Inmaculada de la Fuente

Inspiración y talento


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«más ecuanimidad». Lo que no impide que sea consciente de que las agencias de noticias incurren en tergiversaciones, algo que a ella, testigo directo, le indigna: «Combato las noticias escritas, discuto los hechos que me comunican, indago, deduzco, doy ejemplos de la barbarie de todos… de los raros casos magnánimos en unos u otros soldados», escribe en De la guerra. Crónicas de Polonia y Rusia. «Y me duele la confusión, el recelo, el dolor de todos y el esfuerzo que hago equilibrándome, buscando el punto de apoyo de la verdad de la vorágine de nombres, cifras, muertes, martirios, sangre y llamas…».

      Pero la guerra no solo era una maquinaria de muerte. Potenciaba el hambre y la desesperación. Así describió el triste balance de finales de 1915, cuando «la ola de hambrientos, de famélicos, de extenuados, no nos dejaban curar a los cuatro o cinco mil heridos que recibíamos a diario», relató al recordar el triste balance de finales de 1915. Ella y su familia se alimentaban de pan negro amasado con paja.

      Calificada de «notaria de la realidad», algunas de sus crónicas se reproducían en otros medios españoles y extranjeros. Su labor en los hospitales durante la contienda fue reconocida y el zar Nicolás II la condecoró con la Medalla de Santa Ana. Esta proyección internacional facilitó que su nombre sonara en 1925 como candidata al Nobel.

      Casanova era pacifista, aunque no parece probable que se sintiera próxima a las posturas antibelicistas que representaban Virginia Woolf y sus amigos del grupo Bloomsbury. Sería aventurado igualmente deducir cierta sintonía con las ideas de la pacifista y aristócrata austriaca Bertha von Suttner. De haber tenido alguna influencia teórica, podría haber venido más bien del pensamiento pacifista de Tolstoi, autor que Casanova conocía bien. Había llegado al pacifismo desde el convencimiento de que la guerra era innecesaria para el desarrollo humano, al equiparar a los hombres con las bestias. En su opinión no existían razones que justificaran el enfrentamiento bélico y toda la suerte de calamidades que desencadenaba. Pensaba que los conflictos bélicos son «asesinatos colectivos legales». Ya había expresado su horror ante las soluciones belicistas años antes, al escribir sobre la guerra de Marruecos, pero en las crónicas enviadas desde Polonia y Rusia se detecta un planteamiento más elaborado.

      Sus ideas pacifistas podrían haberle aproximado a posiciones políticas menos intolerantes en otros campos, pero la escritora gallega apenas varió sus planteamientos ideológicos. Como mujer culta que era, le horrorizaban la violencia y los extremos, pero en cuestiones políticas apostó por las opciones conservadoras, las que entrañaban para ella mayor estabilidad. Su experiencia directa en la Revolución de Octubre de 1934 fue determinante. Aunque al principio consideró que se trataba de un movimiento revolucionario de tipo burgués, el golpe de Estado bolchevique y, posteriormente, la violenta invasión de Polonia por parte del «terror rojo», según sus palabras, fomentaron su anticomunismo.

      La incorporación de la mujer al periodismo

      Casanova fue un símbolo de la incorporación de la mujer al periodismo en España. Aunque antes que ella existieron ya otras escritoras firmando en los periódicos, desde Carolina Coronado (y mucho antes Cecilia Böhl de Faber, con su firma de Fernán Caballero) a Concepción Arenal, impulsora de La voz de la Caridad, de carácter reivindicativo. Una corriente a la que se sumó Concepción Gimeno de Flaquer con La Ilustración de la Mujer, y años después Emilia Pardo Bazán y su Nuevo Teatro Crítico, una revista literaria que perseguía la «agitación social».

      La escritora gallega estaba de acuerdo con el trasfondo ideológico de estas publicaciones en pro de la educación de la mujer y de su proyección social. Pero filtraba las reivindicaciones en ciernes desde sus creencias católicas. Ella misma colaboraba con La Voz de la Mujer, en donde también publicaban Concha Espina, Blanca de los Ríos y Clara Campoamor. Pero más que incidir en la vertiente feminista, partía del pacifismo para reclamar una mayor presencia de la mujer en la vida pública. Consideraba que la guerra era masculina y que la mujer podría ejercer de contrapeso en la sociedad frente al habitual recurso a la violencia. «Nada hay que dé tan exacta idea de la cultura de un pueblo como la situación que en su sociedad ocupa una mujer. La instrucción de esta, que es factor importantísimo en el desarrollo general, se cuida extremadamente en Polonia», escribiría en 1926.

