Priscila Serrano

Nuestro amor en primicia


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cuenta de que realmente sí había perdido a alguien, a esa persona que sabía que no dejaría de amar fácilmente, hizo que un fuego interior subiera desde mis pies hasta llegar a mi cabeza, nublándome por completo, importándome una mierda que al que estuviese a punto de golpear llevase mi misma sangre. Nick se merecía todo esto, Nick merecía que le partiera la boca de una vez por todas.

      —Vamos, pégame —me animó. Yo alcé una ceja mientras una sonrisa se dibujaba en mi rostro—. No tienes los suficientes cojones para hacerlo, así como no los has tenido para impedir esa boda, por qué no lo hiciste ¿eh? ¿Acaso tenías miedo de que te rechazara, de darte cuenta de que ya no te ama?

      —Eres un imbécil —murmuré dándole la puta razón.

      Fui un cobarde, uno que no luchó lo suficiente por ella y el único culpable de haberla perdido, había sido yo mismo, por no venir cuando tenía que hacerlo, por no llamarla y contarle todo, por dejarla de lado cuando ella me esperaba. Lucía había rehecho su vida porque yo la dejé y ahora no podía pedirle nada y muchos menos exigirle un perdón que no merecía. Solté a mi hermano y caminé hasta el mueble bar, donde, tras sacar una botella de ron, bebí a morro un buen trago, uno tan largo que me haría perder la conciencia en unos pocos minutos. Nick no me dijo nada, me miró de reojo y salió de mi habitación dejándome completamente solo y vacío, aunque así ya me encontraba antes de que viniera a tocarme los huevos.

      Lucía

      Meses antes del enlace.

      Hacía unos días que no veía a Pablo y la verdad estaba bastante preocupada, ni siquiera en la Universidad habíamos coincidido. La última noche que nos vimos, fue la primera que decidí entregarme a él, acostándome con él aun habiendo jurado hacía tiempo que ninguno que no fuera Sergio lo haría, pero esa noche no sabía qué me había pasado. No sabía si fue el alcohol o simplemente le necesitaba. El caso era, que llevábamos saliendo cinco meses, unos meses en los que se había convertido en alguien muy especial para mí, alguien que me entendía, que me escuchaba y, sobre todo, que quería a mi hijo por sobre todas las cosas. Y eso, para mí, era mucho más importante que todo lo demás.

      El único problema de todo era que, al sentir sus labios en mi piel, fue como si en realidad fueran los de Sergio. Al sentir sus manos, acariciando con mimo cada curvatura de mi cuerpo, fue como la última noche que pasé con él. ¿Estaba loca por pensar en otro al acostarme con mi novio? ¿Era una locura que aún no lo hubiera dejado de amar aun teniendo a un hombre maravilloso conmigo? Era joven, demasiado, pero todo lo que había vivido a corto plazo, me hizo madurar de una manera muy brusca y, realmente, me gustaba.

      Salí de mi habitación para buscar a mi madre, pues aún no me había llamado, teníamos que salir a hacer unas compras. Mi padre se había encargado de llevar a mi pequeño terremoto, que recién comenzaba a caminar, a la guardería. Me volvía loca y estando de exámenes, era mucho, pero, aun así, no cambiaría nada de mi vida en este momento.

      —Pablo, está desesperada desde que no la llamas. ¿Qué harás?

      Escuché la voz de mi madre hablando por teléfono y la persona que estaba al otro lado, era mi novio desaparecido. ¿Tan mal lo hice? Puse un dedo en mi barbilla y unas imágenes fugaces se cruzaron por mi mente.

      Los besos, esos besos que en este momento necesitaba, fueron desde mis labios, bajando por mi cuello, donde su lengua saboreó mi piel y bajó hasta mis pechos, donde tras quitarme la blusa y sujetador, se metió uno en la boca. Un gemido salió de mi boca, uno tan potente que Pablo se volvió loco y se separó para cogerme en brazos y obligarme a enroscar las piernas alrededor de sus caderas, haciéndome sentir su gran erección. Estábamos excitados, demasiado para ser nuestra primera vez.

      —Te deseo tanto —susurró en mi oído al tiempo en el que devoró mi boca, metiendo su lengua para buscar la mía.

