todavía una década para que Pulsiones y destinos de pulsión haga evidente esta cuestión que aquí recién despunta, haciendo de la voz media del verbo ser el punto de giro de la pulsión. De todas maneras, esta idealidad que proyecta su sombra sobre lo sexual ya es tensionada en Tres ensayos de una teoría sexual entre dos extremos –la meta sexual y el objeto sexual– que la vuelven incapaz de elevarse limpiamente por sí misma y separarse de las significaciones que la implican. Por lo tanto, el problema se invierte, porque la palabra se confunde inevitablemente con su uso, y es el que esfuerza y exige a todo término que se proponga en el lugar de lo necesario. Siguiendo en esto a Freud, para Lacan la libido sexual no es una ausencia sino que un exceso de presencia que vuelve vana toda satisfacción de la necesidad allí donde esta se sitúa, y que hace que la necesidad rechace la satisfacción para preservar la función del deseo. Es la necesidad entonces la que como término ideal desaparece doblemente, como arrastrada por la estela de la satisfacción sexual. Esto último ya lo podemos apreciar en la estructura de la analogía, ya que el concepto que debe ser producido por la comparación de los términos sensibles, al mismo tiempo es el término que permite que esa comparación se produzca. Para Freud, el ideal se encuentra plagado de errores; él mismo es una copia infiel de la realidad que busca representar. Toda representación que lo tenga como condición para decir cualquier cosa respecto de la pulsión sexual –en vez de considerarlo como un efecto del exceso que esta implica en la significación– será “tan imprecisa como apresurada”. Más allá de la representación es donde se encuentra todo el problema de la sexualidad para Freud.
Vemos entonces que la analogía es la que sitúa el terreno en el que se llevará a cabo la disputa con la psiquiatría. Antes que rebatir sus objetos, es el discurso de la norma y sus hábitos de representación lo que primero es cuestionado. Para esta, el carácter negativo con que hace existir una necesidad para lo sexual, constituye el zócalo desde el cual se sostiene la presencia pura del instinto. Todas las prácticas que lo niegan, por desconocimiento o por burla, lo sostienen. Para Freud, en cambio, esa negatividad muestra la consecuencia de una constitución en el ser anudada a lo sexual. Es la denuncia misma del concepto de instinto. Por lo que debido a la sexualidad, la existencia del hombre es irreductible a un dato biológico –pero aunque se entrame íntimamente con el nombre que el discurso biológico le presta.
Distanciándose críticamente de la genitalidad y de la fábula de Aristófanes, en la que las dos mitades en las que estaría dividido el hombre aspiran a reunirse –es decir, del complemento genital de los sexos como herramienta de análisis– en el primer capítulo de Tres ensayos de teoría sexual Freud se dedica a investigar lo que denomina “aberraciones” o “desviaciones” sexuales. Analiza primero en detalle la desviación respecto del objeto a partir de sus consideraciones sobre la inversión y sobre “la meta sexual de los invertidos”, con el fin de esclarecer su génesis. Pero lo que Freud consignará finalmente con su indagación resulta de no haber podido cumplir con la tarea a la que se entregó en un comienzo. Es decir, que allí donde se esperaba encontrar una génesis u origen para la inversión, no se encuentra más que una soldadura, una construcción que amalgama pulsión y objeto, y que permanece velada tras lo que se considera como el “cuadro normal” de la sexualidad (Freud, 1992a):
Así, nos damos cuenta de que concebíamos demasiado estrecho el enlace [anudamiento] entre la pulsión sexual y el objeto sexual. La experiencia recogida con los casos considerados anormales nos enseña que entre pulsión sexual y objeto sexual no hay sino una soldadura que corríamos el riesgo de no ver a causa de la regular correspondencia del cuadro normal, donde la pulsión parece traer consigo al objeto. Ello nos prescribe que debemos aflojar, en nuestra concepción, los lazos entre pulsión y objeto. Probablemente, la pulsión sexual es al comienzo independiente de su objeto y tampoco debe su génesis a los encantos de este (p. 134).
