Inmaculada de la Fuente

Inspiración y talento


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de la calle Nicasio Gallego, más acorde con su necesidad de cuidar su corazón y no fatigarse, aunque conserve una segunda dirección para su correspondencia en Luchana 12.

      En ese tiempo la periodista se adentra en el terreno de la crítica al reseñar libros en la sección «Impresiones literarias. Al margen de los libros», que firmó como Perico de los Palotes, un seudónimo que ya utilizó en El Radical almeriense Jesús García, amigo de la autora. En sus reseñas aparecían desde autores clásicos a libros de actualidad. En una de sus entregas, agrupó tres libros de Ramón Gómez de la Serna: Greguerías, Senos y El circo. «En los tres resplandece lo moderno», señaló. En paralelo inauguró la sección fija «El problema de la enseñanza», en la que vertía opiniones de docentes y políticos sobre las reformas más urgentes en la educación.

      Su relación con Gómez de la Serna se había enfriado al marcharse a Chile, lo que acentuó su sensación de soledad. El relato «Se quedó sin ella» encierra algunas claves de su distanciamiento, como si diera a entender que el éxito de él había empañado su unión. La ruptura amorosa se iba a producir algo más tarde y de forma traumática. Su hija María, separada de su marido, había vuelto al domicilio materno y, al disponerse Ramón a dirigir la obra teatral Los medios seres, Colombine le pidió que le diera un pequeño papel. Su participación, por recomendación, no fue bien vista por otros actores y creó tensiones entre ellos y el director. Gómez de la Serna arriesgaba su prestigio de autor teatral en esta primera obra, y este cúmulo de contratiempos y de intereses encontrados fomentó un inesperado acercamiento amoroso entre la hija de Carmen de Burgos y el amante de su madre. Es inevitable ver un guiño freudiano en esta breve pasión de la hija por el hombre con el que había compartido a su madre desde niña. A pesar de haber viajado los tres juntos en el pasado y de que él la consideraba una joven poco atractiva, una jugada del destino trastocó su anterior juicio y se sintió seducido por la actriz. El estreno de la obra, el 7 de diciembre de 1929, confirmó a ojos de la madre la relación y supuso la ruptura final entre De Burgos y Gómez de la Serna. Es posible que este desliz revelara de forma implícita que Ramón no estaba dispuesto a comprometerse hasta el fondo con Colombine. Pasado el tiempo, Carmen de Burgos le perdonó y la relación entre ambos se recompuso, ya como amigos.

      Ramón apoyó en sus inicios la Segunda República porque presagiaba un clima cultural favorable. Tolerante y poco dado a los extremos, al volver de su primer viaje a Argentina, en febrero de 1932, se encontró con una atmósfera de creciente polarización: algunos de sus amigos simpatizaban con la Falange e intentó que la Cripta de Pombo quedara al margen de actitudes partidistas. Aun así, en 1933 sí denunció el antisemitismo y la deriva nazi en Alemania. En Argentina había conocido a Luisa Sofovich, su futura esposa, y ella y su hijo le acompañaron cuando regresó a Madrid. En 1936 se adhirió a la Alianza de Escritores Antifascistas, pero su apoyo se diluyó en las primeras semanas de la guerra. En cuanto le fue posible se exilió. No se sentía comprometido con la República, pero su talante liberal le impedía aproximarse a los sublevados.

      Carmen de Burgos acudió en 1930 a descansar al balneario francés de Royat acompañada de Ana de Castro. Además de recobrar parte de su anterior energía, su nombre sonó en ese tiempo entre las tres mujeres que según Cristóbal Castro tenían méritos y erudición suficiente para sentarse en la RAE. Las otras eran Blanca de los Ríos y Concha Espina. Todo en vano: no había aún voluntad entre los académicos para incorporar a una mujer. En Quiero vivir mi vida, su última novela larga, con prólogo de Gregorio Marañón, escribió dos historias de mujeres en las que el tema de la identidad y los desengaños amorosos se entremezclaban con pinceladas autobiográficas. Una de las protagonistas llega a matar a su marido infiel (una actitud en la que, según Marañón, afloraba un componente viril que empujaba a esa mujer ya madura a tomar tan drástica decisión), mientras que la otra desconfiaba del amor debido a sus malas experiencias.

