo. Mateo se levantó y lo siguió” (Mt. 9:9).

      Para entender lo que significa esto, solo tenemos que preguntarnos: “¿Qué caracterizó la vida del Señor Jesús?”.

      Fue una vida de obediencia a la voluntad de Dios.

      Fue una vida vivida en el poder del Espíritu Santo.

      Fue una vida de servicio altruista a otros.

      Fue una vida de paciencia y resignación frente a las ofensas más graves.

      Fue una vida de celo, de autocontrol, de mansedumbre, de amor, de fidelidad y de devoción (Gl. 5:22, 23).

      Para ser sus discípulos, debemos andar como él anduvo.

      6. Un amor ferviente por todos los que son de Cristo

      “De este modo todos sabrán que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros” (Jn. 13:35).

      Este es el amor que considera a los demás mejor que uno mismo. Es el amor que cubre multitud de pecados. Es el amor sufriente y amable. No se jacta, no se envanece.

      “El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad, sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Co. 13:4-7).

      Sin este amor, el discipulado sería un ascetismo frío y legalista.

      7. La perseverancia constante en su Palabra

      “Si os mantenéis fieles a mis enseñanzas, seréis realmente mis discípulos” (Jn. 8:31).

      Un discípulo debe perseverar y continuar en el viaje durante toda su vida. Es bastante fácil comenzar bien, pero la prueba consiste en perseverar hasta el final. “Nadie que mire atrás después de poner la mano en el arado es apto para el reino de Dios” (Lc. 9:62).

      No basta con obedecer las Escrituras de vez en cuando. Seguir a Cristo conlleva una obediencia constante e incuestionable.

      8. La renuncia a todo para seguirle

      “De la misma manera, cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes no puede ser mi discípulo” (Lc. 14:33).

      Esta es quizás la condición más impopular de las que pone Cristo para el discipulado y bien podría ser que fuera el versículo más impopular de toda la Biblia. Los agudos teólogos te darán mil razones para sostener que no quiere decir lo que dice, pero los discípulos sencillos la aceptan con alegría, dando por hecho que el Señor Jesús sabía lo que estaba diciendo.

      ¿Qué quiere decir renunciar a todo? Significa el abandono de todos los bienes materiales que no sean absolutamente esenciales y que pudieran usarse para la extensión del evangelio.

      Aquel que renuncia a todo no se vuelve perezoso; trabaja duro para cubrir las necesidades habituales de su familia. Pero dado que la pasión de su vida es promover la causa de Cristo, invierte en la obra del Señor todo lo que no requieran las necesidades comunes, y deja su futuro en sus manos. Al buscar primero el reino de Dios y su justicia, cree que nunca le faltará nada para satisfacer sus necesidades cotidianas.

      No puede, en toda conciencia, aferrarse a un dinero extra cuando hay almas que mueren por falta del evangelio. No quiere desperdiciar su vida acumulando riquezas que caerán en manos del diablo cuando Cristo regrese a por sus santos.

      Quiere obedecer el mandato del Señor de no acumular tesoros en el mundo.

      Uno de los versos del himno de Frances Havergal dice: “Que mis bienes dedicar yo los quiera a ti, Señor”. En 1878, cuatro años después de haber escrito este himno, la señorita Havergal escribió a una amiga: “El Señor me ha mostrado otro pequeño paso y, claro está, lo he dado con extremo deleite. Ahora ‘que mis bienes dedicar yo los quiera a ti, Señor’ significa enviar todos mis adornos a la Church Missionary House, incluyendo un mueble joyero que es digno de una condesa, donde los aceptarán y dispondrán de ellos por mí… Han empaquetado casi cincuenta artículos. No creo que nunca haya empaquetado algo con tanto placer”.

      Los obstáculos para el discipulado

      En su libro El verdadero discipulado, William MacDonald describe tres tipos de personas que buscan rutas de escape para el llamamiento, extremadamente desafiante, del discipulado.

      Esto queda representado en la historia que contó Jesús sobre tres candidatos