Priscila Serrano

Nuestro amor en primicia


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—Asintió—. Me alegro de que te tengas buena memoria, porque esto no te lo voy a volver a repetir. Soy el dueño y aquí se hace lo que yo digo. Si quieres seguir aquí, se te hará un contrato de trabajador normal y tendrás el salario mínimo, como todo el mundo.

      Estaba disfrutando con esto, la verdad y más ver su cara de pánico. Esto era fácil, algo con lo que podía lidiar. El problema serio, era saber cómo recuperar el dinero sin tener que rebajarme al Sr. Meyer y casarme con su hija. Algo que no quería hacer. Nick seguía mirándome serio, sin decir nada, esperando que yo mismo le dijera que no tenía que hacer nada de eso y que seguiríamos como hasta ahora, pero no, no había vuelta atrás y lo tenía que aceptar.

      —Qué dices hermanito ¿aceptas la propuesta? —Insistí.

      —Sí, acepto lo que digas. Pero eso no va a evitar que te cases con Penélope Meyer, es la única salida para la empresa.

      —Ya veremos.

      Dicho eso, salió de mi despacho pegando un portazo que seguro alertó a todo el personal. Cuando me disponía a levantarme para salir de aquí e ir en busca del jefe de contabilidad para que me dijera cómo estaban las cosas, escuché unos toques en la puerta. Tras un; pase por mi parte, Rubi, la jefa de recursos humanos entró en el cubículo junto con la pelirroja de esta mañana. Fruncí el ceño sin entender nada y recordé que me dijo que nos veríamos en la empresa. ¿Qué hice anoche?

      —Buenas Sr. Fisher. Disculpe que les moleste a estas horas, sé que está ocupado…

      —Al grano Rubi —la interrumpí.

      Rubi era una muchacha joven que llevaba en la empresa dos años, prácticamente entró poco después que yo fuera nombrado presidente y era una chica tímida. Pocas veces ha tenido que venir a mi despacho, pero cuando venía siempre le pasaba esto.

      Mis ojos se clavaron en la pelirroja y ella agachó la cabeza sin poder mantenerme la mirada. Qué estupidez, si la había visto desnuda, aunque no lo recordaba demasiado bien.

      —Eh, sí. Ella es Alisa Nolan, su nueva secretaría. No sabía nada y ella misma me hizo venir aquí para que usted me diese la orden de preparar su contrato —explicó casi tartamudeando.

      —Entiendo.

      —Yo lo siento, de veras que no sabía que usted había contratado ya a otra secretaría.

      —Ni siquiera sabía que necesitaba otra secretaría. Esas cosas las llevaba mi hermano, pero si ella dice que la he contratado debe ser verdad. ¿No, Srta. Nolan? —Me fijé en ella y se ruborizó.

      —Sí, anoche en la cena que tuvimos me hizo la entrevista y me aceptó.

      Al decirme lo de la cena, me vinieron visiones de lo que pasó anoche… Y era cierto, había cenado con ella y la había contratado, lo que pasó después fue un improvisto. No me gustaba mezclar lo personal con el trabajo y tendría que hablar con ella para dejarlo claro antes de que tuviéramos algún que otro encuentro que nos obligara a llegar a algo más. No podía negar que era una belleza; el cabello rojo como el fuego le caía sobre sus exuberantes pechos. Sus ojos eran de un verde esmeralda que idiotizaba a cualquiera y sus labios eran toda una tentación. Y ni que decir de sus caderas. Será mejor que me callase. Era la primera vez que una mujer me ponía nervioso. Antes solo lo conseguía Lucía.

      —Rubi ¿puede dejarnos unos minutos a solas? Luego puede ir con la Srta. Nolan a su oficina para que redacten el contrato.

      —Como usted diga Sr. Fisher.

      Le echó una última mirada a la pelirroja y salió del despacho. Nos quedamos a solas y no sabía cómo entablar una conversación con ella, como explicarle que lo que ocurrió anoche, aparte de no recordar demasiado, no podía volver a pasar.

      —Siéntese. —Le señalé la silla que estaba en el suelo—. Oh, espere. Yo la cojo.

      —No, por favor.

