Priscila Serrano

Nuestro amor en primicia


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mi empresa, hizo que algunos empresarios tuvieran que irse a otros países y Meyer, fue uno de ellos.

      —Antes de firmar quiero decir algo. Bueno, más bien, es una cláusula nueva —anunció Jackson.

      Lo que me temía, tenía algo entre manos y estaba seguro de que no me iba a hacer ni puta gracia.

      —Usted dirá, aunque después del tiempo que llevamos esperándole que ahora salga con cláusulas nuevas, me parece una falta de respeto hacia mi empresa. Creo que todo está conforme a lo que en su día ambos queríamos ¿no? —Negó.

      Miré a Nick y este no me devolvía la mirada. Lo sabía, él sabía que esto iba a ocurrir y por eso me estaba metiendo tanta prisa. Me puse nervioso, pues con Jackson Meyer nunca se sabía. Cogió la mano de su hija y tragué saliva, pero no iba a dejar que viese que me afectaba algo, al contrario, debía ser lo más frío. Como un témpano de hielo.

      —Sergio, es una petición para ti o por así decirlo, una condición para firmar esos contratos. —Me levanté cabreándome.

      Comencé a dar vueltas de un lado al otro. Aún no me había dicho nada, pero yo sabía lo que quería y no, mi respuesta sería un no rotundo. No estábamos tan desesperados.

      —Hable de una maldita vez —exigí bruscamente.

      —Cálmate hermano —me pidió Nick. Yo lo fulminé con la mirada.

      —No quiero calmarme…

      —Sergio, quiero que te cases con mi hija —me interrumpió.

      Sonreí de lado, irónicamente, pues estaba muy cabreado. ¿Cómo tenía los cojones de pedirme eso, de exigirme algo así? Me quité la chaqueta del traje, me estaba asfixiando y la dejé en el respaldo de la silla que estaba ocupando hacía apenas unos minutos. Luego me dirigí a él, a ese hombre que se creía tener libertad para decidir sobre mi vida, sobre quién podía tener a mi lado. Casarse era una decisión que no se tomaba a la ligera y mucho menos podría hacerlo sin querer a su hija. Ni siquiera me gustaba por el amor de dios.

      —No.

      —Creo que no me has entendido. Si no te casas con mi hija, no firmo y adiós fusión de empresas —afirmó sin apartarme la mirada—. Creo que dada vuestra situación económica…

      —Un momento ¿de qué situación me está hablando? —Pregunté, pero esta vez mirando al hijo de puta de mi hermano.

      Nick se levantó y caminó hasta la mesa bar que teníamos en la sala de juntas, se sirvió una copa y la bebió de un trago sin responderme a nada. El día no podía ir mejor. Primero me despertaba en una casa que no reconocía e incluso parecía que había contratado a esa chica sin conocerla. Segundo venía este cabrón de Jackson Meyer a ponerme exigencias y para terminar la mañana, me había enterado de que teníamos problemas económicos. ¿De qué coño iba todo esto? ¿Era una maldita cámara oculta? Caminé hasta mi hermano y lo cogí del codo para luego sacarlo de la sala sin decirle nada a él y mucho menos a nuestros visitantes.

      —¡Suéltame! —Me gritó soltándose de mi fuerte agarre.

      Nick era mayor que yo por cinco años, pero me importaba una mierda. Si tenía que partirle la cara, lo haría sin miramientos.

      —Me vas a explicar ahora mismo todo o te juro por nuestros padres que te doy una paliza —amenacé fuera de mí.

      Entramos en mi despacho y se sentó tranquilamente en el sillón. Lo veía demasiado tranquilo para el problema que teníamos, algo que, al parecer, era muy grave para la empresa. ¿Qué coño le pasaba? ¿Qué tenía en esa maldita cabeza?

      —Estamos en banca rota —dijo de pronto.

      Mis ojos se abrieron, tanto, que prácticamente comenzaron a arderme.

      —¿Banca rota? No puede ser. Hace un mes le pedí a Edwin que me hiciera un balance y todo estaba bien. Más te vale tener una explicación, porque no me he partido el lomo durante tres años en esta empresa, perdiendo todo para que ahora se vaya a pique…

      —¡Esta bien! Te lo contaré todo, pero no podemos perder la fusión con Meyer y si te pide que te cases con su hija, pues lo haces y calladito, cojones.