      Los problemas de su hija seguían preocupándola. Además de su inestabilidad nerviosa, no despegaba como actriz. Su madre se ocupó de que fuera tratada de sus dolencias y dependencias hasta lograr una cierta estabilidad. En 1932 la nueva ley de divorcio aprobada en las Cortes permitió a María poner fin a su primer matrimonio para casarse con Ernesto Zegarra Romano. Carmen de Burgos continuaba entregada a diferentes causas, entre ellas la abolición de la prostitución. El 8 de octubre de 1932 por la tarde participaba en una de las mesas redondas que cada sábado celebraba el Círculo Radical Socialista, en esa ocasión sobre educación sexual, y se sintió indispuesta. Fue atendida por dos médicos que se encontraban en la reunión y ella pidió que llamaran a Gregorio Marañón. Pero su corazón ya no tenía más yesca para seguir ardiendo y se agotó en la madrugada del 9. «Muero contenta porque muero republicana. ¡Viva la República!». Terminaba así una de las trayectorias más sólidas y fulgurantes del primer tercio del siglo XX. Alguien que se había codeado con Pérez Galdós, Indalecio Prieto, Giner de los Ríos, Marañón, Sorolla… Una hija de la naturaleza que a base de trabajo, viajes y algunas excentricidades había llegado a la cima. La dictadura franquista intentó apagar su voz, pero no lo consiguió.

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      Sofía Casanova: una reportera española en la Gran Guerra

      «Soy la única mujer española que vengo de aquellos lugares de desolación y muerte, en donde los hambrientos cavan sus fosas y en ellas se matan con sus mujeres e hijos», escribe, en una de sus crónicas de la Primera Guerra Mundial, Sofía Casanova, consciente de la singularidad de su testimonio y del triste privilegio que suponía haber tocado el horror con los ojos.

      Sus crónicas le dieron tal popularidad que, en 1920, cuando el diario madrileño El Fígaro propuso a sus lectores que votaran a las diez mujeres que en su opinión deberían ser diputadas (la legislación aún no lo permitía), Sofía Casanova apareció en tercer lugar en la lista de las elegidas. Delante de ella figuraban Emilia Pardo Bazán y Carmen de Burgos. Detrás, mujeres tan relevantes como Margarita Nelken, María de Maeztu, María Guerrero, María Lejárraga o Margarita Xirgu.

      Pacifista, conservadora, humanista, Sofía Casanova (A Coruña, España, 1861-Poznan, Polonia, 1958) fue reportera de guerra en un tiempo en que las mujeres o eran pioneras y transgresoras o estaban abocadas a vivir como simples espectadoras. Ella no se resistió a contar lo que veían sus ojos. Mujer inclasificable, era conservadora de ideas e innovadora en la acción. Sus crónicas de la Primera Guerra Mundial y de la Revolución de Octubre para ABC la convirtieron en la segunda española corresponsal de guerra. La primera, como se ha indicado, fue Carmen de Burgos.

      La Gran Guerra supuso para ella, paradójicamente, una oportunidad para labrarse una merecida fama como reportera. En parte porque estaba allí, en el escenario bélico. Pero, sobre todo, porque era escritora y articulista, hablaba cinco idiomas y ante el estallido de la Gran Guerra no se limitó a cuidar heridos. Sabiendo que se encontraba en Polonia, ABC le encargó que narrara su experiencia sobre el terreno, por lo que su testimonio tiene el valor añadido de contar la guerra que ella misma vivía.

      Sofía Guadalupe Pérez Casanova (su nombre completo) dejó a los catorce años su tierra gallega para estudiar música y declamación en Madrid y ser presentada en la Corte, siguiendo los deseos de su abuelo. Cumplió las expectativas familiares y se casó a los veinticinco años con el escritor y filósofo polaco Wincenty Lutoslawaski. Un matrimonio que cambió su destino y que le uniría para siempre a Polonia, desmembrada y repartida desde 1795 entre Alemania, Austria y Rusia. De joven fue actriz, pero luego optó por la poesía y las tertulias literarias donde conoció a Emilia Pardo Bazán y a Blanca de los Ríos. En esas tertulias se sentía en territorio propio. Había nacido en una familia atípica: su madre, Rosa Casanova Estomper, se casó, pese a la oposición paterna, con Vicente Pérez Eguía, de quien estaba embarazada. Sofía fue la primogénita, pero a la llegada del tercer hijo, el padre se marchó a hacer las «Américas» y no volvió. La madre de Sofía tuvo que volver al redil paterno para sacar adelante a sus hijos y fue así como el abuelo, de clase media, pero de economía desahogada, tomó las riendas de la educación de los nietos y decidió que Sofía obtendría en Madrid el progreso social que merecía. Para conseguirlo la familia se instaló en un barrio popular de la capital y removió influencias para que la joven fuera