casi treinta años sin probar el alcohol. Fue a reuniones de Alcohólicos Anónimos en Cambridge, al lado de Boston. ¿Hubiera sido distinto en el pueblo de Texas donde creció?
Oh, también he ido en Texas. Y en España, en Italia, en Vietnam… Vas cuando lo necesitas. A veces somos tres en la parte trasera de una tintorería. Allí estableces relaciones de extrema cercanía con gente que nada tiene que ver contigo salvo la cosa más importante de tu vida.
¿Y siempre ayuda?
La naturaleza del alcoholismo es progresiva. Beber funciona. Cuando empiezas, es maravilloso. Y luego empeora y no deja de empeorar. Si te tomas una botella de whisky y crees que dentro de diez años seguirás bebiendo lo mismo, te equivocas: beberás dos. Primero perderás la casa, luego te dejará tu pareja, luego te meterán en la cárcel o te meten en un sanatorio o te quedarás en la calle. Esas son tus opciones. Pero no puedes parar porque en tu cabeza beber te ha ayudado, te ha solucionado la angustia y te la va a solucionar otra vez. Por eso cuando aceptas que ya no eres la persona que lo pasaba bien bebiendo, tienes la opción de Alcohólicos Anónimos. Lo que nos une es que queremos recuperarnos de una enfermedad mortal.
Su conversión al catolicismo es otra sorpresa en su biografía.
Lo sé. En mi vida solo había oído despotricar contra la Iglesia. Hice un tour por todas. Los baptistas me gustaban porque cantaban. Pero cuando empezaron a hablar mal de la homosexualidad, supe que no podría apoyar eso. Al final fue con un cura, el padre Cane, con quien aprendí sobre caridad y amor desinteresado. Lo tenía todo: parálisis, infarto, cáncer, úlceras. Le pregunté si no estaba enfadado con Dios y me contestó que todavía no. Incluso si no era demasiado listo ni elocuente, incluso si era de derechas de una manera que no me gustaba, se comportaba como un gran ser humano. Un día le pregunté: «¿Cómo puede votar lo que vota y dejar que los gays entren en su iglesia?». Contestó: «Porque los echaron de la iglesia presbiteriana y me pidieron el sótano para sus reuniones. Se lo dejé y empezaron a venir a misa». Entonces me di cuenta: no es más complicado que eso.
¿Por qué se hizo específicamente católica?
Creo que a mucha gente que ha sido educada en el catolicismo no debería estarle permitido ser católico. Yo nunca me fui a confesar y mentí. Cuando fui, necesitaba decir la verdad. Sé que el catolicismo se puede asociar a abusos de la Iglesia, pero en mi caso fue una luz que en lugar de cegarme me iluminó. Seguro que ha conocido gente que ha sentido que eran santos.
Muy pocos.
Son pocos, pero están ahí. Dorothy Day decía que los pobres huelen mal y son desagradecidos. Es ese realismo. Nada que ver con las mujeres que pasan el rosario y que tienes la sensación de que se te van a comer viva. Compartir será la religión del siglo xxi. Estoy a favor del aborto. Y tienen que cortar esa mierda de los condones. Para mí el catolicismo es la posibilidad de volver a ser niña y que alguien me guíe. No me salvará de lo malo, pero hará que cuando llegue, pueda afrontarlo.
¿Ha perdido amigos por lo que escribe?
No, nunca. Mi amigo el surfista que acabó vendiendo droga tiene una constructora en San Diego. Se ha hecho rico. Lo llevé a una fiesta en Nueva York y fue como si hubiera ido con Tarzán. La anfitriona era muy elegante y había una mesa con postres sofisticados. «Estos tienen buena pinta. ¿Los ha hecho todos usted?», preguntó. El resto de mis amigos adolescentes murió.
Cuando llegó a Harvard, escribió: «No conseguiré un trabajo. Hasta los dependientes de las librerías tienen un doctorado».
Cuando decidí que sería escritora, soñaba con ver mi nombre impreso, no con tener un gran libro, no era tan lista. La cabeza solo me daba para imaginarme la foto en la sobrecubierta. Y para pensar en cómo posaría.
