De esta forma, la interpretación en análisis, ese espacio autístico de a dos, podría poner límite al monólogo autístico de l’apparole.
El trabajo de Lorena Souyris se inscribe en las relaciones de la metapsicología con la pulsión de muerte. Para ello, la autora penetra en la complejidad de lo ominoso, ocupándose de aquello “no-yo” que, repudiado por el yo, vuelve al yo como doble a través de la experiencia de la creación en la obra de arte. Pulsión de muerte y experiencia de despersonalización que muestran al deseo como ese resto, esa pérdida que es plasmada en la representación estética. Tomando algunas referencias freudianas y articulándolas a los trabajos de Bataille, Souyris se interroga acerca de la estética y el erotismo, en razón de sus lazos a la pulsión destructiva, afirmando que la actividad erótica no se reduce a la reproducción sino al ejercicio de transgresión que le liga a la muerte.
En la segunda parte, el texto de Cornejo trae a presencia el problema del tiempo en psicoanálisis. En el seno de la disciplina creada por Freud, ya no es posible hablar de tiempo, sino de temporalidad psíquica en la medida en que el tiempo es un dato de la consciencia mientras la temporalidad psíquica (o atemporalidad/Zeitlos como la llamaba Freud), gobernada por los procesos inconscientes, da cuenta de una insistencia de las mociones de deseo cuya estructura se expresa a través del concepto temporal de Nachtraglichkeit. Si bien Freud nunca postuló explícitamente una teoría del tiempo o de una temporalidad inconsciente, el autor intenta rastrear los textos que permitan dar luces acerca de la posición freudiana frente a la temporalidad psíquica.
El texto de Mauro Vallejo inicia recorrido subrayando el carácter de fallido de la metapsicología (Freud abandonó el proyecto de publicar un libro con varios de los textos que había escrito y que había pensado inicialmente como el edificio conceptual sobre el cual se sostendría el psicoanálisis), sosteniendo que en gran medida las dificultades para llevar a buen puerto el proyecto metapsicológico radicaron en que dos de sus componentes siempre fueron y han sido aún en la actualidad, un obstáculo en la interpretación freudiana: la filogenia y lo real. Realizando un recorrido de la etapa pre-analítica (correspondencia con Fliess), Vallejo pone en tensión el concepto de temporalidad en sus relaciones a la filogenia y la ontogenia, mostrando cómo la búsqueda de “lo real” traumático en el sujeto fue un problema frente al cual Freud nunca cedió terreno.
Silvana Vetö nos presenta uno de los textos perdidos de la metapsicología freudiana: Sinopsis de las neurosis de transferencia (recuperado en 1983 por Ilse Grubrich-Simitis) con el objetivo de discutir a la historiografía y ciertas corrientes postfreudianas que han tendido a ocultar la “hibridación”, tal como la denomina la autora, entre el psicoanálisis y la biología. Vetö destaca una afirmación de Ritvo, para quien estos textos desechados por Freud (El Proyecto…, los escritos metapsicológicos que no vieron la luz), en su carácter de restos, permitirían demostrar que las especulaciones o incluso los errores, tienen un lugar fundamental en el proceso de construcción de su pensamiento. En este sentido, Vetö muestra cómo la tesis filogenética expuesta en este documento extraviado, aún con el componente de especulación resaltado por el propio Freud, es una idea que no abandona jamás la pluma del creador del psicoanálisis, estando presente hasta en su última obra.
La tercera parte de la obra, centrada en una reflexión que toma a la clínica psicoanalítica como eje, Délano nos introduce en el problema del juego infantil en sus relaciones a lo inconsciente. Para ello, nos ofrece un recorrido que va desde la clasificación de juegos en Roger Callois, pasando por el trabajo de Freud en torno al juego, hasta la presentación de un caso clínico. Esta puesta en escena de los personajes por parte del niño, similar a la posición de espectador de un adulto frente a la obra de teatro, no sólo movilizaría un goce inconsciente que explicaría el carácter repetitivo de esta actividad en el niño, sino que al mismo tiempo le posibilita situarse en otro lugar, crear una nueva realidad que le permite elaborar el displacer de la ausencia materna.