      Nacionalista polaca ferviente, trató de corregir las inexactitudes vertidas en la prensa sobre su país de adopción en unas declaraciones que realizó el 7 de abril de 1916 a la periodista y sindicalista católica María de Echarri en La Acción:

      […] Polonia, mayor seis veces que Bélgica, es, de todos los pueblos mínimos arrasados y engañados por los grandes en el cataclismo actual, del que menos se habla públicamente en la Europa beligerante y la de los neutrales. Yo creo que hará obra de justicia y propaganda de la verdad, quién dé a conocer, al menos en las naciones neutrales, la significación internacional de Polonia, sus aptitudes de self governements, su cultura y su indomable voluntad de vida independiente.

      Y refiriéndose al cronista de prensa Schneider añadió: «Rompa usted, señor Schneider, una lanza en pro del porvenir de Polonia, pero teniendo “solo” en cuenta su “vivo” e ineludible interés nacional, no los intereses de los imperios centrales o del coloso ruso, que argumentan con la fuerza de sus cañones».

      La aventura de entrevistar a Trotski

      Como corresponsal de Europa del Este para ABC, cubrió otro episodio apasionante, la Revolución rusa de 1917. «Al escribir estas líneas se oyen los primeros cañonazos dirigidos a la roja enorme mole del Palacio de Invierno», anuncia al relatar la sublevación de los bolcheviques y el momento exacto en que los disparos del buque Aurora dan la señal para el asalto a la sede del Gobierno de San Petersburgo. La reportera escribía de lo que acontecía pegada al cristal de la ventana de la casa en la que se alojaba en San Petersburgo para ver a los insurgentes y oír sus cañonazos. En otras ocasiones, su pasión periodística la llevó a correr más riesgos, como cuando se camufló junto al público que protestaba contra el gobierno de Kerenski y los manifestantes recibieron una lluvia de tiros. Crónicas marcadas por la inmediatez que el periódico no publicaría hasta semanas después, pero que el lector leería con la viveza con que fueron escritas.

      El 2 de marzo de 1918 ABC publicaba los pormenores de su entrevista con Trotski, titulada «En el antro de las fieras». Casanova consideraba que era la figura más interesante del grupo revolucionario, denominado entonces «maximalista». La entrevista se realizó una tarde de diciembre de 1917. Cuatro días antes, cuando decidió ir a entrevistarlo al Instituto Smolny, ocultándoselo a su familia, una nevada «densa y callada» caía sobre San Petersburgo. El tono de misterio que imprime a la entrevista sumerge al lector en una aventura novelesca.

      Deseaba y temía ir —por qué no confesarlo— al apartado lugar donde funcionan todas las dependencias del Gobierno Popular. […] Obscuras las calles resbaladizas como vidrios enjabonados y completamente solitarias a aquella hora —cinco de la tarde—, tras muchos tumbos encontramos un iswostchik somnoliento en el pescante del trineo. Extrañado de la dirección que le daba y puesto buen precio a la carrera, atravesamos lobregueces y más lobregueces de barrios extremos, hasta dar en un edificio enorme que sobresale de casucas y callejuelas adyacentes. Entre el portón que da a la calle y el de entrada principal del edificio hay un gran espacio, jardín en otro tiempo donde esperan los automóviles del personal gubernativo.

      La reportera no iba sola. Le acompañaba, como en muchos de sus desplazamientos, su criada Pepa, y juntas entraron en el Palacio Smolny, la sede del Gobierno en la que se encontraba Trotski, ministro de Asuntos Extranjeros.

      Al anunciar que quería entrevistar al comisario Trotski, los soldados que se calentaban fuera en torno a una hoguera les hicieron pasar al interior y, en una sala contigua al vestíbulo, vieron, a modo de recepción, una mesa con dos marineros, tres soldados y dos chicas judías que estaban escribiendo. Les dieron dos papeles timbrados para subir al despacho de Trotski en el tercer piso y la criada gallega, que desconfiaba de aquella «canalla muy armada», no ocultaba el miedo. Llegaron a la puerta, custodiada por la Guardia Roja y, mientras uno de los centinelas le pasaba al líder su tarjeta solicitando la entrevista, se fue la luz para dar más suspense a la espera. La luz