corrió a la cocina a preparar té. Sintió a Descartes, el gato, merodeándole por los pies, pero el glotón tenía que esperar. La maestra quería que el encuentro previsto resultara largo y productivo. Ellas juntas debían ayudar a Konstantin.
El timbre sonó y Arkhangelskaia pasó como una tromba por la puerta abierta, se quitó el largo abrigo color cereza y abrazó familiarmente a la pensionada.
– Valentina Ippolitovna, que pasó? Cuénteme! —
Sin poner atención en su aspecto preocupado, Tatiana se veía extraordinaria, como siempre, y mucho menor que sus treinta y siete años. Estaba vestida conservadoramente a la moda: un traje de trabajo de color oscuro neutro, de tiras delgadas, blusa blanca y zapatos bajos del tono de la cartera. El tono castaño de su cabello lograba un buen efecto sobre su ropa de marca. Además, buenos adornos y caros y un perfume bien escogido completaban la elegancia. Su delgada figura sólo era un poquito alterada por un ligero encorvamiento que traía como consecuencia del trabajo escolar en el pupitre.
– Pasa, Tanechka, pasa. Ya preparé el té, el fuerte, con hierbas. —
– No hay tiempo para té ahora, Valentina Ippolitovna. Danin está arrestado. Su madre está muerta. Es horrible! Que pasó entre ellos? Como pudo pasar eso? —
– Entre ellos no pasaba nada fuera de lo corriente, Tanechka, y mucho menos amenazas mortales. —
– Pero lo arrestaron! —
– Es sólo una detención. No te adelantes, vamos a la cocina. Además no puedo estar parada todo el tiempo. Tómate un té, o no te dejo ir. —
Cojeando caminó a la cocina, donde acostumbraba recibir sus huéspedes. Se sentaron a la mesita pequeña que tenía un mantel bordado en casa. El té de jazmín fue servido en tazas delgadas que alguna vez fueron regaladas por Arkhangelskaia, y después del primer sorbo Valentina Ippolitovna, con detalles propios de una profesora de ciencias exactas, le contó los sucesos matinales en el apartamento de los Danin.
– Horrible! – Tatiana sacudía la cabeza y cuando terminó el cuento, preguntó con preocupación: – Y que cree usted? Fue él? —
– Absolutamente no! – Se rebeló la maestra. – Tú conoces a Kostia. —
– Lo conozco muy bien… Cuando está zambullido en sus ideas, no ve ni oye nada. Se puede poner una chaqueta ajena, romper algo, y después no recuerda nada. Y cada año era peor. —
– Pero él no es irascible. —
– Si no se trata de matemáticas. Danin vive en un mundo abstracto, donde los números y las fórmulas pesan más que las relaciones humanas. —
– Eso es el karma de muchos científicos. —
– No diga. Ya tengo quince años trabajando en un instituto de matemáticas y he conocido muchos doctores y académicos. Como Danin ya no hay! Está zambullido en el océano de las matemáticas, se alimenta de él, y los demás sólo esperan que las olas les traigan las sobras de lo que él cree. —
– El ya no trabaja ahí. —
– Por eso me da temor. Ya hace dos años que no lo veo. Como se ve ahora? —
– Como siempre. Flaco, no se cuida. Apartado del mundo. —
– Mira, pues. – Arkhangelskaia saca un cigarrillo delgado de su cartera y, como rogando, mira a Vishnevskaia. – Puedo fumar? —
– Que puedo hacer… – Suspiró la maestra y tomó un cenicero de cerámica que tenía para la ocasión entre los materos con flores.
La joven y enérgica mujer, emitió el chorro de humo, y de una manera elegante golpeó el cigarrillo y se deshizo de la ceniza del cigarrillo.
