cáncer de pecho, mi marido me acompañó a Roma. Me esperó en el bar Calisto, que seguía como la propia ciudad: a prueba del paso del tiempo y, claro, fue un viaje doble. Jhumpa no preguntó por mi pañuelo en la cabeza en pleno mes de julio. Pero al terminar la entrevista lo señaló. Y me deseó suerte. «Por costoso que sea, y lo es, se decide una vez si uno quiere ser libre o no. El resto son matices». Esta frase suya me la he quedado para siempre.
Patti Smith
«Hay que dar muchos pasos para conseguir ser libre».
Narradora, poeta y cantante underground, su historia viaja de la América rural al Nueva York de los años setenta. Sus libros, como su vida, están escritos con recuerdos de Robert Mapplethorpe —Éramos unos niños, que ganó el National Book Award, cuenta su relación antes de que el fotógrafo hiciera pública su homosexualidad— o Sam Shepard, dos de sus grandes amores. También Janis Joplin, Andy Warhol, Bob Dylan, Bruce Springsteen, con quien compuso Because the night, o William Burroughs, que le enseñó el secreto del arte: mantener un nombre limpio y no fingir.
Escritora, cantante, artista de la performance y pintora, si a Patti Smith (Chicago, setenta y tres años) se le pregunta cuántas Pattis coexisten, contesta con palabras de Walt Whitman: «Contenemos multitudes». Testigo de una Nueva York de alquileres baratos y «drogas que acabaron con mucha gente», entró en el mundo beat y el entorno warholiano cuando la fábrica de bicicletas de Nueva Jersey en la que trabajaba cerró y, con diecinueve años, se mudó al bajo Manhattan. Corría 1971 cuando el fotógrafo Robert Mapplethorpe la empujó a cantar sus poemas. Él, que terminaría convirtiéndose en un icono gay, fue uno de sus grandes amores. El dramaturgo Sam Shepard fue otro. Y por su marido, el guitarrista Fred Sonic Smith, abandonaría ese mundo para retirarse a criar a sus hijos en Detroit. Pero Sonic murió y «para alimentarlos» Smith regresó a los escenarios. Tenía cuarenta y cuatro años. Con cincuenta y cinco comenzó a publicar sus memorias. Éramos unos niños (Lumen) narra con ternura y crudeza —explica que Mapplethorpe hacía de chapero para pagar el alquiler— la historia de amor entre ambos que, en su lecho de muerte, el fotógrafo le rogó que escribiera. Consiguió hacerlo en 2010, veintiún años después de que él muriera de sida. Vestida con ropa de hombre, representa la independencia y la sabiduría de saber vivir con poco.
La conversación es telefónica. Habla desde su piso de Nueva York. En un recuento agónico, Joe Biden se ha confirmado como el nuevo presidente de su país. Le pregunto si tiene al lado un café, su «único vicio» aparece continuamente en sus libros y la marca Lavazza la ha nombrado embajadora cultural 175. Contesta que sí: «Negro, sin azúcar y con un poco de canela».
Salió a la calle a cantar para animar a la gente a votar. En 2016 escribió que quienes callaron habían ganado las elecciones. ¿Quién ha ganado estas?
La gente ha hablado. Nunca había votado tanta. Que la gente se movilice es el triunfo. Somos una sociedad que a veces tiene que despertar.
El amor a sus parejas, a su perro o a la memoria de sus padres define su escritura. ¿Necesitó subirse a un escenario y dar patadas para compensar tanto amor?
Uno difícilmente puede mostrar su amor si no muestra su enfado. El enfado suele ser fruto de la búsqueda de la verdad, por eso la gente protesta en la calle. La música que hacemos comunica esas emociones.
Entre sus amores pone a la misma altura a su perro Bambi y al dramaturgo Sam Shepard.
Son dos de mis favoritos. Bambi se dejó atropellar cuando íbamos a darlo en adopción porque mi hermana pequeña era alérgica. Cogí comida y salí con él. Durante un día recorrimos todos los lugares donde habíamos sido felices. Luego se puso delante del camión de quien lo iba a adoptar. Sam y yo fuimos una pareja salvaje. Siempre pude contar con él. Al final, cuando tenía ELA, fui a ayudarlo. Estábamos en la cocina. Bebíamos café. Le hice un bocadillo y él dijo: «Patti Lee, nos hemos convertido en una obra de Beckett». Siempre me llamaba con mi segundo nombre. Solo lo hacían mi madre, Johnny Depp y él.
