Inmaculada de la Fuente

Inspiración y talento


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se expresó en francés, recordó que había estado en algunas capitales españolas y que conocía a Pablo Iglesias Posse. «Nuestra política es la única que puede hacerse al presente. El mundo está hambriento de paz, y tenemos la esperanza de que se haga no la paz aislada de Rusia, sino la general, la de todos los pueblos combatientes. Ahora mismo acabo de recibir un radiotelegrama de Czernin de conformidad con nuestra iniciativa de armisticio y de gestiones pacifistas. No hemos de detenernos, ni mis compañeros ni yo, en el camino emprendido», declaró. La reportera expresó alguna objeción, pero el político no dijo mucho más. «¿Es simpático Troski?», se preguntó ella en los párrafos finales de la entrevista.

      No es atractivo [...]. Podría pasar por un artista decadente, y, sin embargo, yo creo que tiene un valor irreemplazable en la Rusia actual, y que no son las circunstancias precarias las que dan relieve a una medianía, sino que es la personalidad de este hombre la que se impone a aquéllas con actos de un plan político desconcertante y trascendental.

      Al igual que sucedió con sus textos sobre la Primera Guerra Mundial, Sofía Casanova aprovechó sus fuentes y el material manejado para escribir después varias obras de más aliento sobre Rusia: De la revolución rusa de 1917; La revolución bolchevista. Diario de un testigo y En la Corte de los Zares. Del principio y del fin de un imperio.

      Apoyo a Franco

      Sofía Casanova no vivió la llegada de la Segunda República en España con las expectativas de otras mujeres más jóvenes como María Zambrano. Ni con la alegría de su veterana amiga Carmen de Burgos. A la intermitencia de sus ausencias se unía su distanciamiento del ideario de la República. Por el contrario, tras la sublevación militar de julio de 1936, dio su apoyo a los franquistas. Antes de marcharse a Varsovia, en diciembre de 1938, declaró a La Voz de Galicia que la sublevación traería elementos de desarrollo y esplendor a España. Confiaba en el caudillo, a pesar de su pacifismo. La gran paradoja es que desconfiaba profundamente de los alemanes, aliados y valedores de Franco en la contienda española. Aun así, su anticomunismo era más fuerte. Si en el pasado había defendido sus ideas con brillantez, algunos de sus últimos escritos acabaron teniendo un tufo panfletario.

      Su mundo se derrumbó al iniciarse la Segunda Guerra Mundial. Le tocaba más de cerca y la sufrió en sus propias carnes, al encontrarse de nuevo en el epicentro del desastre. Su querida Polonia, que había conseguido ser un Estado libre tras la Gran Guerra gracias al juego de alianzas y recompensas de las grandes potencias, volvía a convertirse en un bocado apetecible para el expansionismo nazi y soviético. No en vano la invasión alemana de Polonia fue el detonante que forzó a Inglaterra y Francia a declarar la guerra a Hitler.

      Sofía Casanova se acercaba ya a los ochenta años, pero se apresuró a mandar sus primeras crónicas sobre la invasión. Tenía problemas con la vista, pero se esforzaba en escribir con el afán de los viejos reporteros que nunca dejan de serlo. Lo que no se esperaba es que el director de ABC prescindiera de ella. Sus artículos, escritos desde el dolor de quien es testigo y víctima, corrían el riesgo de sufrir mutilaciones: el director del periódico le aclaró que no pensaba publicar nada contra los alemanes. La España franquista, formalmente neutral, respiraba al unísono con la Alemania nazi. No podemos saber si ese veto le hizo comprender que en la España de la victoria no existía libertad de expresión, pero al margen de su interpretación política, la noticia le causó una gran desazón. Se le cerraban las puertas.

      La octogenaria Sofía Casanova compartió con otros polacos los terribles días de septiembre de 1939 y los que sucedieron: el terror, las deportaciones, el hambre como exterminio. Unas vivencias que recogió en El martirio de Polonia, firmado con Miguel Branicki y publicado en 1945:

      Me estremece el grito de la sirena. ¿Dónde van a sembrar la muerte esas «bombas» que se aproximan? Tengo que correr al sótano. Es la consigna del comité de vecinos. Bajo y subo cinco pisos muchas veces desde que amanece hasta que se hace de noche, y esto me rinde. No es posible dormir ni descansar en continuo sobresalto.