¿Hay un límite para el humor? Creí que iba a ser mucho más sarcástica…
¿Y mala? Puedo ser muy mala. Mire, la noche en la que con cuarenta años les dije a mi madre y a mi hermana que había sido violada de niña, mi hermana me preguntó: «¿Por qué nadie me violó a mí?». Y yo le contesté: «A lo mejor no eras lo suficientemente mona». En fin, ¿hace falta explicar que suelen elegir a la más débil?
¿Cuándo perdió el miedo?
Cuando decidí que estaba dispuesta a parecer tonta para evitar ser estúpida.
Fue novia de David Foster Wallace. ¿Eran dos inadaptados?
David estaba loco. Cuando estábamos los dos sobrios, fue un buen amigo y todavía pienso que fue tan tan estúpido que se matara... Creo que la mayoría de las personas que se matan están matando a la persona equivocada.
¿Fue su caso?
Creo que hubiera querido que muriera su madre. Era muy promiscua. Había tratado de acostarse con sus amigos del instituto. Él nunca escribió de eso.
Llevamos dos horas hablando de males madres.
Nosotras no lo somos. De los padres ni hablamos porque o no estaban o, en el caso de David, era también un monstruo. Mi padre tiene un aprobado justo porque no intentó matarme con un cuchillo, aunque, evidentemente, nos dejó en manos de mi madre y bebió hasta matarse. Con todo, él se iluminaba cuando yo entraba en una habitación. Pensaba que era lista, divertida y mona. A todo lo que decía, él respondía: «Exacto, así es». Era un fan. Si le hubiera dicho al director del colegio «Béseme el culo», su reacción hubiera sido: «Que le den a ese tipo». Eso te fortalece y te enloquece a la vez.
¿Será capaz de escribir algo que no tenga que ver con usted?
Dediqué tres años a una novela y era terrible. Ahora trabajo en algo, no sé si ensayo o memoria, sobre tener la edad que tengo. El otro día le dije a mi hijo: «Quiero morir acompañada de la señora de la limpieza». Pagué por los últimos meses de mis padres, los cuidé y no fueron felices. No quiero hacerle eso a mi hijo. Prefiero que mi hijo y mi nuera estén por ahí haciendo algo fabuloso.
Mary Karr, en su apartamento con reclinatorio
Mary Karr ha impactado a miles de lectores contando con crudeza, humor y amor su infancia en El club de los mentirosos: los amigos de su padre, reunidos siempre en un bar. Ese triple punto de vista (el de la escritora, el de la niña que fue y el de la mujer adulta) la ha convertido en un referente sin igual en la escritura autobiográfica. Y en este punto tengo que insistir en que lo del amor no es un calificativo más. Es el tema. Uno puede necesitar cumplir años para darse cuenta de que es más esencial que la crudeza o el humor, no ya en una entrevista, en la vida.
El amor lo es todo. Y de él sabemos que se consigue a ratos y no se puede pagar. Pero también averiguamos que sí se puede contagiar. Mary Karr no hace otra cosa. Da amor sin almíbar y con carcajadas. Habla de sí misma sin egocentrismo. Por eso ilumina desde su oscuridad. Cuando, gracias a mi añorado cuñado Julián, leí Iluminada, sus memorias de madurez, supe que tenía que buscarla. Parecía la entrevistada perfecta porque quiere hablar, tiene muchísimo que contar, es extremadamente valiente y se ríe de sí misma sin perder la inocencia.
Divertida, vitalista y dispuesta a contar su dolor con humor, me recibió en su piso alquilado en el Upper East Side. En el salón, blanco impoluto con algún detalle osado como un perro de porcelana de tamaño real, había un reclinatorio para rezar. Reza a diario desde que se convirtió en una irreverente católica. La conversación fue divertida y distendida desde el primer momento. Naturalmente no corrió el vino: «Cuando alquilé el piso, había una botella de bienvenida en la nevera. La abrí y la vacié en el fregadero». Nunca había hecho una entrevista como quien se sienta en la terraza de un bar. No miré las preguntas ni una vez. Ni una. Hablamos durante dos horas y media. Al final le dije que parecía una niña. Me contestó, en su línea, que tenía un buen cirujano plástico. Cuando llegué a casa de la amiga que me aloja en Nueva York, Elena, me riñó porque no le había pedido la dirección del cirujano.
Jhumpa Lahiri