– En el trabajo dicen, que en los últimos tiempos Danin se ha puesto extraño. – empezó la joven mujer, escogiendo las palabras, pero repentinamente se acercó a la maestra y dijo: – Y algunos dicen que ya se volvió loco. —
– Que significa, se volvió loco? – protestó Valentina Ippolitovna. – Dos veces dos, cinco! – Si el no piensa como los demás, no significa que está demente! —
– Pero que le pasa, según usted? En su mente, ya hizo todas las matemáticas, pero su propia disertación tiene siglos de retraso. Eso lo hacen sólo los “tocados”. —
– En ti hablan resentimientos viejos. Konstantin es un genio matemático, y con eso está dicho todo. —
– Es mejor ser simplemente inteligente. Y práctico. —
– Como tu esposo Félix? —
– Por lo menos, la mitad. —
– Nos distrajimos, Tanechka. – Vishnevskaia sirvió más té.
Arkhangelskaia miró hacia la mesa y sacudió las manos.
– Disculpe Valentina Ippolitovna. Después que me llamó, me apuré y olvidé completamente traer unas galleticas. —
– Primero te llamé al trabajo… —
– Mejor, enseguida, llamar al celular. Yo soy la jefa de contabilidad. No tengo jefes. Usted sabe? De malos matemáticos salen buenos contabilistas., je je. Ahí también hay números, pero sin integrales, ni derivadas. Es verdad que hay otra diferencia. – Tatiana sonrió amargamente. – La contabilidad no da satisfacciones. —
– Te mudaste a la casa nueva? – Como sin querer se interesó Vishnevskaia, pensando en la casa recién construida por Arkhangelskaia.
– Ahora pateo los almacenes. Arreglamos cuentas y puedo pensar en mi misma. Ya trabajo por costumbre y no por necesidad. Me gusta visitar a la gente. Si me quedo en casa, me fastidio. Todos los vecinos tienen cercas, como en Petropavlosk. Nos saludamos a través de los vidrios del automóvil. Si alguien se las echa, ni lo vemos. —
– Piensa Tania, como podemos ayudar a Kostia? – La maestra volvió a la conversación importante. – Él es inocente, para mi es evidente. Discúlpame, pero levantarle la mano a la madre… Además, era maestra de matemáticas, y tú sabes cómo lo emocionaba todo lo relacionado con números. —
– Demasiado lo emocionaba, anormalmente, yo diría. – con énfasis dijo Arkhangelskaia.
– Tanechka, hablas como un fiscal malo. —
– Y necesitamos un buen abogado. Es necesario encontrar uno bueno rápido. —
– Si, se gasta más dinero para que le cambien una condena fuerte por una más suave? La mató porque la amaba! Qué lindo. —
– Que sugiere usted? – Arkhangelskaia comenzó a molestarse. – Yo quiero ayudarlo. Sinceramente. Yo lo amaba.—
Se volvió bruscamente. Buscó en la cartera algo para maquillarse. En sus largos dedos apareció un espejito y una polvera. Para darle tiempo a Tatiana de arreglarse, Valentina Ippolitovna tomó un trapo y lentamente comenzó a limpiar la mesa. – Mira Tania, Tanechka. Tú siempre fuiste muy pragmática, y calculabas quien te era más conveniente. Si eso, ahora, lo llaman amor entonces el mundo cambió fuertemente. Pero efectivamente, tú puedes ayudar a Kostia.-
– Ahora recuerdo un detalle importante. – Dijo, de repente, la maestra e hizo una pausa significativa. Con ese truco, que ya practicaba en la escuela, ella, sin levantar la voz, sacudía hasta los compañeros más soñolientos.
– Cuál? – Tatiana preguntó incrédula, y llevó un nuevo cigarrillo hacia el cenicero.
– Fermat! —
La brasa del cigarrillo tembló y cayeron cenizas a medio camino del cenicero. Y las cejas de Tania se levantaron interrogativamente.
– Cuando se llevaron a Konstantin, el recordó el Teorema de Fermat. —
– Fermat? – Tatiana apagó