de esta relación doble que tiene consigo mismo, será siempre en torno a la sombra errante de su propio yo como se estructurarán los objetos de su mundo. Todos ellos poseerán un carácter fundamentalmente antropomórfico, digamos incluso egomórfico”. (40) Y continúa, “El hombre evoca una y otra vez en esta percepción su unidad ideal, jamás alcanzada y que se le escapa sin cesar”. (41)
Por lo anterior, la estructura general del conocimiento humano es fundamentalmente paranoica. Esto conduce a una tendencia agresiva, que se revela esencial en las psicosis paranoicas y paranoides, pero también en todo tipo de vínculo narcisista más allá de las estructuras clínicas. (42) Lacan compara su teoría de estadio del espejo tanto con concepciones filosóficas como con las nociones propuestas por Freud y concluye “A estos enunciados se opone toda nuestra experiencia en la medida en que nos aparta de concebir el yo como centrado sobre el sistema percepción-conciencia, como organizado por el “principio de realidad” en que se formula el prejuicio cientificista más opuesto a la dialéctica del conocimiento”. (43) En lugar de comenzar desde el conocimiento, se trata para Lacan de partir de la función de desconocimiento.
En el escrito “El estadio del espejo…” Lacan analiza la tensión constante del yo con el otro, que es él mismo, propia de todo vínculo especular y dice “El sujeto, presa de la ilusión de la identificación espacial, maquina las fantasías que se suceden desde una imagen fragmentada del cuerpo hasta una forma que llamaremos ortopédica de su totalidad –y hasta la armadura por fin asumida de una identidad alienante, que va a marcar con su estructura rígida todo su desarrollo mental”. (44) Por establecerse por una vía alienada, la instancia del yo queda situada en una línea de ficción. Lo anterior constituye una discordancia primordial, una hiancia en el ser que no se podrá colmar. Su consistencia no será nunca completa y la imagen del otro tendrá para él siempre un valor cautivador.
En el Seminario 2, Lacan señala que toda la relación imaginaria se produce en una especie de tú o yo entre el sujeto y el objeto. En la medida en que el hombre reconoce su unidad en un objeto se siente en relación a él en malestar. (45) “Si el objeto percibido afuera posee su propia unidad, ésta coloca al hombre que la ve en estado de tensión, porque se percibe a sí mismo como deseo, y como deseo insatisfecho. Inversamente, cuando aprende su unidad, es por el contrario el mundo el que para él se descompone”. (46) Debido a las características de los lazos narcisistas, se requiere de una ley que regule las relaciones y otorgue a los objetos estabilidad, de la que carecen en el instante fugaz de la captación especular. Ahora bien, el sujeto está en el mundo del símbolo, él puede nombrar a los objetos, logrando que los mismos subsistan en una cierta consistencia. (47) El orden de la palabra posibilita una mediación en relación al callejón sin salida al que conduce la relación imaginaria. En el Seminario 3 Lacan señala “El complejo de Edipo significa que la relación imaginaria, conflictual, incestuosa en sí misma, está prometida al conflicto y a la ruina… hace falta una ley, una cadena, un orden simbólico, la intervención del orden de la palabra, es decir, del padre. No del padre natural, sino de lo que se llama el padre. El orden que impide la colisión y el estallido de la situación…”. (48)
LA AGRESIVIDAD
Lacan comienza el escrito “La agresividad en psicoanálisis” precisando el modo en el que la agresividad se manifiesta en el contexto de la experiencia psicoanalítica. Para analizar dicho fenómeno, propone pasar de la subjetividad de la intención –que nos deja en el plano de la fenomenología de la experiencia– y centrarnos en la noción de una tendencia a la agresión. La agresividad del sujeto hacia la persona del analista constituye la transferencia negativa. Lo que se transfiere sobre el otro es una de las imágenes más o menos arcaicas que se formaron a partir de una identificación. Así, “el más azaroso pretexto basta para provocar la intención agresiva, que reactualiza la imago en el plano de sobredeterminación simbólica”. (49) El título del último punto del escrito expresa “La agresividad es la tendencia correlativa de un modo de identificación que llamamos narcisista y que determina la estructura formal del yo del hombre y del registro de identidades característico de su mundo”. (50)
