el deseo de amar, por el contrario, Lacan encuentra un elemento de actividad inherente al comportamiento del narcisista. Este último siempre ignora al otro. La relación anaclítica en su persistencia en el adulto es considerada una prolongación de una posición infantil, que en su artículo sobre los tipos libidinales Freud llama erótica. (75) Tomando en consideración ambos tipos, Lacan señala que la relación anaclítica es la posición más abierta, es decir, la misma da mayor posibilidad para intervenir sobre ella.
Durante el Seminario 4 Lacan se interesa por el papel que el falo cumple en la relación preedípica del niño con la madre. En los modos de elección de objeto de tipo anaclítica se verifica la dificultad que tuvo el sujeto en abandonar la posición de falo imaginario en el deseo de la madre, lo que lo deja enlazado a su objeto originario. En la medida en la que el hombre es investido con el falo en la relación simbólica como algo que le pertenece y ejercita, se convierte para la mujer, objeto sucesor del objeto materno, en portador del falo, objeto del deseo. (76) Esta relación se convierte en anaclítica si la mujer se muestra dependiente del falo que el hombre ahora detenta. A partir de la identificación con el partenaire, el hombre sabe que le resulta indispensable a ella, que es el único que la satisface por ser el depositario del objeto que es el objeto del deseo de la madre. Lacan dice “una parte de la vida erótica de los sujetos que participan de esta vertiente libidinal está totalmente condicionada por la necesidad por parte del Otro, la mujer maternal, de hallar en él su objeto, el objeto fálico, necesidad que ellos experimentaron en alguna ocasión y asumieron”. (77)
ARTICULACIONES EN TORNO AL AMOR PASIÓN
En el Seminario 1 Lacan establece que si bien la relación objetal debe someterse al marco narcisista e inscribirse en él lo trasciende, de modo tal que resulta imposible su realización en el plano imaginario, se requiere “una referencia al más allá del lenguaje, a un pacto, a un compromiso que la constituya, hablando estrictamente, como otra, incluida en el sistema general, o más exactamente universal, de los símbolos interhumanos. No hay amor que funcionalmente pueda realizarse en la comunidad humana si no es a través de un pacto”. (78) Unas clases después, en el mismo seminario, Lacan distingue el amor del deseo. Considera al deseo como la relación límite que se establece entre todo organismo y el objeto que lo satisface. El mismo se diferencia del amor cuyo objetivo no es la satisfacción, sino el ser. Por eso, solo podemos hablar de amor allí donde existe la relación simbólica. (79) El amor de quien desea ser amado es esencialmente una tentativa de capturar al otro en sí mismo, de capturarlo como objeto. La particularidad del amante no es tenida en cuenta. Tampoco lo es la del sujeto, pues a este último no le interesa ser amado por su bien, sino que exige serlo por todo. Si hay en el deseo de ser amado un predominio de las características especulares, el don activo del amor conlleva la puesta en juego del orden simbólico. Amar implica hacerlo más allá de lo que parece ser. Como don activo el amor “apunta al otro, no es su especificidad, sino en su ser”. (80) El mismo se dirige, más allá de la captura imaginaria, a la particularidad del sujeto amado. Implica tener en cuenta sus debilidades y rodeos y admitir hasta sus errores. Para poder hacer del amor un don activo se requiere de la palabra.