      Fui hasta la silla y me agaché a la vez que ella, provocando que nos golpeásemos la cabeza entre nosotros. Nos miramos y soltamos una carcajada.

      —Lo siento —se disculpó.

      —No, no pasa nada.

      Nos levantamos y nuestros ojos seguían conectados. Una parte de mí deseaba besarla, dejarla sin aliento y follármela aquí y ahora, encima de la mesa de nogal. Pero la otra parte, me hacía ver las cosas con claridad y debía ser responsable y no tener nada con una empleada. Además, Lucía no salía de mi mente y solo estando borracho había podido acostarme con muchas mujeres, solo para olvidarla. ¿Por qué debía ser ella la excepción?

      Suspiramos al unísono y sonreímos de nuevo. Parecíamos tontos y unos desconocidos, aunque en realidad lo fuéramos.

      —Eh, yo. Alisa…

      —Sí, lo que pasó anoche no volverá a pasar. Lo sé Sr. Fisher. Estábamos bebidos y se nos fue un poco de las manos…

      No la dejé hablar, me acerqué a ella la apreté contra mi cuerpo, posando mis manos en sus pronunciadas caderas. Acerqué mi boca a la suya, devorándola con deseo, con un deseo que despertó en mí en cuanto la vi esta mañana. Metí mi lengua para buscar la suya y así profundizar el beso. Un gemido salió de sus labios en cuando bajé una de mis manos y la colé por debajo de la falda negra que llevaba y acaricié su sexo despacio, solo una caricia. Mi polla dio un brinco y ya necesitaba entrar en ella y hacerle todo lo que mi imaginación me mostraba en este momento. Pero cuando iba a hacerlo realidad, volvieron a tocar en la puerta y eso hizo que nos despegáramos.

      —Yo, yo. Lo siento —dijo mientras se arreglaba la blusa y salía del despacho, dejándome ver a la persona que estaba al otro lado.

      Penélope me miraba con cautela, como si la fuera a echar de mi despacho de mala manera. La hice pasar y me senté en mi silla de nuevo, al menos así podría tapar la erección que Alisa me había provocado. Esa mujer tenía el poder de ponerme cachondo con solo mirarla. En cambio, la Srta. Meyer era todo lo contrario, no era la mujer que a mí me gustaba, no era mi tipo, no me gustaba y no iba a casarme con ella.

      —Siento venir a verte y más después del espectáculo que mi padre ha dado hace una hora. —Asentí.

      ¿Ya había pasado una hora? No me había percatado del tiempo y mucho menos me había acordado de que los había dejado tirados en la sala de juntas.

      —Usted dirá.

      —Por favor, tutéame.

      —Claro, tú a mí también —afirmé y ella asintió con una tierna sonrisa.

      Solo en eso destacaba con las demás, el ser dulce. Penélope era una mujer muy dulce que podría enamorar a cualquiera, aunque yo no quisiera estar con ella, no era solo porque no la quisiera, sino, porque me recordaba demasiado a Lucía y lo único que me faltaba ahora era estar con una mujer semejante a ella cuando lo que quería era olvidarla para siempre.

      —Dime. ¿Qué querías? —Le pregunté.

      La verdad es que quería terminar con esta mierda de día y volver a mi casa para relajarme.

      —Quiero que te cases conmigo, Sergio.

      Abrí los ojos incrédulos, no podía creer que ella me estuviera pidiendo eso ¿por qué? No lo sabía. Solo una mujer desesperada sería capaz de pedir algo que no quería, porque se le

      notaba que ella tampoco era feliz con que nos quisieran casar como si fuéramos unos niños de papá.

      —Lo siento, Penélope, pero eso que me pides no podrá ser —sentencié levantándome para volver a servirme una copa—. ¿Quieres una? —Asintió. Sonreí—. Toma. —Le extendí el vaso y se lo tomó de un sorbo. Parecía desesperada.

      —Solo quiero cumplir la última voluntad de mi padre. Sergio… se muere ¿sabías? —Negué sorprendido—. Soy la única heredera, pues mi madre no pudo tener más hijos. Mi padre tiene cáncer y le han dado muy poco tiempo de vida, es por eso por lo que quiere casarme a como