      La victoria aliada trajo la paz, pero Polonia volvió a ser repartida entre las potencias vencedoras. Los líderes nacionalistas iniciaban de nuevo un largo camino para recuperar sus fronteras y su condición de Estado. Dentro del tablero de ajedrez mundial, Polonia quedó bajo el paraguas del Pacto de Varsovia y tardaría muchos años —tras diferentes acuerdos con la República Federal alemana primero en 1970, y más tarde, en 1990, con la Alemania reunificada—, en recuperar sus fronteras. Sofía Casanova, prácticamente ciega, sobrevivió hasta 1958, cuando su país de adopción inauguraba un proceso de destalinización y esperanza. Falleció de un cáncer de hígado en casa de su hija Halina, en la zona rusa de Poznan, precisamente donde una mítica protesta obrera había contribuido al deshielo de 1956. El viento atlántico de sus paisajes gallegos quedaba lejos, pero moría en su amada tierra polaca.

      II

      Incisivas. Las políticas de la Segunda República

      3

      Victoria Kent: reformadora de cárceles e icono republicano

      Su rostro serio, casi circunspecto a pesar de su juventud, no impidió que se convirtiera en uno de los personajes más populares de la Segunda República. Una seriedad afable, tranquila, sólida. Su nombre, Victoria Kent, acabó formando parte de la letra de un chotis. Su imagen sobria, sin rastro de coquetería, encerraba cierto empaque. Una veta cosmopolita la acompañó gran parte de su vida, desde su origen malagueño hasta su largo exilio en Nueva York. Su padre, José O’Kean, de origen irlandés, regentaba una sastrería en Málaga y comerciaba con tejidos; su madre, María Siano, era de ascendencia italiana. La familia pertenecía a la burguesía mercantil y residía en el barrio de Lagunillas. La sastrería, situada en la calle Larios permitía a la familia vivir de forma holgada. Los primeros hijos del matrimonio —algunos de ellos sastres como su progenitor— habían sido inscritos al nacer con el apellido O’Kean, pero Victoria (Victoria, Adelaida, Fermina de la Santísima Trinidad era su nombre completo) y su hermana María fueron registradas con el apellido ligeramente modificado, Ken. Es probable que el cambio se debiera a razones prácticas: fonéticamente sonaba casi igual. Con los años, Victoria añadiría una t a su apellido y firmaría Kent. En su árbol genealógico había un bisabuelo marino relacionado con el condado de Kent. Un legado simbólico que ella recuperaría al llamarse, definitivamente, Victoria Kent. Una pirueta lingüística que transformaba sus probadas raíces irlandesas en unas inciertas vinculaciones británicas. En sus papeles privados (depositados en la Beineke Library de la Universidad de Yale) no faltaba un árbol genealógico rastreando el apellido Kent, señal de que apenas quedaba huella en su memoria del olvidado O’Kean paterno.

      Victoria Kent marcó a prueba de fuego su identidad y no solo su apellido. Una labor concienzuda que la llevó a ser la mujer más relevante en el arranque de la Segunda República. Nació en Málaga en 1892 y murió en Nueva York en 1987. Aunque también hay cierta polémica con su edad: a la joven Victoria le gustaba recrear su vida y en algunos documentos firmados ya en Madrid escribe que nació en 1897 (e incluso en 1889), tal vez por motivos académicos o por una sorprendente coquetería. Sus padres tenían ideas liberales, frecuentaban la Sociedad Malagueña de Ciencias Físicas y Naturales, y aceptaron que Victoria, testaruda ya desde niña, estudiara en casa. No le gustaba ir a la escuela ni a los colegios religiosos a los que acudían otras chicas. Aprendió a leer y a escribir con su madre, a la que estaba muy unida, y más tarde tuvo profesores particulares. Le gustaba ir a su aire, pero no le faltaba ambición por el estudio. En 1906 ingresó en la Escuela de Magisterio de Málaga y allí encontró a dos profesoras de ideas feministas que dejaron poso en ella, Suceso Luengo y Teresa Aspiazu. Tras obtener el título de maestra realizó estudios de bachillerato en Madrid y quiso entrar en la Escuela Superior de Magisterio. No lo logró y regresó a Málaga. Pero volvió a Madrid —en una época en que su familia se mudó a Écija y luego a Sevilla— para alojarse en la Residencia de Señoritas y matricularse por libre en Derecho. El padre de Victoria Kent conocía al profesor malagueño Alberto Jiménez Fraud, director de la Residencia de Estudiantes, y eso facilitó que fuera admitida en la de