Anatxu Zabalbeascoa

Gente que cuenta


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un crimen contra uno mismo, una manera de hacerte daño cuando muchas otras cosas no funcionan. Cuando lo recuerdo, pienso que no comer era como una droga, una anestesia que evitaba que sintiera otras cosas. Es una falsa armadura que se convierte en un círculo vicioso porque una se destruye cuando cree estar protegiéndose. Cuando comprendí eso, pude romper el círculo.

      Con treinta y cuatro años firmó ese primer libro con seudónimo. ¿A quién temía herir?

      Tenía miedo de mi padre. Nuestra relación ya era complicada, pensé que solo faltaba el libro con su apellido. Siete años después pensé que tenía que asumir el libro para asumir lo que sucedió.

      ¿Sus hijos leen sus libros?

      No. Solo Nada se opone a la noche. Es una historia de la familia y pensé que les podía interesar. El resto no les interesa. Es normal.

      Mi hija me ha dicho que para ella es difícil incluso leer la ficción que escribo porque no sabe qué viene de mí y qué no.

      Tras estancias en un psiquiátrico su madre se quitó la vida. Y usted dijo que había trabajado con «material vivo».

      Si hubiera esperado, no hubiera escrito Nada se opone a la noche. Creo que el shock de descubrir su cadáver me autorizó a escribir el libro.

      ¿Por qué?

      Fue tan violento encontrarla muerta que no tenía nada que perder. Hoy, diez años después, todo es distinto: la familia no tiene nada que ver, sus hermanos han muerto. Eran nueve y solo quedan dos: la más joven y Tom, que es mongólico. Por eso hoy me digo: menos mal que hablé con todos.

      Ese libro ha vendido casi un millón de copias. ¿Qué hace que un drama privado interese a tanta gente?

      Creo que funciona un poco como un espejo. Cuenta la historia de tres generaciones de mujeres en el siglo xx. Atraviesa épocas clave para las mujeres porque en ellas hubo cambios. En el corazón de la novela está la cuestión de la transmisión. ¿Qué querría uno transmitir a sus hijos y qué evitar transmitir ? A pesar nuestro, la historia familiar nos atraviesa. Nos vemos arrastrados. Eso concierne a todo el mundo.

      Su abuelo abusó de su madre. Abordó ese tema antes de que se hicieran públicos tantos abusos y se desencadenara el movimiento #MeToo.

      Es cierto, un poco antes.

      ¿El silencio es el gran problema de muchas mujeres?

      No solo de las mujeres. Es significativo que se estén destapando ámbitos como la pedofilia en la Iglesia. Lo que hoy estamos empezando a escuchar es la palabra de las víctimas. Es cierto que muchas son mujeres, pero las hay en otros grupos. Gracias a la palabra de algunas mujeres hemos podido conocer agresiones sexuales o morales que no queríamos ver. Padecíamos una forma de negación colectiva hacia ese sufrimiento, una forma de cobardía. Sin embargo, en Francia, tras el surgimiento del movimiento #MeToo, he hablado con hombres inteligentes y cultos que han comentado: «Bueno, en eso consiste ser mujer». Que gente cabal pueda justificar que una joven tenga que soportar que se metan con ella diez veces al día porque lleva una falda corta me deja perpleja.

      ¿La gente amable es la más peligrosa?

      Una persona amable puede ser peligrosa porque su capacidad de destrucción no es fácil de ver. Puede haber formas perversas de violencia invisible. Pero vamos, en general prefiero a la gente amable que a los antipáticos.

      Otro de los temas que trata en sus novelas es el acoso. ¿Lo ha sufrido?

      No siempre estoy en todo lo que escribo. Las horas subterráneas parte de una experiencia dolorosa. Mientras trabajaba en una empresa en la que estuve once años, tuve un conflicto con mi jefe. No compartía su manera de dirigir la empresa. Y se lo dije. Él había creado un comité en defensa de hablar libremente para mejorar como grupo y como empresa. Pero la realidad es que si cuando te expresas libremente lo que dices no gusta, esa libertad queda cuestionada.

      ¿Qué cuestionó?

