J.C. Escobedo

Enciclopedia de la mitología


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los movimientos más racionales y las más hábiles estratagemas guerreras. Armó a Heracles, sosteniéndolo en los momentos difíciles y asegurándole la inmortalidad. En tiempo de paz era la protectora de las ciudades y los Estados, y como tal, favorecía la agricultura, las ciencias, las artes y el comercio. Inventó muchos instrumentos útiles, como el arado, el carro y la flauta (que después rechazó porque al tocarla se hinchaban sus mejillas, desfigurando su hermoso rostro), y se la consideraba diosa tutelar de las artes femeninas en general. Era la protectora de tejedoras y bordadoras. Es conocida su rivalidad con la joven Aracne. La benéfica diosa tuvo un culto bastante difundido: se la veneraba en Argos, Corinto, Esparta y Arcadia; también en Beocia, en Tesalia y en la isla de Rodas.

      Pero la verdadera patria de dicho culto fue Atenas y todo el Ática. Cuando Cécrope fundó en Ática una ciudad había que buscarle un nombre. Poseidón y Atenea rivalizaban por patrocinarla. Todos los dioses actuaron como árbitros y decidieron consagrar Ática y dar a la ciudad el nombre de aquel de los dos que hiciese a la humanidad el regalo más útil. Con un golpe de su tridente Poseidón hizo surgir del mar un fogoso caballo, mientras que Atenea, golpeando el suelo con su lanza, hizo brotar un árbol de hojas estrechas y brillantes: el olivo. Gracias a aquel símbolo de la paz venció Atenea y la nueva ciudad llevó su nombre. Los atenienses le dedicaron dos templos: el Erecteón, dedicado a Atenea Políade («protectora de la ciudad»), que se alzaba en el lugar ocupado por el sagrado olivo, regalo de la diosa, y el Partenón, el magnífico templo que Fidias, en la época de Pericles, adornara con maravillosos bajorrelieves. En él se guardaba la estatua de Atenea Parthenos («virgen»), obra del mismo artista, toda de oro y marfil. La diosa aparecía representada con grave aspecto y nobles formas, vistiendo atavíos guerreros. Una rica túnica envolvía su cuerpo; sobre su pecho descansaba la égida, escudo con la cabeza de Medusa, y sobre su cabeza, el yelmo ático, adornado con una testa de esfinge y dos grifos. En su mano derecha, una Victoria. Con la otra mano se apoyaba en un escudo y sostenía la lanza. Fidias esculpió otras dos estatuas, que influyeron de forma decisiva en el arte figurativo posterior referente a la diosa. También estas se alzaban en la Acrópolis. Una, Atenea Promacos (o Centinela), de bronce, reflejaba el aspecto belicoso de la diosa; la otra, Atenea Leminia, representaba el pensamiento pacífico que ilumina a los hombres y los guía por los senderos de la civilización. Durante el tercer año de las Olimpíadas tenían lugar las grandes fiestas Panateneas, en las que participaba toda Ática. Consistían en juegos gimnásticos y atléticos, y en competiciones poéticas y musicales, pero la celebración principal era una gran procesión formada por las elegidas, representantes de todas las tribus áticas, a fin de testimoniar su profunda gratitud a la diosa, dispensadora de todo bien y de toda virtud. Atenea aparecía, pues, como una divinidad protectora de la polis, «ciudad propiamente dicha». Se creía que en Atenea residía la auténtica alma de la ciudad, y antiguas leyendas atestiguan las propiedades mágicas de una estatua de la diosa llamada Paladio. Se contaba que en su infancia la diosa se educó en la Cirenaica, a orillas del lago Tritón, donde nació, y que Zeus le dio como compañera de juegos a Palas, la joven hija del dios Tritón, genio del lago. Esta muchacha murió accidentalmente en manos de Atenea. En desagravio, la diosa esculpió una estatua que representaba a Palas, la colocó junto a Zeus, y le rindió honores como a una divinidad. La imagen, llamada Paladio, permaneció durante algún tiempo en el Olimpo, pero luego Zeus la envió a la tierra, cerca de la colina de Tróade, donde Hilo, antepasado de los troyanos, estaba construyendo la ciudad de Troya, para demostrarle su complacencia. La estatua penetró por sí sola en el templo de Atenea, que todavía no estaba terminado, y ocupó precisamente el lugar que le estaba reservado, convirtiéndose en un simulacro de esta. Considerada una efigie milagrosa, fue objeto de un culto especial y se creía que la ciudad sería invencible mientras conservase el ídolo. En efecto, sólo cuando Ulises y Diomedes consiguieron robarla, fue posible conquistar Troya. Más tarde, tras muchas aventuras, el Paladio, o una imagen venerada como tal, acabó siendo custodiada en Roma, en la sagrada capilla de las vestales. También allí se creyó que la salvación de la ciudad dependía de dicha estatua. Los romanos identificaron con Palas Atenea la divinidad itálica Minerva, diosa de la sabiduría y de la inteligencia, en la que prevalecía el carácter de diosa de la paz, protectora de las artes y de las ciencias. La Minerva guerrera fue venerada más tarde por influencia de la divinidad griega. Pompeyo y Augusto le dedicaron dos templos después de haber conseguido sendas victorias, una en Oriente y otra en Accio. En honor de Minerva se celebraron en Roma fiestas en marzo y junio, las Quinquatrus, y se organizaban también juegos de gladiadores. Estaban consagrados a Atenea el olivo, la serpiente, la lechuza y el gallo, y sus atributos eran la égida, la lanza y el yelmo.