De esta manera, Freud no sólo crítica lo que llama en el texto la “concepción popular”, sino también crítica la primera definición que él había propuesto en el texto, cuando definió el objeto como “la persona de la que parte la atracción sexual”. Es un error creer que la pulsión sexual está determinada por una excitación proveniente del objeto, porque el objeto no está predeterminado. Podríamos decir que la meta sexual se alcanza a través del objeto y las acciones correspondientes con este, pero la meta es la satisfacción, no el objeto. La satisfacción es prioritaria respecto de aquello “en lo cual” esta acción placentera encuentra su culminación. En este sentido, es posible afirmar la contingencia del objeto, pues en la medida en que el objeto es aquello en lo cual el fin logra realizarse, poco importa después de todo su especificidad o su individualidad. Basta con que posea ciertos rasgos capaces de permitir que la acción satisfactoria pueda realizarse, esto es, que en sí mismo permanezca relativamente indiferente y contingente. Recién cuando el objeto reclame amor, reclamará un ser que lo caracterice y que lo aleje por un instante de la contingencia y el anonimato. Pero ese reclamo no eliminará la indiferencia inicial, porque el amado no dejará nunca de estar atado a sus atractivos parciales.
Luego de declarada la contingencia del objeto, Freud podrá mostrar su relación con el “carácter esforzante” de la pulsión mediante el análisis de las perversiones o los desvíos de la meta. A diferencia de la necesidad, el esfuerzo ligado a la satisfacción de la pulsión es “constante”. Esto quiere decir que la satisfacción de la pulsión no posee un efecto de reducción o de apaciguamiento de su intensidad. Su impulso no se reduce cuando alcanza la meta, por lo que hasta el acto sexual “más normal” comporta en su origen rasgos de perversión, los que se encuentran desperdigados en las metas preliminares de la sexualidad o formas intermedias de relacionarse con el objeto sexual –intermedias en la vía hacia el coito. La meta sexual perversa y la normal conviven en una misma vía, comparten un mismo trayecto, ya que ambas comportan un placer en sí mismo, al tiempo que aumentan la excitación que busca mantenerse hasta alcanzar la meta sexual definitiva. No es por tanto respecto del contenido de la meta que se diferencian estas dos corrientes, aclara Freud. Es por la pérdida de la plasticidad que implica el pasaje de lo intermedio a lo continuo y viceversa. Es decir, las corrientes se separan desde que hay un momento intermedio que se vuelve exclusivo y fijo como fuente de satisfacción, produciendo un objeto con el que se busca desandar el camino que se ha tomado. A esto se debe que ese tránsito sea considerado por Freud como una elaboración psíquica, como que tambien compare al fetiche con un recuerdo encubridor y que haga de la neurosis, por así decir, “el negativo de la perversión” (Freud, 1992a: 150). Por lo tanto, “es la idealización de la pulsión la que tiene como resultado las perversiones más nefastas”, ya que solamente en la concepción de una “omnipotencia del amor” (p.161) –lo que debe comprenderse como una totalización de las parcialidades pulsionales por la vía de un amor sublime– es que aparecen estos desvíos de la pulsión, como excedentes de la totalidad anhelada y exigida.
La querella de Tres ensayos de teoría sexual con el gran descubrimiento de la psiquiatría del siglo xix es evidente. Mientras que el instinto o el sentido genésico habían sido “descubiertos” a modo de verdad científica, el hallazgo de Freud de una soldadura entre pulsión sexual y objeto se convierte en un ataque directo a dicha verdad. No hay una relación que pueda considerarse natural entre el hombre y la mujer desde que la sexualidad adulta se constituye en dos tiempos. Su primer movimiento, el de la sexualidad infantil, no comienza en la genitalidad ni para el varón ni para la niña, aun cuando pueda conducir hacia ella. La genitalidad por lo tanto, al igual que la verdad descubierta, es literalmente una construcción. Es el efecto de una unión de parcialidades –orales y anales principalmente– a través de soldaduras y de bisagras –el pequeño Hans hablará en la fantasía que resuelve su fobia, de que su pene y su trasero son desatornillados por un plomero, como si fueran piezas que pueden, por fin, ser separadas de su cuerpo y remplazadas por otras. Freud tiene que oponerse entonces a toda concepción que considere a la sexualidad genital como una fuente de naturalidad de la especie humana. Se ve entonces que no es debido a su genialidad que Freud se opone a la psiquiatría. Su enfrentamiento se debe más bien a que posee una teoría de la sexualidad que se encuentra en las antípodas del instinto genésico y de su correlato directo, que es la teoría de la degeneración. Por esta razón, la disputa que libra Freud en Tres ensayos de teoría sexual podemos considerarla también como la continuación de aquella