      —No puedo creer lo que estás diciendo. Eres un hijo de puta. ¿Por qué no te casas tú con ella? Siempre tengo que ser yo quien se sacrifique por la empresa —vociferé pegándole una patada a la silla.

      Esta cayó de lado, casi encima de mi hermano, pero juro por dios que en este momento me importaba muy poco la sangre. En este momento era cuando miraba atrás, a mi pasado y me daba cuenta de que tenía que haberme quedado en España, que no tenía que aceptar esta maldita vida que lo único que había provocado en mí, era dolor, uno tan fuerte del que no sabría como salir. Y nunca, nunca jamás, haría algo que no quisiera, porque esta vez lo dejaría todo sin importar nada.

      Sergio

      —Sergio. —Nick tocó mi hombro.

      Me había quedado en un lado de mi despacho, mirando a la nada, sentado en la silla de mi escritorio y con una copa de ron en mi mano derecha. No quería ni tenía ganas de hablar con él, con nadie. Solo quería largarme, irme de este maldito país, de esta maldita empresa, de volver a Madrid y buscar la manera de que Lucía volviese conmigo; ¿pero que estoy diciendo? Ella no querría verme, hizo su vida y se habrá olvidado de mí. Recordar el momento en el que le dijo sí quiero a Pablo, me hirvió la sangre y tiré el vaso con tanta fuerza, que se hizo añicos contra la pared que tenía frente a mí.

      Mi hermano se separó de mi lado, caminando de nuevo hasta el sillón donde se había sentado cuando entramos en el despacho. Aún no me había contado todo, ni cómo se gastó tal cantidad de dinero, pero tampoco había que ser un lince para saber que era un derrochador, un vividor que no daba un palo al agua y que todo lo hacía yo. Estaba harto y deseaba mandarlo a la mierda, despedirlo, pero no podía hacerlo. Mi abuelo hizo un testamento que me obligaba a trabaja con él codo con codo. Entonces una idea se me vino a la cabeza. No podía despedirlo, pero sí cortarle el grifo.

      —A partir de hoy, serás un trabajador cualquiera. Tendrás que currar todas tus horas por el sueldo que cobran todos —anuncié sin mirarle, no podía.

      —¿Qué estás diciendo? No pienso hacer nada de lo que me pides —se quejó. Cómo no.

      —Nick es lo único que puedo ofrecerte. Tú sabrás, pero es eso o despedirte y no tener nada. —Lo miré fijamente, matándolo con la mirada.

      Tenía que coger las riendas de mi empresa de una vez por todas. En estos años solo he sido el títere de mi hermano, haciendo todo lo que él creía conveniente, todo lo que a él le salía de los huevos y estaba cansado de ser el gilipollas de turno. Sí, yo era el dueño, el único heredero, pues ahora las cosas se harían a mi manera.

      —No puedes despedirme.

      —Es cierto, pero sí puedo denunciarte por robar dinero de la empresa de tu hermano y eso conlleva quedarte sin nada y encima puedes ir a la cárcel.

      Se levantó con el semblante blanquecino y caminó hasta posicionarse frente a mi mesa. Miré al frente, subí la cabeza y clavé mis ojos en los suyos. Esto iba a ser divertido. Su cara demostraba de todo, menos esa altanería que tanto se gastaba. Estaba cagado, yo había conseguido eso y no me iba a echar atrás. No ahora.

      —No eres capaz de hacerlo. Siempre has sido una mierda que se ha dejado llevar por todo lo que yo te he dicho. Si no fuera por mí, ahora no estarías en esta mesa, que te quede claro —escupió creyendo que eso me haría cambiar de opinión. Qué equivocado estaba.

      —Yo estoy aquí sentado porque tú no has tenido huevos de llevar adelante esta empresa, así que guárdate esas gilipolleces para quien no te conozca. Yo soy el dueño, tu jefe…

      —Y mi hermano —me interrumpió.

      —¡Vaya! Ahora te importa nuestro parentesco.