Anatxu Zabalbeascoa

Gente que cuenta


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como muchas otras personas, que yo era un poco tonta.

      ¿Lo era?

      Claro. Escribía sobre las nubes y el cielo. Pero me daba cuenta de que tenía una profunda, una, diría que religiosa necesidad de escribir. Digamos que quise escribir antes de saber lo que era escribir.

      ¿Por qué?

      Escribir es sacar algo de la nada. Incluso en medio de problemas económicos y familiares de todo tipo sentí que las palabras podían rehacernos.

      Nació en una casa sin libros.

      Solo había libros de salmos. Imagine el tipo de prosa. No tuve una educación cultural. Pero tuve historias. Tuve dramas y tuve infelicidad, el gran ingrediente para la ficción. Si no tuvieras problemas, ¿de qué escribirías?, ¿de que estás casada con un dentista?

      ¿Lo contó todo en sus memorias?

      No. Conté lo que hubiera contado si mi vida hubiera sido la de otra persona.

      ¿Qué dejó de contar?

      Algunas de las brutalidades que he padecido.

      Edna O’Brien se ha pasado la vida huyendo. Del ultracatolicismo de su madre, del alcoholismo de su padre, de la mezquindad de la vida rural. ¿Cuándo decidió que ya no debía huir más?

      No creo que me diera cuenta, pero tiene razón, siempre he huido. Sin embargo, siempre me he llevado los problemas conmigo. No he huido nunca hacia la amnesia. No me interesa olvidar. Tengo el cubo de la memoria cada vez más lleno y no podría vivir sin él porque la memoria es una de las gallinas de los huevos de oro de la escritura.

      ¿Por qué se fue de Irlanda?

      Porque mi escuela, el convento al que me enviaron o mi propia madre era todo católico y represivo. El catolicismo irlandés hace que el español parezca una fiesta. En mi infancia todo estaba prohibido. Y si eres una persona apasionada, sientes la represión con más fuerza. Estoy contenta de ser irlandesa, no renuncio a mi pasado. Pero no creo que hubiera podido escribir si no me hubiera ido en 1958. No lo hubiera conseguido con alguien vigilando cada paso que daba. Bastante complicado es escribir, solo se consigue hacerlo bien dejando tranquila la conciencia.

      ¿Cuánto ha cambiado Irlanda? ¿Sigue siendo un lugar fuera del tiempo?

      Está más poblado. Es más ruidoso… Antes era un lugar introvertido, pero la televisión y el turismo le han dado la vuelta. Los bikinis tienen ese poder transformador. Pero la lluvia es la misma, los campos también, el ímpetu, incluso. En la última novela necesitaba el ámbito rural porque allí puede llegar un extraño y si está bien vestido, tiene modales, habla bien, fuma con elegancia y se presenta como un héroe, la gente está dispuesta a creerle. En un lugar más sofisticado se harían más preguntas.

      Su país es una constante en sus novelas.

      El alejamiento me lo devolvió. Desde Londres me di cuenta de cuánto le debía al paisaje, al lugar, a mis problemas con el lugar. Saqué de Irlanda la crudeza. Las chicas de campo puede parecer un libro divertido, pero es un libro duro.

      Durante esa adolescencia represiva, ¿cómo logró no reprimirse usted misma?

      Sí lo hice. Era una cobarde. Lo único que se me ocurría era callar. Y luego, claro, cuando supieron que había escrito un libro, decidieron que había traicionado a mi país. Uno no hace un libro para traicionar un país.

      En su segunda novela retrató a una mujer servil.

      Creo que el mejor es el tercero, Chicas felizmente casadas. Es el más audaz.

      Pero en el segundo, La chica de ojos verdes, la protagonista aceptaba un papel secundario y las feministas le reprocharon que no escribiese de una manera más ejemplarizante sobre mujeres más fuertes o más sabias.

