Raúl Pérez López-Portillo

Los mayas


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y oscuro, tienen pómulos salientes, nariz aguileña.

      Austin y Luján admiten hacia el final de esa época “un clima de violencia y de competencia entre los principales centros de poder”: lo atestiguan los enterramientos masivos de víctimas sacrificiales en Cuello y Chalchuapa. La arquitectura ocupa a miles de hombres con la necesaria coordinación de especialistas. Ejemplos notables de esa evolución son El Tigre, en el Mirador, la estructura II de Calakmul (ambas de 55 metros de altura), la acrópolis de Tikal, la pirámide de 33 metros de Lamanai, el foso defensivo de dos kilómetros que encierra a Becán y el muelle y el canal de Cerros.

      Los dos autores recogen que la temática mitológica y las anotaciones de Cuenta Larga plasmadas en los monumentos de Izapa y Abaj Takalik “son una suerte de eslabón entre la tradición olmeca y la maya”. En efecto, Izapa es un yacimiento clave en el primer desarrollo de la civilización maya; se encuentra en la llanura de Chiapas abierta al pacífico, cerca de Guatemala. Lo forma un gran número de montículos de tierra revestidos con guijarros de río, ocupado durante un largo tiempo, desde los comienzos del periodo formativo. En su apogeo, se esculpen monumentos de piedra, entre ellos, el complejo estela-altar, que se convierte en el monumento típico de los mayas clásicos en las Tierras Bajas. Desde esta perspectiva, “las concepciones ideológicas del mundo maya habrían tenido su origen en las costas del Pacífico próximas a la frontera actual entre México y Guatemala”.

      A diferencia de la frontera septentrional mesoamericana, que se distingue por su movilidad e inseguridad, la meridional se caracteriza por todo lo contrario, su inmovilidad, en términos generales, de acuerdo con Kirchhoff.

      La evidencia más temprana del hombre en Centroamérica la ofrece la punta de proyectil tipo Clovis y las puntas “cola de pescado”, en Guatemala, Costa Rica y Panamá. Es la etapa del cazador-recolector, asociada con los mamíferos del Pleistoceno Superior, como el mamut. Las dos clases de proyectiles unen dos tradiciones tecnológicas, la del Norte y la sudamericana, respectivamente. En periodos más tardíos, estima Ernesto Vargas Pacheco, las relaciones son más claras con los olmecas, teotihuacanos, toltecas y mexica. Finalmente la región se asocia con la cultura mexicana y maya. En Centroamérica, por tanto, se produce una amalgama entre las culturas que proceden del sur del continente y norte de América, en este caso, de México. Los grupos representados en la región tienen varios parentescos genéticos: el pipil proveniente del náhuatl, el caribe, que llega tardíamente de las Antillas, el xinca y el lenca, el jicaque, el paya, el chorotega-mangue y la familia misumalpa, que puede tener filiación chibcha; el sumu y el matagalpacacaopera. Lingüísticamente, la región puede dividirse en dos grupos: unos se agrupan con el área mesoamericana y otros con los idiomas chibchas del sur.

      Imprecisa y fluctuante, la frontera suriana se perfila como “eslabón continental”, en palabras de José Luis Melgarejo. Aun siendo conscientes de las imprecisiones relativas a las fronteras lingüísticas, un rápido delimitador lingüístico marca los grupos cakchiquel, pokomán, chorti, aproximadamente por la frontera con El Salvador y Honduras; desde el punto de vista arqueológico, las dos grandes urbes de Quirigua y Copán “se miran en las posibles marcas del mundo maya”. Para Otto Stoll, son indígenas chol los que ocupan por un tiempo la cuenca interior del río Motagua y siguen hacia el Pacífico, los chorti, pokomán, pipiles, popolocas y tzincas, en el río de La Paz. Franz Terner observa a su vez el fenómeno “tan común en México”, de pueblos fuertes empujando a los vencidos hacia las partes montañosas, menos propicias para la vida con aquellas tecnologías, y en el caso de la cercanía del grupo mayense con lencas, “bien podría decirse que esos nombres se remontan a un tiempo en el cual el elemento maya estaba allí ya en decadencia, y por ello, en lugar de los antiguos nombres mayas aparecían denominaciones de una población extraña a los mismos mayas, que habían penetrado en el territorio, o que estando ya allí, volvió a tener preponderancia”.