Belén Valdés se toma del concepto de lo traumático en sus relaciones a Freud y Ferenczi, para comenzar una reflexión que la llevará a compartir y analizar algunos casos clínicos en los cuales se revela la complejidad de escuchar y trabajar en torno a lo traumático, proponiendo la posibilidad de construir un velo que permita soportar y hacer existir al sujeto más acá y más allá del trauma.
Por su parte, Miriam Pardo nos presenta un detallado examen del concepto de pulsión en Freud, partiendo de Pulsiones y destinos de Pulsión, pero también haciendo referencia a otros textos, como Tres ensayos de teoría sexual y Más allá del principio del placer, en un esfuerzo por establecer una reflexión, incluyendo la presentación de un caso clínico, acerca del papel del juego y su vínculo a la pulsión de muerte, la compulsión de repetición y al lugar vacío dejado por el objeto perdido.
La cuarta parte y final del libro, consagrada a las propuestas que intentan pensar la metapsicología y sus limitaciones, abre con el texto de Miguel Reyes quien, partiendo de la pregunta de por qué Lacan no utilizó con regularidad el término metapsicología en su enseñanza, realiza un recorrido histórico y epistemológico mostrando la necesidad freudiana de elaborar una metapsicología, estableciendo una diferencia entre la “actividad metapsicológica” y los “trabajos metapsicológicos”, para luego dar paso a una reflexión que revela el carácter renovador del saber lacaniano y en qué medida, permaneciendo fiel a la enseñanza freudiana, toma distancia de su metapsicología.
Por su parte, Fernando Valenzuela, situándose desde el estudio de nuevas formas de interacción en contextos de salud, se propone trabajar en torno a la posibilidad de comprensión del fenómeno de la eficacia simbólica en Lévi-Strauss a la luz de la metapsicología freudiana, observando en esta última un modelo eco-sistémico que abriría las puertas a un trabajo interdisciplinario, posibilitando modos de acoplamiento estructural entre los sistemas psíquicos y otros sistemas (fisiológicos, culturales y sociales).
A más de cien años de la publicación de los primeros escritos dedicados a lo que Freud denomina su “bruja metapsicológica”, la reunión de estos trece textos demuestra que ella sigue muy viva y a la espera de nuevas discusiones en torno a su legado.
Rodrigo Cornejo
I
PRIMERA PARTE
Pulsión e Inconsciente como elementos centrales de la metapsicología
LA PULSIÓN, HORIZONTE METAPSICOLÓGICO
Gianfranco Cattaneo
Lo que propongo a continuación con el título de este trabajo –La pulsión, horizonte metapsicológico– será desarrollado de dos maneras diferentes pero que considero complementarias. No como un horizonte del horizonte, podríamos decir de entrada, sino como la duplicación del mismo. En la primera parte, el propósito es describir y analizar una suerte de contexto que acompaña el surgimiento del problema de la pulsión sexual en Freud. La pulsión es un concepto propio del psicoanálisis así como un debate con el “horizonte médico-psiquiátrico” de su época. Me refiero con esto a que lo que Freud identificaba en Tres ensayos de teoría sexual (Freud, 1992a: 123) como “la opinión popular” respecto de la pulsión sexual –que faltaría en la infancia, advendría en la pubertad y consistiría esencialmente en la atracción que un sexo ejerce sobre el otro– se encontraba fuertemente afianzada por el descubrimiento del instinto genésico y de la psicopatología derivada de la perversión de dicho instinto hecho por la psiquiatría del siglo xix. Veremos que la normalidad se constituye a sí misma fundamentalmente como norma, y por lo tanto, como dispositivo de normalización antes que como un estado de cosas. Y que además, el “descubrimiento” del instinto, tal como lo señala Foucault, será la puerta de entrada de la psiquiatría a esa “opinión común”. Ahí donde parece que hay un solo interlocutor, el texto de Freud sitúa dos.
En abierta oposición a la supuesta “evidencia” con que se presenta el instinto, así como también a las condiciones que sostienen su “descubrimiento”, Freud introducirá a la pulsión sexual desde el comienzo de su trabajo de 1905 como aberrante, desviada y transgresiva. Sin embargo,