Priscila Serrano

Nuestro amor en primicia


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importaba. Era muy importante para mí que quien quisiera estar conmigo, me aceptara con todo, de no ser así, nadie entraría en mi vida.

      Las horas pasaron rápido, la primera vez en mi vida que el día se me había ido volando. Cuando llegué a mi casa, fui directa a mi madre para contarle que tenía una cita, que era un chico de la universidad.

      —Pero cuéntame más —me apremió expectante.

      —Se llama Pablo, tiene veintitrés años y es… uf, no sé cómo explicártelo. Mejor lo ves por ti misma cuando venga a recogerme. —Me miró emocionada, creo que más que yo.

      —¿Le dijiste lo de Edu? —Se interesó. Yo asentí con una sonrisa.

      —Sí, fue lo primero que le dije…

      —Pero hija ¿por qué lo has hecho? ¿No crees que eso podrías haberlo dicho más adelante?

      En parte tenía razón, podría haberlo omitido hasta saber si llegábamos a algo más que no fuera una simple cita, pero algo en él me hizo confiar, me hizo ver que con él sería diferente. Puede que me equivocara, incluso puede que volviera a sufrir. ¿Qué más daba ya? Yo quería vivir, hacer lo mismo que él estaba haciendo sin miramientos. Olvidarle, así como él hizo conmigo. Sergio me olvidó y cada revista, cada noticia que veía, me lo afirmaba.

      Aún recordaba aquel día, ese que vino a verme, el mismo día que supe de que estaba embarazada y que decidí que no lo sabría jamás. ¿Para qué? Su hermano me lo dejó bien claro con su llamada; Sergio no volverá a Madrid y mucho menos contigo. Esas fueron sus palabras, unas que me dolieron como si un cuchillo se clavara en mi pecho, hiriendo cada parte de mi corazón, cada rincón de este corazón que latía con tanta intensidad por él. Sergio fue mi primer amor, ese que iba a amar de por vida, pero también ese que tenía que olvidar de una vez por todas y Pablo, parecía el indicado para conseguirlo.

      Sobre las siete de la tarde, ya tenía a mi hijo bañadito y cenado, pues él dormía pronto, como muy tarde a las nueve. Lo dejé en brazos de mi madre mientras yo me puse a buscar qué ponerme. Saqué toda la ropa y no había nada que me pareciera lo mejor para la cita.

      —Cariño, ese vestido es precioso —dijo señalándome el de color negro.

      Arrugué la nariz y negué. La verdad no quería ponerme vestido en una primera cita y yo era más de pantalones, así que, sin más, cogí el negro ajustando y lo conjunté con una blusa en color verde agua que me llegaba a las caderas, me calcé mis sandalias de tacón y tras maquillarme, cogí mi bolso y caminé hasta mi hijo y le di un beso en el moflete, dejándole marcada la mejilla de color rojo. Sonreí y me di una vuelta para que mi madre me viese bien y cuando me dio su aprobación, aunque no me hiciera falta, salí al salón con ella detrás.

      Cuando me iba a despedir de mi padre, el timbre sonó y los nervios entraron en mi cuerpo con tanta intensidad que pensé no abrir y volver a encerrarme en mi habitación. Mi madre me instó con la mano para que abriera y cuando lo hice, mi corazón se paralizó.

      Lucía

      Mis ojos se abrieron con demasía, mi corazón comenzó a latir desbocado y mi semblante cambió de color en cuanto sus ojos se abrieron y me miraron. Sergio estaba frente a mí, mirándome de arriba abajo, haciendo que mi cuerpo temblara con solo eso. No sabía por qué había venido, justo ahora, justo en este momento y el miedo entró en mi cuerpo cuando escuché a mi hijo reírse por algo que había visto o escuchado.

      —¿Qué haces aquí? —Titubeé.

      Mi padre se acercó y al ver quién era, le hizo una señal a mi madre para que entrase en la habitación para que Sergio no viera al niño.

      —¿Podemos hablar? —Negué—. Por favor, Lucía. —Su voz sonó apagada, destrozada.

