Priscila Serrano

Nuestro amor en primicia


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aguantando demasiado y lo único que quería era salir de aquí y perderle de vista. De pasar una primera cita preciosa en la que Pablo me traería de nuevo a casa de madrugada y al despedirnos, me daría ese beso que ya le di yo por adelantado.

      —Oh. Lucía si quieres quedamos otro día —murmuró Pablo cogiendo mi brazo con delicadeza. Yo comencé a negar eufóricamente.

      —No, Sergio ya se iba ¿verdad?

      —No, no hasta que me des una respuesta.

      —La respuesta en no, Sergio. Fue un no hace más de un año y sigue siendo un ¡NO! —Aseguré alzando la voz.

      Ya estaba harta, ya no podía más. No quería verle más, no hasta que mi corazón se diese cuenta de que no volvería a amarle como lo hacía, que no volvería a latir como lo estaba haciendo con su cercanía, con el beso que me robó hacía apenas unos minutos. Quería que se fuera, que desapareciera de una vez por todas de mi vida y esta vez tenía que ser para siempre.

      Al ver que lo decía con decisión, que nada ni nadie me haría cambiar de opinión, se dio la vuelta y comenzó a caminar hasta el ascensor, donde, tras echarle una última mirada y decirme esas malditas palabras que tanto me dolían; te querré eternamente, se metió y nos miramos por última vez durante los segundos que tardó en cerrarse las puertas del ascensor.

      Respiré con dificultad, mi cabeza no dejaba de pensar, de imaginar lo que pasaría si fuera tras él y le dijera que sí, que le perdonaba y que era padre. Pero no podía, debía mantenerme firme en mi respuesta, en mi decisión. Mi tranquilidad y la de mi hijo dependían de ello.

      Pablo seguía mirándome, aunque al llegar vi algo de ilusión en sus ojos, ahora era otra cosa, era como si se sintiera engañado y no tendría por qué sentir eso, ya que ni siquiera conocía mi historia con el Sr. Fisher. Así lo llamaba cuando nadie sabía que había estado en mi vida, que era mi primer amor y que sería el último.

      —¿Estás bien? —Preguntó acercándose a mí.

      Negué mientras me encogía de hombros y una estúpida lágrima salió de mi ojo derecho, respondiéndole a la pregunta. Pablo se acercó y me abrazó, pasó sus brazos por mi cintura y me pegó a su cuerpo. Podría pensar que el beso lo confundió, pero lo que me hacía sentir era un apoyo, una amistad, una confianza que sabía que no podría tener con nadie más. Pablo se iba a convertir en alguien muy importante en mi vida, lo sabía, lo deducía con solo mirarle.

      Esa noche, me llevó a un lugar tranquilo, a un lugar donde me desahogué de una manera que jamás hice con nadie. Le conté toda mi vida, lo que sufrí y lo que Sergio me hacía sentir cuando estábamos juntos. Ciertamente jamás me habría imaginado contándole a Pablo mi pasado, un pasado que parecía querer volver constantemente. Solo una cosa no le conté y era la noche que el hermano de Sergio me llamó.

      —Hija, es para ti —anunció mi padre entrando en mi habitación.

      Había escuchado el sonido del teléfono, era las once de la noche y la verdad no me preocupé, pues a veces mi tía Sara llamaba a esa hora. Desde las cinco de la tarde me mantuve encerrada, pues fue cuando la prueba de embarazo me afirmaba lo que tanto me estaba costando aceptar. Estaba embarazada de un hombre que no estaba y que no tenía claro si iba a volver. Sergio debía de haber vuelto hacía ya unas largas semanas, pero ni siquiera me llamó para decirme el motivo de su ausencia y ahora, ahora cómo le decía que seríamos padres. Yo solo tenía diecisiete años y no sabía nada de la vida, solo tenía ojos para el amor de mi vida, ese amor que ahora no estaba tan segura de que sintiera lo mismo que yo.

      Mi padre me extendió el teléfono y solo su ceño fruncido me preocupó.

      —¿Quién es? —Le pregunté.

      —Será mejor que lo compruebes tú misma.

