miles de pedacitos, llegando al orgasmo a la vez. Estábamos sudados y agotados, debíamos descansar para que por la mañana no tuviéramos los ojos llenos de ojeras.
Nos acostamos y él cayó rendido, pero yo, yo no podía conciliar el sueño. Seguía manteniendo sexo con alguien al que aún no era capaz de amar y cuando lo disfrutaba, era porque su rostro se cambiaba por otro, sus manos eran otras y sus labios eran los de Sergio. ¿Me estaba volviendo loca? Lo odiaba con toda mi alma, odiaba tener que seguir recordándole y me odiaba a mí misma por no ser capaz de expulsarlo de una vez de mi vida o, más bien, de mi corazón. Tras muchas vueltas en la cama, me quedé dormida, aunque ya estaba amaneciendo cuando mis ojos comenzaron a cerrarse.
7
Sergio
Dos años después
El sonido del móvil martilleó mi cabeza, tan fuerte como el dolor que tenía. Anoche me pasé de copas, demasiadas copas. Me levanté despacio, evitando marearme, pues aun el alcohol corría por mi organismo como si estuvieran en una carrera. Cogí el teléfono que estaba en el interior del bolsillo de mis pantalones y descolgué sin mirar.
—¿Quién? —Pregunté de mala manera.
—¿No me digas que aún estabas durmiendo?
La voz pesada de mi hermano se clavó en mis oídos, poniéndome de mal humor al instante.
—¿Qué cojones quieres ahora Nick?
—No me jodas, Sergio. Tenemos una reunión importantísima con el Sr. Meyer y sigues vagueando. La empresa te necesita.
Otra vez la maldita frase de la empresa te necesita y yo necesitaba desaparecer. Dos deseos y solo uno se cumplía. Obviamente, desaparecer no era lo que sucedía. Bufé cabreado, cogiendo los pantalones despacio. Estaba seguro de que podría caerme en cualquier momento.
—Sergio ¿estás ahí? Tienes que venir ya.
—Que sí, joder. Que voy ya para allá.
Fue lo último que le dije y colgué, miré a mi alrededor sin saber muy bien dónde estaba. No era mi casa. Entonces miré a la cama y una pelirroja con labios carnosos y unas curvas de infarto, dormía plácidamente en la cama. No recordaba muy bien como había llegado hasta aquí, pero sí la noche de sexo que tuvimos. Sonreí de lado y tras vestirme, salí de allí sin dejar ni número de teléfono ni nada. ¿Para qué? Nunca repetía con las mismas mujeres, no quería tener nada serio con ninguna, así que no merecía la pena saber más nada que su nombre para que al follar, supiera con quién lo estaba haciendo.
En el salón, me fijé que era un apartamento humilde, no tenía nada que ver con la habitación que si tenía una decoración un poco más exquisita. Unas maletas en la puerta
me alertaron, pues no sabía que viviese con alguien o, que estuviese recibiendo alguna visita. Bueno, en realidad, no sabía nada de ella y el alcohol no me dejaba recordar su nombre.
—¡Alisa, ya estoy en casa!
La voz de una mujer desde el interior de la cocina me hizo ver que era una visita. Y me hizo recordar el nombre de la pelirroja. Quise correr y salir del apartamento o volver a la habitación para no ser visto, pero no me dio tiempo a ninguna de las dos cosas.
La puerta de la cocina se abrió y me dejó ver a una mujer de unos cuarenta años; era parecida a la chica, lo que me hizo percatarme de que podría ser su madre. Su cabello rojo me lo confirmó y sus ojos verdes me escrutaron. Me quedé anclado al suelo y sin decir ni media palabra, aunque tampoco sabía qué podría decirle. Seguro que no sabía lo que su hija hacía cuando ella no estaba.
—Hola. ¿Qué hace usted aquí? —Me preguntó alzando una ceja.
—Yo, ya me iba —murmuré nervioso.
—Un momento. ¿Usted es Sergio Fisher?