En el Seminario 3 Lacan se sirve del amor cortés para ubicar la forma que toma el amor en las psicosis, pues lo que sucede en el psicótico presenta analogías con “el carácter de degradación alienante, de locura, que connotan los desechos de esta práctica”. (81) En la Edad Media se marcaba una diferencia entre la teoría física y la teoría extática del amor. En el segundo caso, lo que se plantea es la cuestión de la relación del sujeto con el Otro absoluto. Lacan se pregunta “¿Qué diferencia a alguien que es psicótico de alguien que no lo es? La diferencia se debe a que es posible para el psicótico una relación amorosa que lo suprima como sujeto, en tanto admite una heterogeneidad radical del Otro. Pero ese amor es también un amor muerto”. (82) El amor extático es un amor vivo que consiste en amar a Otro radicalmente Otro. Entonces, la condición mortífera del amor en las psicosis, el sacrificio subjetivo, se cumple sólo en determinado momento, “donde la palabra está ausente, allí se sitúa el Eros del psicótico, allí encuentra su supremo amor”. (83) La abolición subjetiva en las psicosis, que se corresponde con la ausencia de la palabra, es consecuencia del agujero en el lugar de la significación fálica que surge en dicha estructura clínica efecto de la forclusión del significante del Nombre del Padre. Por eso en la psicosis el amor no puede jugarse a partir de la mediación del orden simbólico ni inscribirse bajo la definición que Lacan propone para el amor en los ´50, es decir, como “dar lo que no se tiene”. (84) Por otro lado, en las psicosis la relación con el Otro radical se manifiesta a partir de una situación en espejo, es decir, el Otro se le presenta al sujeto a nivel del orden de lo imaginario. (85)
El amor cortés es una respuesta que se dio en un lugar y un momento preciso de la historia frente al problema de cómo dar forma al amor. Dicho “amor ideal” se caracterizaba por un sacrificio total de un ser al otro llevado a cabo sistemáticamente. Comportaba una técnica especial con sus modos y sus registros y con una mezcla de sensualidad y castidad, en el cual el contacto físico era infrecuente o nulo. (86) Lacan hace referencia a la cuestión de los patterns y propone una línea que conduce hasta el amor romántico. Precisa “en el curso de la evolución histórica el amor-pasión, en la medida en que es practicado en ese estilo que se llama platónico o idealista apasionado, se vuelve cada vez más ridículo, o lo que comúnmente se llama, y con justeza, una locura”. (87) Este tipo de amor que ligaba al sujeto con una “bella” o una “dama” se realiza en la actualidad con una imagen en la pantalla. (88) Lacan ubica, en cualquier caso, como “locura” la dimensión del puro espejismo que este modo del amor conlleva. (89)
EL AMOR PASIÓN EN LA JOVEN HOMOSEXUAL
En el Seminario 4 Lacan estudia el caso de Freud de la joven homosexual que, en este momento, abordaremos desde la perspectiva de la fascinación imaginaria. Aunque el mismo admite, también, ser trabajado a partir del orden simbólico, si consideramos la falta puesta en juego en el amor en su doble vertiente –el amor como don y el falo como lo que se desea en la persona amada–, y desde el registro real, si tomamos en cuenta el objeto a oculto bajo la imagen, vacío real que no se puede simbolizar. Durante este seminario, Lacan se interesa por la práctica del amor cortés, a la que ya aludió en el Seminario 3 y la cual trabajará, fuertemente, en el Seminario 7.
El amor cortés es una modalidad del amor que reinó en la Edad Media, la misma “implica una elaboración técnica muy rigurosa del contacto amoroso, con largas permanencias conteniéndose ante el objeto amado, para alcanzar la realización de ese más allá buscado en el amor, más allá propiamente erótico”. (90) Es decir, algo se alcanza por fuera del contacto físico, del cuerpo a cuerpo, y para alcanzarlo “se hace un uso deliberado de la relación imaginaria propiamente dicha”. (91) Estas técnicas, que puede parecerles perversas a un ingenuo, no son más que cualquier otro reglamento del acercamiento amoroso en una esfera definida de las costumbres. (92) El caso de la joven homosexual se encuentra dentro de esta vertiente amorosa. Se trata de una muchacha vienesa. Su caso es explicado por Freud a partir de la orientación de la mujer, en su paso por el Edipo, de obtener un hijo del padre.
Algo se decide en el caso cuando, en algún momento de su juventud, la joven sufre una decepción en relación con el objeto de su deseo. Fantaseaba con la posesión de un hijo imaginario del padre y, causada por dicha necesidad, se satisfacía en el plano simbólico cuidando un niño, hijo de unos amigos de sus padres. En este contexto, el padre da a la madre un hijo real. Freud explica que tras el desengaño la joven se identifica con el padre y desempeña su papel, lo que implica una regresión al narcisismo. Desde esta posición, convertida ella misma en el padre imaginario se aferra al pene, objeto que no tiene, y se vincula con una dama a quien ama. Le demuestra, de esta forma, al padre cómo se puede amar, es decir, cómo dar lo que no se tiene.
En función de la forma en la que la joven manifiesta su amor por la dama, Lacan refiere “Esta relación de la chica revela ser, a medida que transcurren los acontecimientos, verdaderamente