      La dura voz de mi padre me puso en alerta, aunque, a decir verdad, él estaba un poco enfadado conmigo por haberme quedado embarazada a tan corta edad, pero ¿qué podía hacer ahora? Cogí el teléfono con manos temblorosas y respondí. Una voz que no conocía comenzó a hablarme. Su voz era fría y sus palabras aún lo eran más.

      —Tienes que dejar que siga con su vida y en esa vida tú no cabes, Lucía —me pidió Nick, el hermano de Sergio.

      Mis lágrimas vinieron con fuerza, con tanta fuerza que, si tuviera a ese tipo frente a mí, no sabía qué haría.

      —No sé por qué no me llama él en vez de mandarte a ti.

      —Porque prefiere que no sufras, pero créeme, él no te quiere y en este momento está con otra mujer, porque ella sí es una mujer y no una cría como tú.

      —No voy a permitirte que me hables así. Dile a Sergio que se ponga, necesito contarle algo muy importante… tiene que saberlo —pedí entre sollozos.

      Me estaba muriendo, me estaban arrancando el corazón y tirándolo a la basura de una manera desgarradora. Nick, se negó y me pidió saberlo él mismo. No quería tener que confesarle a una persona que no le importaba nada ni nadie, que sería tío, ¿Y si lo rechazaba? ¿Y si decía que no era de Sergio? Yo jamás estuve con alguien que no fuera él. Sergio fue el primero en todo, en enamorarme, en hacerme el amor y en destrozarme.

      —Estoy embarazada —declaré. Las palabras habían salido de mi boca prácticamente solas.

      —Pues te recomiendo que abortes, pero mi hermano no puede saberlo. Además, seguramente no es suyo y si lo es, no se hará cargo. Tú verás lo que haces —escupió con asco—. Una última cosa y espero que me hagas caso. Espero que seas lista y le dejes en paz, mi hermano no te necesita y mucho menos te quiere ¿queda claro?

      —Más claro que el agua.

      Y colgué o él colgó. Ahí se cortó la comunicación y yo, tras tirar el teléfono contra la pared, haciéndolo añicos, me tumbé boca abajo y escondiendo mi rostro en la almohada, lloré como jamás en mi vida lo había hecho.

      Los recuerdos eran muy dolorosos, tanto, que, con solo escuchar su nombre, mi corazón latía desbocado, pero no por amor, eso hacía tiempo que sabía que él no sentía, aunque quisiera hacerme ver esta noche que sí. Si no, porque me dolía, sangraba y la herida que prácticamente estaba consiguiendo cerrar, se abrió en canal al escuchar sus malditas palabras, al sentir sus estúpidos labios contra los míos. Comprendí que jamás iba a dejar de amarle, que Sergio sería el primer y último hombre que entraría en mi corazón, en mi organismo, haciéndolo suyo por completo. Por mil hombres que se cruzaran en mi camino, ninguno sería él… Yo, siempre lo recordaré y amaré.

      Sergio

      Un año después.

      Podría pasarme la vida entera recordando aquella vez que la vi, como sus labios se pegaron a los de aquel tipo que luego alabó lo que hacía. Encima parecía buen tío, uno que sí sabría valorarla. Ahora me encontraba a las puertas de una iglesia donde ella estaba a punto de darle ese sí quiero que debía ir para mí. ¿Por qué tuve que aceptar esta maldita vida? ¿Por qué dejé que me la arrebataran? ¿Por qué sigo buscándola? Estaba cansado de tanto seguirla, de seguir tratando de acercarme a ella cuando ya me había olvidado. Lucía estaba casándose con el hombre del cual ni siquiera recordaba su nombre.

      Y no sabía si podría acercarme e interrumpir algo que a lo mejor lo único que iba a darme, era la realidad de todo. Y eso era que la perdí, que ella ya no era mía y que nunca más la iba a poder tocar, abrazar y mucho menos hacerla mía como tantas noches había soñado.

      La amaba con todo mi ser, con todo el maldito corazón que he querido endurecer, pero que con su simple recuerdo se volvía el más débil de este mundo.

      —Pablo Alcázar. ¿Aceptas como esposa a Lucía Lago?

      La pregunta del Cura fue lo que me hizo despertar de mi trance. Mis ojos no se despegaban de ella, de toda ella. Estaba tan hermosa con ese vestido blanco.