el enigmático Teorema de Fermat. Decenas de los más sobresalientes matemáticos se habían dedicado a su demostración. Algunos habían avanzado bastante, obteniendo importantes resultados intermedios. Pero quien obtendrá el honor de ser el primero? Quien correrá la cortina del misterio y mostrará al mundo una demostración armónica y ordenada? Esa demostración deberá ser impecablemente hermosa, Kostia no lo dudaba.
El pasaba página tras página saboreando por anticipado el encuentro con la bella solución. Pero en el último capítulo lo esperaba una cruel decepción. La espera fue infructuosa. El libro no tenía la demostración completa del Gran Teorema. Además, el libro informaba que después de varios siglos nadie había podido encontrar la “demostración realmente admirable” del enigmático Fermat.
Al adolescente le costaba trabajo digerir la paradoja. Como era posible que después de tres siglos y medio que la ciencia había alcanzado tales alturas, haber pasado de los carros de tracción animal a aviones a reacción, la división del átomo, la conquista de la luna, una simple ecuación de tres incógnitas no hubiera sido resuelta. Eso contradice el progreso universal!
Las tareas escolares se apartaron. Con valentía ingenua y entusiasmo infinito Kostia Danin decidió buscar la demostración. Efectivamente él, vencedor de la olimpíada matemática de la ciudad a finales del siglo veinte, no posee menos conocimientos que un aficionado a las matemáticas de la provincia francesa de la edad media. Si las solución del enigma fue posible a un diletante, probablemente también lo será al mejor alumno de la escuela especializada en matemáticas.
Y los matemáticos experimentados? Por qué no tuvieron éxito? Seguramente algo no notaron, decidió Kostia.
El prudente Félix Basilievich también vio el libro. Pero a diferencia de Konstantin lo hojeó sin mucho interés, entendió la idea y enseguida miró el final. Entonces el Teorema de Fermat no estaba demostrado! Lo valoran como el más grande enigma matemático. El primero que encuentre la demostración recibirá la gloria y, un premio en dinero.
Félix razonó. Para el, esto significaba la respuesta a su pregunta: cómo actuar, inteligente o con trucos? El adolescente pragmático, ya hacía tiempo, había reducido casi todos sus problemas de vida a esas dos opciones. Inteligente significaba la búsqueda individual persistente con ayuda de sus conocimientos y deducciones. Y, con trucos, significaba la búsqueda de variantes paralelas, con la ayuda de conocidos disponibles y circunstancias escondidas. Justamente así, con trucos, entró en la olimpíada de la ciudad, cuando se copió de Danin la solución del problema más difícil y obtuvo el tercer lugar. Si, contra el Teorema de Fermat se rompieron dientes generaciones de grandes matemáticos, razonó Félix, gastar sus propias fuerzas en la solución no es aconsejable. Conectarse con el genio de Danin y estar siempre a su lado, para que en el caso de éxito, anotarse como coautor. Eso era mucho más efectivo. Entonces será con trucos, decidió Basilievich.
Sin embargo, empujar a Danin hacia el Teorema de Fermat, no fue necesario. El mismo Konstantin se zambulló en el torbellino de fórmulas como en una Fuente viva después de un vagabundeo agotador. Durante unas buenas tres semanas se enterró en cálculos, faltó a clase frecuentemente, le bajaron sus calificaciones e, inclusive, se despertaba en el medio de la noche para escribir sus notas. Pero todas las soluciones resultaron fallidas.
Después de algunas noches de insomnio el decepcionado alumno de séptimo grado debió reconocer que lo alcanzó la misma triste suerte que a cientos de sobresalientes matemáticos. El Gran Teorema resultó inaccesible. VI lo consoló cariñosamente: quien busca, siempre encuentra. Tienes toda la vida por delante. Kostia se puso melancólico, pero de su meta no se apartó. Cambió el impetuoso ardor por el estudio planificado de los éxitos y errores de sus predecesores.
Tatiana Arkhangelskaia, habiéndose convertido de una muchachita angulosa en una exuberante y coqueta señorita, notó con su sexto sentido femenino el chapoteo intelectual del desgarbado Konstantin. Eso la atraía y utilizó cualquier excusa para estar al lado de él. Cuando al final del octavo grado llegó la noticia que un loco roció ácido y dañó un cuadro de Rembrandt en el Hermitage, ella lo arrastró al museo. “Antes que los psicóticos no destruyan todo, debemos disfrutar esas grandes obras de arte” – bromeó.