      ¿Qué quería? Si seguía haciendo estas cosas, jamás iba a poder rehacer mi vida. Tragué saliva a la vez que miraba a mi padre y se encogió de hombros. Salí de casa y la cerré. Total, en unos minutos me iría, pues Pablo estaba a punto de llegar. Sergio estaba frente a mí, a unos cortos centímetros, provocando que mi cuerpo se erizara con solo tenerle cerca, pues reconocía quién era. Cogió mi mano e intenté soltarla, pero no me dejó y tiró de mí hasta pegarme a su cuerpo y sin que me lo esperara, me besó con brusquedad. No quería, no debía besarle, pero eso me lo decía mi parte racional. Y maldije al saber que escucharía a mi parte emocional. Sergio me apretó con fuerza, intentando meterme en su interior, pero no pudo, porque al final abrí los ojos al recordar que esa boca ya había besado a otra que no era yo, al recordar eso que su hermano me dijo, al entender que eso no iba a volver a pasar. Me solté de su agarre y le di un guantazo con tantas ganas, que hasta la mano me dolió.

      —No vuelvas a besarme en tu puta vida —le amenacé.

      Sergio me miró incrédulo, por un momento parecía haber pensado que le abriría los brazos y haría como si nada hubiese pasado y no, estaba equivocado. ¿Estaba loco? ¿Cómo se le ocurría venir después de más de un año y besarme? En definitiva, el haber elegido otra vida le afectó el cerebro.

      —Lo siento —se disculpó—. Sé que fui un gilipollas que se dejó llevar por unas obligaciones que no me correspondían y por eso te perdí, pero si tú me lo pides lo dejo todo, Lucía.

      Sus palabras me arañaban el alma. Venían tan tarde, tan desesperadas. Aun así, no aceptaría nada de lo que me pidiera, ni mucho menos le daría una mísera oportunidad, él no lo hizo conmigo.

      Sus ojos estaban clavados en los míos, mirándome de esa manera tan especial que me volvía loca. Un día pensé que, si volvía y me pedía perdón, le iba a perdonar. Ese día había llegado y, aunque pareciera mentira, no sentía más que rencor. Estaba claro que mis sentimientos hacía él siempre iban a estar ahí, pero los había escondido tan profundamente que en este momento no sentía nada.

      —No.

      —Por favor. —Se arrodilló—. No puedo vivir sin ti. Este tiempo ha sido una tortura... no sabes lo que te he necesitado, lo que te necesito.

      —Levántate, Sergio. Estás haciendo el ridículo —espeté reprimiéndome, reprimiendo las ganas de abrazarle y hacer que desapareciera ese dolor en su pecho.

      Se levantó y se secó las lágrimas con el puño de su camisa. Me fijé en su rostro. Había cambiado mucho en el tiempo que no lo veía. No era lo mismo verle en revistas que en persona y el Sergio que tenía delante, no era el mismo que un día me prometió amor eterno.

      —Te querré eternamente ¿recuerdas? —Suspiré—. Yo no lo he olvidado y el amor que siento por ti es aún más fuerte que antes, mucho más —declaró.

      Estuve a punto de flaquear, a punto de aceptar lo que me pedía, de hacerle ver que yo también le quería. Entonces Pablo llegó justo en ese momento y prácticamente me hizo ver que el destino me tenía preparada otra cosa, otra vida, una en la que Sergio no era el protagonista. Sin decirle nada y bajo su atenta mirada, me acerqué a Pablo y le di un beso en los labios. No se lo esperó, claro que no y seguramente cuando estemos a solas, me dirá que estoy loca, pero era eso o caer en las garras de Sergio Fisher.

      Al separarnos, Sergio nos miró enfurecido, aunque más bien me miraba a mí. Pablo se quedó perplejo, aunque pronto se dio cuenta de quién estaba frente a nosotros.

      —Un momento. ¿Eres Sergio Fisher? —Preguntó. Mas él no respondió—. Sigo todas tus columnas, lo que estás haciendo con la asociación de mujeres maltratadas aquí en España, es algo impresionante.

      Fruncí el ceño al escuchar eso, pues no tenía constancia de esa labor, de lo que hacía. Realmente cuando veía la portada de la revista, en donde estaba cada semana con una mujer diferente, la tiraba a la basura sin leer nada más, por eso no me había enterado de nada.

      Sergio asintió y se relajó, aunque seguía escrutándome con la mirada, haciéndome sentir culpabilidad.

      —Soy Pablo. —Le