      ÁTICA

      La principal región de la Grecia central, entre Beocia, el mar Egeo y Megárida, montañosa y poco fértil, poblada por habitantes de estirpe jónica. Su ciudad principal era Atenas, situada en una llanura junto al mar, en torno a un montículo llamado Acrópolis. Fue siempre el centro intelectual de Grecia, y en ella nacieron los principales literatos y artistas. Estaba adornada con espléndidos monumentos y templos, obras, principalmente, de Fidias y de sus discípulos. En la Acrópolis se encontraban el Partenón, templo de Atenea; los Propileos, pórticos con una larga escalinata; el Erecteón, santuario de Palas Atenea, y otros muchos.

      ATIS

      Joven frigio de excepcional belleza. Rea Cibeles, llamada también la Gran Madre, diosa de la tierra y progenitora de todas las cosas, quiso tenerlo consigo. Al principio este correspondió a su amor y le fue fiel; luego, se encaprichó de la hija de Pesinunte y deseó casarse con ella. La diosa se enojó muchísimo, pero dejó que entre los jóvenes se intercambiaran promesas de eterno amor. Durante el banquete nupcial, se introdujo entre los invitados, sembrando el pánico y la locura. Su antiguo enamorado, Atis, huyó enloquecido a las montañas y se suicidó. La diosa, consternada, ordenó que se celebrase cada año una solemne ceremonia fúnebre en su honor, fijando como fecha el equinoccio de primavera.

      ATLANTE

      Hijo del titán Jápeto y de Clímene, una de las hijas de Océano y Tetis, hermano de Prometeo y Epimeteo. Después de tomar parte en la rebelión de los Titanes que intentaron escalar el Olimpo para destronar a Zeus, fue condenado por este a sostener sobre sus espaldas la bóveda celeste. Vivía en el extremo occidental de la tierra, ante el inmenso jardín de las Hespérides. Allí acudió un día Heracles para coger las manzanas de oro que crecían abundantes en el jardín. Este pidió a Atlante que entrase allí para coger los frutos, ofreciéndose a sostener entretanto el gravoso peso del cielo. Atlante accedió, pero, de regreso con el preciado botín, se negó a continuar con su fatigosa ocupación. Heracles, entonces, acudió a una estratagema. Le rogó que lo sostuviese el tiempo justo para que le construyese un rodete que aliviara su carga. El ingenuo gigante le ayudó y Heracles quedó libre. Versiones más tardías identificaron a Atlante con un rey africano a quien Perseo transformó en una cadena montañosa.

      ATREO

      Hijo de Pélope e Hipodamía, hermano de Tiestes y nieto de Tántalo. Al morir su padre fue rey de Pisa en la Élide. Al casarse con Erope, hija de Euristeo, rey de Argos, añadió también dichos dominios a los suyos propios, después de la muerte de este. Instigado por su madre mató, ayudado por su hermano Tiestes, a su hermanastro Crisipo, por lo que ambos fueron expulsados por Pélope. Atreo se refugió en Micenas, donde reinaba su cuñado Esténelo, a quien sucedió en el trono después de la muerte del hijo de este, Euristeo. Tiestes, celoso del poder alcanzado por su hermano, trató de matarlo por medio de Plístenes, hijo de Atreo, al que había educado como si fuese su propio hijo. Atreo mató a Plístenes, sin darse cuenta de su identidad. Tiestes, por su parte, robó a Atreo el vellocino de oro, regalo de Hermes a Pélope, del cual dependían la fortuna y la prosperidad del reino, seduciendo a la bella Erope. Cuando Atreo descubrió el hurto y el adulterio, juró vengarse, pero Tiestes huyó sin haber podido llevarse consigo a sus hijos, sobre los que recayó la cólera de su hermano. Este fingió perdonarle y lo mandó llamar, acogiéndolo de nuevo en su palacio, pero durante el banquete que debía sellar la paz, Atreo mandó servir a Tiestes los miembros de sus hijos cruelmente degollados. Cuando el incauto padre pidió abrazar a sus hijos, Atreo le mostró en un