      La influencia olmeca en sus distintas fases de desarrollo queda patente en el sur de Chiapas y Guatemala, el Pacífico y El Salvador. En el Preclásico Tardío, al parecer lo que ocurre en el sur de Chiapas “es un endurecimiento de sus características regionales, en una serie de culturas locales, que de ahí en adelante serán distintas entre sí casi para siempre”, explica Vargas Pacheco. Al final la región centroamericana queda bajo la sombra de la cultura maya.

      “Si los progenitores prehumanos del género humano no se hubieran convertido ya en animales sociales, es difícil imaginar de qué manera podrían haberse convertido en seres humanos. Una vez que el hombre se hubo convertido en ser humano, continuó en sociedades primitivas durante centenares de millones de años antes de que aparecieran las primeras civilizaciones”.

      Arnold J. Toynbee

      Historia del territorio

      Medio ambiente

      En días prehistóricos, el grupo maya estaría unido en un territorio; habrían iniciado la vida sedentaria, las actividades agrícolas fundamentales, cuando la diáspora huasteca; el descubrimiento de la cerámica ya los encontró separados. Pero la circunstancia de haber islotes “de vivencias etnográficas huasteco-mayas”, a lo largo de la costa de Veracruz, hace pensar también en otra posibilidad, puntualiza José Luis Melgarejo: una primitiva ocupación del territorio por tales pueblos, interrumpida posteriormente por totonacas y popolocas. De todos modos, el conocido territorio maya “conservó la unidad por siglos” y sus alteraciones no han dejado de ser simples variaciones, “tal vez al contacto con otros pueblos y culturas operando marginalmente, toda vez que las incrustaciones en el interior del cuerpo maya, le fueron absorbidas”.

      En el análisis sobre la causa productora de la cultura maya, en el supuesto del clima, Melgarejo expone dos corrientes, la de Ellsworth Huntington, que cree que la civilización maya surge cuando la oleada climática sustrajo humedad y la selva fue sustituida por la sabana, o la de Arnold J. Toynbee, que sin desechar los fundamentos ni las relaciones entre clima y civilización, dentro de su marco de incitación y respuesta, estima que la tremenda selva maya acuna los elementos de una civilización adecuada para domarla.

      Melgarejo recuerda que, en tono menor, pero más concreto, los mayistas plantean el problema de las Tierras Altas y las Tierras Bajas. Con otras palabras, Sylvanus Morley divide el principio de la civilización maya según los orígenes del cultivo del maíz. Sitúa la clave del origen en las tierras altas de Guatemala, y la acompaña con los viejos testimonios de la cultura material. Pero no descarta la consideración de las Tierras Bajas, a partir del eje Uaxactún-Tikal. El maíz, recordemos, se adapta a todos los climas y para los pueblos prehistóricos es una planta divina. “El maíz moriría irremisiblemente si no tuviera los cuidados constantes del hombre que cava la tierra, que lo cosecha y que lo siembra. A diferencia del trigo y de los demás seres vivos que sirven de alimento, el maíz no existe en estado silvestre y nunca ha podido evadir la mano del hombre para crecer libre. No puede vivir libre. El viento no puede esparcir la semilla, sembrándola en el suelo”, escribe Paul de Kruif en Los vencedores del hambre.

      Morley considera definitivo el encuentro de “una escritura jeroglífica y una cronología únicas en su género” y la “bóveda de piedra salediza”. José Luis Melgarejo añade que para lo primero así es, considerado el ejemplo de la inscripción de la Cuenta Larga; “pero ahora es obligado el cotejo con inscripciones de indudable filiación olmeca y aunque parezca temerario, todavía no podrá echársele siete candados a la posibilidad tolteca de haber contribuido, en parte, aun cuando fuese mínima”.

      La influencia olmeca parece evidente, pero lo anterior “no rebaja los brillantes méritos” del maya en el Preclásico, ni después, con otras influencias externas, que absorben más “como acicate” para respuestas espléndidas, que como inhibidores de potencias creadoras. Melgarejo resume las notables características de su capacidad mental, de su lengua melódica, de su esfuerzo perseverante y de su fina sensibilidad, estaban en marcha. Y Eric Thompson, a su vez, puntualiza que las tres características que señalan el nacimiento de la cultura maya en las tierras abajeñas del área llegan a Uaxactún “casi simultáneamente”: la escultura de estelas con jeroglíficos, la erección de templos con techo de piedras saledizas, y la introducción de cerámica polícroma.