En la sala de Rembrandt, Konstantin se detuvo ante el sitio vacío de la pared sobre el cual estaba el cuadro “Danae”, e internamente sonrió. Que fácil era destruir la belleza hecha con las manos. El arte es indefenso en las manos de los vándalos. Las pinturas y esculturas deben ser cuidadosamente protegidas. Su valor se calcula en millones y copias exactas se consiguen por algunas monedas. Si no hay bárbaros, de todas maneras el tiempo despiadado no las repone. Y así, los cuadros y los monumentos de piedra, están sometidos a la destrucción. Los siglos y los elementos destruyen todo. Inclusive las siete maravillas de la humanidad no pueden ser protegidas. La belleza de las producciones artísticas es frágil y no es eterna.
Otra cosa son las elegantes demostraciones matemáticas. Su belleza no palidece con los años, las puedes entender o no, pero no puedes destruirlas. Inclusive si quemas un manuscrito con alguna solución, rigurosos razonamientos lógicos quedan en el cerebro de los matemáticos y todo puede ser reconstruido. Algunos geniecitos pomposos, discutiendo una u otra tendencia del arte, no pueden contradecir la veracidad de la demostración matemática. Una vez demostrada una afirmación matemática ya nunca desaparecerá, ya nadie la torcerá ni contradirá. Perecieron, sin dejar huella, seis de las siete maravillas del mundo, destruidas u olvidadas decenas de miles de producciones artísticas que eran grandes e irrepetibles, pero el teorema de Pitágoras ha sido inmutable durante dos mil quinientos años. Su belleza no se opaca. Todas las nuevas variantes de la demostración no hacen sino embellecerla más.
Tatiana Arkhangelskaia se sorprendió de la reacción de Kostia quien normalmente indiferente al arte. Mucho tiempo estuvo frente al sitio de la pintura ausente. En su rostro se reflejaba la lucha entre la oscura tristeza y la radiante esperanza.
“Vamos a la otra sala. Allá están los adornos de oro —, la muchacha lo halaba con insistencia – es realmente bonito”. Konstantin continuó mirando el sitio en la pared y con resignación la siguió. Su convicción de la superioridad de las matemáticas le dio nuevos argumentos.
El arte es contradictorio, pensó. Esta insuficiencia no la tiene la reina de las ciencias: las matemáticas. Cuando se quiere subrayar el extraordinario valor y belleza de algo lo comparan con joyas. Brillantes, oro, esmeraldas; en todos los siglos los han alabado y se han inclinado ante ellos. Pero las joyas tampoco son eternas. Su belleza también se puede destruir. Ella es monótona y fácilmente se copia. Por eso es estúpido comparar el teorema de Fermat con un brillante en la corona de las matemáticas. Más bien debería decirse que la más grande piedra preciosa es tan bella como la demostración del Teorema de Fermat. Y con que se puede comparar la belleza de los razonamientos matemáticos? Sólo con la luz del Sol y el resplandor de las estrellas.
Pero inclusive la belleza matemática tiene diferentes grados. Si él, alguna vez, logra demostrar el Gran teorema de Fermat, esta demostración se convertirá en el patrón de la belleza en matemáticas.
Con esta convicción Konstantin Danin abandonó una de las más importantes colecciones de obras de arte del mundo.
En los últimos grados y en el primer año de la Universidad el volvía y volvía al teorema de Fermat. Estudió todos los métodos y errores de sus predecesores y se convirtió en experto de la teoría de números. De vez en cuando le parecía que había conseguido la solución correcta, pero siempre lo eludía de manera traicionera. Pierre de Fermat continuaba riéndose de él, al igual que de cientos de genios anteriores.
Ya, el suficientemente experimentado matemático Konstantin Danin comenzó a inclinarse a la idea que no era suficiente con los conocimientos actuales. Era necesario un salto cualitativo para la demostración del Gran Teorema. Se necesitaba desarrollar un, absolutamente, método nuevo o toda una rama de las matemáticas.
10
En su casa, Valentina Ippolitovna esperaba impacientemente a su antigua alumna Tatiana Arkhangelskaia. Aunque se había casado dos veces, la muchacha no se había cambiado el apellido. Eso no significaba nada para