      Uno se pasa la vida tratando de encontrar el camino. Y cuando lo encuentra, es para luego perderlo. Yo retraté parte de lo que había sentido.

      ¿A quién se va a poner en contra con este nuevo libro?

      El año pasado el presidente de Irlanda, Michael Higgins, me dio un premio que suelen dar cuando uno está a punto de morir y en su discurso denunció cómo había sido tratada. Dijo que no sabía si había sucedido por malicia, por ignorancia, por ambas cosas o porque soy mujer y valiente.

      ¿Usted lo atribuye…?

      A todo eso. Al principio fue porque había escrito algo escandaloso. Cuando pasé a hacer libros más complejos, supongo que pensaron que me estaba metiendo en el territorio de los hombres. Lo curioso es que la acusación venía muchas veces del lado de las mujeres. Fue así. He vivido un adorable hostigamiento y una censura bastante injusta. Algunos críticos necesitan que saque libros nuevos para decir que el anterior era mejor. Pero no me gustaría que me tomara por una mujer victimista. He podido trabajar mucho.

      ¿Necesitan tiempo sus libros?

      Más bien lo que ocurre es que lo que cuento en el último trata de superar lo anterior. Digamos que el segundo hizo que el primero pareciera un libro de salmos.

      El miedo que pasó de niña parece un material inacabable.

      Pasé mucho y el miedo te hace consciente y precavida. Pero no soy una persona precavida. Eso quiere decir que el miedo te transforma. Todo lo que me ha pasado en la vida, del primer beso al primer dolor de parto, lo recuerdo como si lo estuviera viendo.

      El último capítulo de sus memorias se llama «Banquete». ¿Se ha guardado lo mejor para el final?

      Un día me sorprendí mirando mi casa. Parecía el escenario para una última fiesta. Un periodista holandés me preguntó qué era ese último banquete: ¿un último libro, un último amor o la muerte?

      ¿Y…?

      Creo que son las tres cosas.

      A pesar de que fue la pequeña de cuatro hermanos, sus protagonistas siempre están solas.

      Es cierto. Así es como me sentía. Un escritor nace con una disposición a la soledad. No es algo que se decida. Ni es esnobismo ni es crueldad. Es lo que eres. Y eso te hace ver el mundo de otra manera.

      ¿Qué hicieron sus hermanos?

      El chico fue médico…, una criatura completamente imposible de admirar. Mis hermanas… puede que comprensiblemente o puede que incomprensiblemente sintieron siempre celos. Sentían que procedían de la misma familia y no entendían por qué su suerte fue distinta… Está en Joyce. Joyce dijo que un hermano se olvida tan fácilmente como un paraguas. Pero la carta de su hermano Stanislaus es una obra maestra del insulto. Lo corrige. Le dice que él fue testigo de lo que narra y que había sido de otro modo. Mis hermanos sintieron que les había robado.

      ¿Y eso le dio que pensar?

      Les dije que escribieran ellas sus propios libros.

      En cualquier caso no salen en sus novelas.

      Se hubieran enfadado incluso más. Fue una pena. Cuando en una familia aparece un escritor, arruina la idea de familia.

      En su familia ha habido muchos escritores. Lo era su marido y lo es su hijo Carlo.

      Sí.

      Carlo escribió un libro sobre su padre.

      Sí. Me temo que eso es uno de los temas que prefiero no tratar. Es demasiado doloroso.

      ¿Ha sido buena madre?

      Sin duda. He llevado a mis hijos a todas partes. Les he dado todo lo que querían. Durante tres años luché por su custodia. Y somos buenos amigos. Como Sasha, el que es arquitecto, vive en Londres, la amistad es más continuada.

      ¿Carlo dónde vive?

      En Irlanda. Tiene una buena vida. Es difícil para él tener una madre escritora. Eso, que no es culpa mía, ha creado una sombra en mi vida.

      ¿Nunca se sintió comprendida por su familia?

      Recuerdo