      Su manera de despedir a la gente a la americana. La imagen de llegar y encontrarte tus cosas en una caja. En Francia eso no existe. Dije que no me parecía bien y él pasó a hacer todo lo que podía para dejarme de lado. Pero las tres personas que trabajaban conmigo fueron irreprochables, al contrario de lo que escribí en el libro. Fue una especie de pulso. Él quería que dimitiera, pero tuvo que echarme. Fue un periodo doloroso que me dio la necesidad de escribir sobre una mujer que se queda sola. La imaginé desarmada. Con tres hijos. Con tal necesidad de su trabajo que no se podía plantear otra cosa que tratar de mantenerlo. Buscaba un personaje universal y, como mi caso no lo era, inventé uno.

      ¿Olvidar cura?

      El cuerpo no olvida. Lo que hemos vivido deja huellas en algún rincón. Pero sí tenemos capacidad de relativizar y mantener el dolor a distancia. Si uno sale de sí mismo, hay cosas mucho más trágicas que su dolor. Tengo amigos que trabajan en asuntos sociales y me hacen pensar que al menos nosotros tuvimos una oportunidad. Mi madre no tenía mucho dinero, pero no me faltó nada. Debes quedarte con lo que has tenido: no ha sido fácil, pero has recibido amor y tanto en el lado de mi padre como en el de mi madre había otros adultos que nos ayudaban. Todo eso cuenta. Hay gente que se encuentra con problemas peores y no tiene a quién recurrir.

      ¿Una madre enferma convierte a los hijos en padres ?

      Con mi madre tuve que asumir una actitud que no corresponde al papel de hija. Pero al final este rol invertido cambió. Ella luchó por volver a ocupar su lugar.

      ¿Lo consiguió?

      Sí. A su manera. Creo que las cosas más importantes nos las dijimos en algún momento. Tal vez con tensión, pero las dijimos. Cuando murió, yo estaba en paz con ella. No sentía ninguna amargura, ningún rencor.

      ¿Respetó su decisión ?

      Eso es otra cosa. Me costó mucho aceptar su gesto. En el momento en que sucedió, no pude. Pero la relación entre nosotras era dulce. Será peor cuando muera mi padre porque no hemos llegado a comprendernos.

      ¿La escritura le ayudó a comprender a su madre?

      Escribir me ayudó a comprender. No puedo decir que los libros tengan un valor terapéutico. Creo que ese trabajo debe hacerse fuera de la literatura. Pero seguir sus huellas desde su infancia hasta su muerte me permitió encontrar el valor que había tenido para afrontar su enfermedad.

      Tras una infancia como la suya, ¿temió la maternidad?

      Cuando era joven, tenía un deseo de maternidad muy fuerte. Probablemente era una especie de fantasma de reparación, esa idea de que puedes reparar tu infancia siendo madre tú misma. Luego, embarazada, tuve miedo como todo el mundo. Pero cuando nació mi hija, fue tan sencillo que comprendí que los primeros años que viví con mi madre nuestra vida había sido así: fácil, fluida. El hecho físico de coger a mi hija en brazos, de amamantar… me hizo ver que mi madre vivió eso. Pude revivir a mi madre siendo maternal.

      ¿Su propio miedo le ha permitido ver el miedo en los demás?

      Probablemente. Para mí la anorexia es una enfermedad de hipersensibilidad. Como adulta consigo domarla, pero esa sensibilidad me lleva a ver y sentir cosas que otros no ven. Veo en los demás miedo, malestar o tristeza que pueden ser menos visibles para otros.

      Basada en hechos reales siguió al éxito de la historia de su madre. ¿Qué es lo peor del éxito?

      Para mí esa novela no era tanto sobre el peligro del éxito como sobre el vértigo de mostrarte en lo que escribes y la relación ambigua que establecemos con la verdad. El éxito es otra cosa. Es una alegría vivir de lo que escribo. Sin embargo, el éxito del libro sobre mi madre complicó mi vida. Mi familia lo aceptó cuando salió, pero no cuando empezó a tener éxito.

      Polanski filmó Basada en hechos reales. ¿Lo conoció?

      Lo vi solo cuando compró los derechos y una vez que fui al rodaje. Es meticuloso y obsesivo cuando dirige. En cambio, me hice amiga de su mujer y la he visto varias veces.

      ¿Por qué