Es inclasificable, pero no ha sido cuestionada como artista.
Como me aconsejó William Burroughs, he tratado de proteger mi nombre y no he mentido.
Sin embargo, sí la cuestionaron personalmente cuando fue pareja de Mapplethorpe, cierta prensa publicó que era lesbiana.
También me criticaron algunas feministas cuando me mudé a Detroit con mi marido para cuidar a mis hijos. Hay que dar muchos pasos para conseguir ser libre. Se es porque uno se cuestiona cada decisión. Hay gente que busca una identidad en la pertenencia a un grupo, pero la tienes que buscar en ti mismo. Ser madre no me oprimió. Pero entiendo que a otras personas pueda sucederles. Para mí el sacrificio es parte de nuestra evolución como seres humanos. Cuando uno se sacrifica, crece.
¿Se sacrificó por amor a Mapplethorpe?
En absoluto. Nos conocimos con veinte años. Tuvimos una relación de amantes jóvenes. Jamás pensé que él estaba cuestionando su sexualidad. Yo tampoco tenía mucha experiencia. Luego se atrevió a plantearse cosas. Lidiábamos con asuntos fundamentales sabiendo muy poco. Él me pidió que lo contara.
Resulta chocante que alguien que representaba la ruptura sufriera tanta autorrepresión.
Es chocante hoy. En 1968 ocultar la homosexualidad era lo habitual. A los jóvenes los internaban en psiquiátricos por eso. Era un estigma. Y él quería convertirse en artista y salvar nuestra relación. No sabíamos más.
Sabrían poco, pero tuvieron claro que su amor estaba por encima de todo.
Creímos en nosotros mismos a través del otro. Cuando alguien tiene esa confianza en ti, eso te aguanta toda la vida. Todavía hoy, cuando tengo un momento bajo, busco esos momentos en el recuerdo y obtengo fortaleza. Uno puede recurrir a la memoria para fortalecerse.
¿Vive tanto en su cabeza como en la realidad?
Vivo en el pasado y en el presente. En mi cabeza y en la calle. A veces mirar atrás es doloroso. He perdido a tanta gente: a mi marido, a Robert, a Sam, a mis padres, a mi perro, a mi hermano... Pero otras veces, una fotografía o un libro te permite traerlos hasta el presente y te devuelve a esa persona un momento. La imaginación sirve para viajar hacia lo desconocido o hacia lo conocido. Tiene esa fuerza. Haríamos mal en no aprovechar ese potencial.
Conoció a Mapplethorpe cuando se mudó a Nueva York con diecinueve años.
Trabajaba en una fábrica de bicicletas que cerró. Buscaba trabajo. Llegué con lo puesto, pero había restaurantes, sabía que encontraría algo. Encontré un puesto en una librería, pero tuve que dormir una semana en la calle porque no tenía el depósito para alquilar una habitación. A mí la escasez no me asusta. Crecí habituada a ella.
¿Pasó hambre de niña?
Aprendí lo que era el hambre y a no hundirme con eso porque algún día la comida volvía a casa. Lidiar con las dificultades no ha sido para mí algo tan complicado como puede serlo para otra persona. Yo sabía resistir. Además era romántica. Asociaba ser artista al sacrificio. Piense en Van Gogh. Tenía esa idea: tenía que estar dispuesta a una vida de sacrificio si quería ser artista.
¿Sentía que pasando hambre daba el primer paso?
Era ingenua, pero aceptar el sacrificio te fortalece. Robert venía de una familia de clase media y para él pasar hambre era insoportable.
Habla de sí misma como de «una chica mala que trataba de ser buena». Y de Mapplethorpe como de «un chico bueno que trataba de parecer malo».
Yo era pícara. Tuve que espabilar y aprender a robar un poco, nada serio: coger comida y correr. A Robert eso no le cabía en la cabeza. Era listo, aplicado… la esperanza de su familia. Pero él quería ser otra cosa. Por eso quería ser malo, para alejarse de lo que se esperaba de él.
¿Por qué ser bueno tiene mala reputación en el arte?