El desarrollo precoz de la función visual le permita al hombre, a partir de una identificación especular, constituirse como unidad de forma anticipada a sus posibilidades reales. Eso conlleva una cierta indiferenciación entre él mismo y el semejante. Por eso, el comportamiento del niño durante aproximadamente los primeros dos años de vida da lugar a manifestaciones emocionales que testimonian de un transitivismo normal. Al confrontar dos niños de edades similares los gestos de uno siguen y se confunden con los del otro, “es en una identificación con el otro como vive toda la gama de reacciones de prestancia y de ostentación, de las que sus conductas revelan con evidencia la ambivalencia estructural, esclavo identificado con el déspota, actor con el espectador, seducido con el seductor”. (51) Allí se juega cierta agresividad, pues “las retaliaciones de palmadas y de golpes no puede considerarse únicamente como una manifestación lúdica de ejercicio de las fuerzas y de su puesta en juego para detectar su cuerpo”. (52)
En el Seminario 1 Lacan señala “existe una dimensión imaginaria del odio pues la destrucción del otro es un polo de la estructura misma de la relación intrasubjetiva. Se trata de lo que Hegel reconoce como el callejón sin salida de la coexistencia de dos conciencias”. (53) Hegel deduce de la misma su mito de la lucha por puro prestigio y deriva del conflicto del amo y del esclavo todo el progreso de nuestra historia al hacer surgir de esas crisis las síntesis que dan cuenta de las formas más elevadas de la persona. Lacan indica “Si el amor aspira al desarrollo del ser del otro, el odio aspira a lo contrario: a su envilecimiento, su pérdida, su desviación, su delirio, su negación total, su subversión. En este sentido el odio, como el amor, es una carrera sin fin”. (54) Ahora bien, el sujeto aprende a reconocer invertido en el otro también su deseo. Al principio el deseo se juega únicamente en el plano de la relación imaginaria del estadio especular. Reconocemos la relatividad del deseo humano respecto del deseo del otro en toda relación donde hay rivalidad. (55)
En el escrito “De nuestros antecedentes” Lacan refiere “sea lo que sea lo que la imagen cubre, esta no centra sino un poder engañoso de derivar la alienación que ya sitúa el deseo en el campo del Otro, hacia la rivalidad que prevalece, totalitaria, por el hecho de que el semejante se le impone con una fascinación dual”. (56) En la relación narcisista, el deseo del sujeto solo puede confirmarse en una competencia absoluta con el otro por el objeto hacia el cual el deseo tiende. Solo el orden simbólico permite hacer pasar el deseo por la mediación del reconocimiento, establece la regulación de las relaciones e imposibilita tanto la completa captación por la imagen como la tentativa feroz de destrucción del semejante, en el que se agotarían los lazos humanos. Por eso, cada vez que nos aproximamos en un sujeto a esa alienación primordial, y falla la regulación que provee el registro de la palabra, se genera la agresividad más radical: el deseo de la desaparición del otro, en tanto el otro soporta el deseo del sujeto.
LOS CELOS
En el texto “Los complejos familiares en la formación del individuo” Lacan se dedica a la cuestión de los celos en el marco del complejo de la intrusión, el cual “representa la experiencia que realiza el sujeto primitivo, lo más a menudo cuando ve a uno o varios de sus semejante, participar con él de la relación doméstica, dicho de otra manera cuando se entera de que tiene hermanos”. (57) El punto crítico que revelan las investigaciones psicoanalíticas para Lacan es que “los celos en su fondo representan no una rivalidad vital sino una identificación mental”. (58) Para introducir el tema, Lacan recuerda la experiencia que nombra San Agustín sobre los celos infantiles “He visto con mis propios ojos, dice San Agustín, y observado atentamente a un niño muy pequeño presa de los celos: todavía no hablaba, y no podía, sin palidecer, fijar su mirada en el amargo espectáculo de su hermano de leche”. (59)
Si se confrontan niños pequeños por parejas cuando entre ellos no hay una notable diferencia de edad, cada uno confunde la patria del otro con la suya propia y se identifica con él.