Abrí los ojos sorprendido, me conocía y eso complicaría mi huida y de verdad que tenía prisa. Asentí a la vez que Alisa salía de la habitación con una bata negra tapando su cuerpo, aunque no demasiado; la bata le llegaba por debajo del trasero y sus pechos eran demasiado grandes como para que poder taparlos. Ella me miró y se sonrojó al comprobar que miraba sus pechos de manera lasciva, recordando la noche de sexo tan intensa que habíamos tenido.
—Mamá ¿no has llegado demasiado pronto? —Miró a su madre y caminó hasta ella para después darle un beso en la mejilla.
—Sí, pero mi vuelo se adelantó. Te envié un mensaje para avisarte —se excusó sin dejar de mirarme a mí—. ¿Qué hace él aquí? —Alzó una ceja—. Por lo que veo conseguiste el trabajo.
Arrugué la frente sin entender muy bien a que se refería.
—Eh, sí —titubeó nerviosa—. Mamá ¿podemos hablar cuando estemos solas? —Se encogió de hombros—. Sr. Fisher, nos veremos más tarde en la oficina ¿de acuerdo? —Dijo haciéndome una señal con la mirada a la vez que apiñaba sus labios.
—Claro, después nos vemos.
Y sin más salí de allí como alma que lleva el diablo.
Ya en la calle, busqué mi coche por todos lados y lo encontré en un callejón que había justo al lado del edificio de Alisa. Me monté en él y arranqué para después pisar a fondo y salir de allí. Tenía una reunión en solo quince minutos y no iba a llegar, de eso estaba seguro.
Media hora después y con el corazón latiéndome fuertemente cada segundo, llegué a las oficinas de Fisher Enterprise y mi hermano me esperaba en la puerta de mi despacho con cara de perro. Iba a hablar, pero lo corté.
—Ni me hables, he tenido una mañana muy rara.
—Me importa una mierda tu mañana, has llegado tarde y el Sr. Meyer está de un humor de perros. Ya sabes que llevamos detrás de este tío dos putos años para que vengas a joder una reunión que nos ha costado tanto conseguir después de tu último desplante —me recordó cogiéndome del hombro con fuerza.
Mi hermano me tenía hasta los cojones con tantas exigencias, como si él fuera el dueño de la empresa. Era yo quién decidía aquí lo que se aceptaba y lo que no. Y era yo quién decía si quería tener una maldita reunión con el Sr. Meyer. Preferí decir todo eso en mi mente y no gritárselo a él porque sabía que acabaríamos matándonos como otras veces. En cambio, me callé y tras soltarme de su agarre de mala manera, caminé hasta la sala de juntas donde el Sr. Meyer y su hija Penélope me esperaban tras la mesa redonda.
Ella me miró de arriba abajo, así como hizo la última vez que nos vimos hacía ya dos años. No había cambiado nada, seguía siendo guapísima y con un cuerpo que podría volver loco a cualquier hombre, menos a mí.
—Por fin llega, Sr. Fisher… llevamos esperándole media hora. —Miró el reloj de su muñeca para comprobarlo.
—Mi empresa lleva dos años esperándole a usted y no me he cabreado —ironicé sin dejar de mirarle.
No iba a dejar que me pisoteara y mucho menos que me manipulara. Con mi hermano tenía suficiente a diario. Tras haberlo dejado mudo, me senté frente a ellos y esperé a que mi hermano llegase con los documentos que, por fin, Jackson, dijo que firmaría, aunque no estaba tan seguro de ello.
Seguíamos esperando a mi hermano con la documentación que el Sr. Meyer tenía que firmar, pero por increíble que pareciera, algo dentro de mí decía que no iba a firmar. Penélope no dejaba de mirar a su padre muy nerviosa y Jackson me miraba a mí con el ceño fruncido. Parecía estar pensando en algo que quería decirme, pero no sabía cómo. Entonces, cuando me disponía a preguntarle, Nick entró en el despacho con una carpeta en sus manos.
—Bueno, pues ya estamos todos —murmuró Penélope.
Ella nunca hablaba y para ser sincero, no recordaba haberla escuchado antes. Mi hermano se sentó a mi lado y abrió la carpeta para luego ponerla frente a mí. La ojeé con cautela, pues Nick a veces era