      La verdad era que Pablo besaba demasiado bien y tenía un cuerpo de infarto. Caminó hasta la cama, donde me dejó en ella y tras quitarse los pantalones y el slip, se puso encima de mí para hacer lo mismo con mi parte de abajo. Me dejó desnuda ante él, me quedé completamente vulnerable ante una persona que solo conocía hacía unos meses, pero que se estaba convirtiendo en alguien imprescindible en mi vida. No lo amaba, no y tampoco creía hacerlo algún día, pero sí lo necesitaba a mi lado.

      Entonces, abrió mis piernas y tras ponerse un preservativo entró en mí, llenándome por completo, haciéndome gritar al sentir su miembro duro y latente ajustarse a mi interior, como si en realidad fuese mi primera vez. Comenzó a moverse a un ritmo pausado, uno que nos haría disfrutar, mientras sus labios besaban los míos. Pablo me hacía el amor y yo no quería eso, pues era hacerme ver que él podría estar sintiéndolo hacia mí.

      —Te quiero Lucía —declaró mirándome fijamente.

      Mis ojos se abrieron y me quedé estática sin poder moverme, pues escuchar esa declaración me hizo verle a él, hizo que Sergio entrase en mi mente como un maldito huracán, arrasando con todo, con la poca cordura que me quedaba, incluso, con este momento que quería disfrutar, él no me dejaba.

      No respondí, no pude… entonces hice lo que creí apropiado, le obligué a girarse, quedando él debajo de mi cuerpo para llevar yo las riendas y no le hice el amor, no podía hacerle el amor a alguien que no estaba en mi corazón de esa manera. Yo le follé, era una palabra que no me gustaba emplear, pero era la realidad. Estaba manteniendo sexo con un amigo, porque eso era él para mí.

      —Oh, vamos Pablo. Tienes que venir ya, no puedes dejarla así tantos días.

      Al volver a escuchar a mi madre, provocó que volviese al presente y me acerqué a ella, quitándole el teléfono de las manos para hablar yo misma con Pablo. Me lo puse en la oreja y la voz de mi novio me sorprendió, diciendo que me tenía preparada la sorpresa para esta misma noche. Obviamente no sabía que era yo quien estaba escuchando.

      —Así que una sorpresa ¿eh? —Puse voz burlona—. ¿Por eso has estado tan distante?

      —¿Lucía?

      —No, María Teresa de Calcuta, no te jode. Pues claro que soy yo.

      Escuché la carcajada de mi madre, provocando que me uniese a ella.

      —Lo siento nena, no quería dejarte tantos días sola, pero… Suspiró. Estoy preparando algo que lleva su tiempo y creo que para esta noche lo tendré listo. ¿Podrás esperar?

      —Si no hay más remedio.

      —Perfecto, a las nueve paso a recogerte y ponte guapa.

      —Oye… —Me quejé.

      —Me refería a más guapa de lo que ya eres. Te quiero Lucía y no veo la hora de tenerte entre mis brazos de nuevo.

      Tragué saliva nerviosa y me despedí de él aceptando su propuesta de salida por la noche. La verdad era que me estaba poniendo nerviosa, pues las sorpresas no me gustaban demasiado. Habría que esperar ¿no? Aunque también podía hacerle un tercer grado a mi madre para que me contase lo que supiera. Me giré para mirarle y comenzó a negar riéndose. Alcé una ceja a la vez que ella comenzaba a correr para salir de la cocina, donde aún estábamos metidas.

      —¡No huyas cobarde! —Le grité.

      —No soy ninguna cobarde, pero tampoco te diré nada —respondió sentándose en el sofá.

      Me senté a su lado y la miré fijamente, intentando disuadirla y que soltase todo lo que Pablo tenía planeado, pero su excusa fue la de ir al baño porque tenía que hacer… bueno, mejor no cuento lo que tenía que hacer. Me quedé mirando al techo, pensando en mil cosas y en todas estaba Sergio y Pablo. Pablo y Sergio. ¿Será que algún día pensaré en uno solo?

      Las horas pasaban lentas y agonizantes y yo seguía en el sofá tirada, hasta que mi padre llegó con mi pequeño en sus brazos y la calma y, sobre todo, aburrimiento, acabó. Me levanté como un resorte y corrí a su encuentro, como si llevase días sin verle.