Sergey Baksheev

EL MISTERIO DE LA BELLEZA EXACTA


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eso porque? No tiene sentido! – Se molestó Vishnevskaia. – Konstantin vive aquí y sus huellas van a estar en todos lados.

      El policía sintió la mirada de rabia de la ex maestra, pero mostró dureza.

      – Llévalo a la comisaría. – Le dijo al colega.

      Las esposas cliquearon. Danin, todo el tiempo callado y tenso, mirando al piso, dijo de una manera apenas audible:

      – El Teorema de Fermat… por su causa… —

      Quiso mostrar algo pero el joven policía lo empujó a la salida.

      – Vamos. – murmuró el policía. – Allá vas a hablar paja de teoremas. —

      Konstantin casi pierde el equilibrio. Pero logró acercarse a la maestra. Por un momento sus ojos oscuros brillaron detrás de sus lentes gruesos. Y le dijo:

      – Ahí no estaba todo. —

      – Apúrate! – Groseramente le dijo Alexei Matykin y lo empujó de nuevo.

      Salieron y el experto Barabash tomó su maletín y quiso seguirlos pero se detuvo en la puerta, observó la cerradura y sacó un destornillador.

      Vishnevskaia, incrédula, acompaño con la vista la figura encorvada del mejer alumno y se volvió hacia el oficial superior.

      – No es posible! Yo conozco a Kostia Danin hace treinta años. Él es incapaz de eso. Es inocente. Konstantin sólo piensa en Matemáticas. —

      – En la vida hay de todo, Valentina Ipolitovna. – Strelnikov sintió lástima por la maestra. Como muchos ciudadanos comunes, ella vivía con la convicción de que los asesinos y los delincuentes existían en algún lugar aparte de la gente corriente.

      – Vamos a sentarnos. Ahora vienen de la judicial y, otra vez, necesitarán su testimonio. Después sellaremos el apartamento. —

      – Usted comete un error. No era necesario arrestar a Kostia. —

      – Yo hago mi trabajo. El resto debe hacerlo el investigador. —

      Sentados en la habitación Strelnikov esperó a que la mujer se tranquilizara y le preguntó:

      – Cuál es ese teorema que él mencionó? —

      Con asombro, Valentina Ipolitovna levantó las cejas.

      – De verdad es increíble. Yo no sé dónde está usted. El teorema de Fermat es el teorema más importante no demostrado en las matemáticas. Las mentes más geniales han tratado de demostrarlo durante tres siglos y medio. Usted no lo recuerda? Yo les hablé de él en la escuela después que vimos el teorema de Pitágoras. —

      – Yo recuerdo, que si no hay demostración, es sólo una hipótesis, no un teorema. —

      – Sin embargo, Pierre de Fermat, quién lo enunció afirmó que él conocía la demostración. —

      5

      1637. Toulouse. Francia.

      – …y en base a los argumentos presentados yo concluyo que la culpabilidad del acusado está totalmente demostrada. – El viejo procurador terminó su discurso y cansado e indiferente miró al jurado.

      Pierre de Fermat3, juez principal del Tribunal Soberano del Parlamento de Toulouse, sonrió con condescendencia. Pero ninguno de los presentes notó el leve movimiento de sus labios. Fermat apoyó la barbilla en la palma de su mano y casi cerró los ojos. A su lado parecía que él analizaba las palabras del procurador y gravemente consideraba la suerte del acusado. Sin embargo, si alguien del público hubiera escuchado su voz interior se hubiera horrorizado.

      – Y eso es una demostración? Acaso tus delirios se pueden definir con esa palabra tan sublime? – Mentalmente se dijo el juez sobre las palabras del procurador. – Una hora antes esos mismos argumentos llevaron al abogado defensor a las conclusiones contrarias. – Infelices, que saben ustedes de demostraciones? Sólo en las matemáticas, una vez demostrada una verdad, nadie puede contradecirla. La demostración en matemáticas es absoluta! A ella no la amenaza el tiempo, ni razonamientos cínicos de estúpidos como ustedes. En las matemáticas las leyes no cambian con la aparición de nuevos amos y gobiernos y la verdad no depende de la voluntad de un juez. La inmutabilidad de las demostraciones matemáticas es merecedora de admiración al contrario de su verborrea corrupta.

      Pierre de Fermat bajó las manos y levantó la cabeza. Todos en la sala, en tensión, seguían al actor principal en el proceso y esperaban el fallo. Y el juez, vestido de juez, sólo deseaba quitarse el incómodo manto y estar en su casa, en su mesa de trabajo, donde lo esperaban los interesantísimos problemas de matemáticas.

      – “Ya está bueno de esta tontería” – decidió Fermat y con fuerte y grave voz, emitió la sentencia: Será quemado en la hoguera!

      Recogió sus papeles y, rápido, abandonó la sala. La reacción de los asistentes no le interesó. Al fin y al cabo el mundo no será peor si se elimina un delincuente.

      Después de cenar se encerró en su cabinete. El brillo de su mirada le daba el aspecto de un depredador escondido en los arbustos listo para caer sobre su presa. En su casa sabían que no podían molestar al jefe de la casa en tal estado. Pierre de Fermat se sentó a la mesa y prendió las velas. Dos luces en los candelabros iluminaron el tomo abierto de la “Aritmética” de Diofanto de Alejandría. Los dedos del juez, amorosamente, pasaban las hojas del libro con mil quinientos años de historia.

      En aquellos tiempos los libros y manuscritos se recogían en todo el mundo para la biblioteca de Alejandría. Cada barco que llegaba estaba obligado a entregar los libros a bordo a la biblioteca de la ciudad. El texto se copiaba, la copia se entregaba al dueño y el original se quedaba archivado.

      Con la dedicación laboriosa de griegos educados se formó, a lo largo de siglos, la biblioteca más grande del mundo antiguo.

      El eminente matemático Diofanto4, quien trabajaba en la biblioteca, no sólo reunió todos los logros de aquel tiempo sino que los sistematizó y completó con reglas generales y notaciones. Creó la enciclopedia matemática de trece tomos, la cual ayudó al renacer del interés en las matemáticas en los siglos medios. Los incendios y las guerras destruyeron parte de su trabajo. Sólo se salvaron los primeros seis tomos, los cuales recorrieron un largo camino a través de los países árabes, Constantinopla y el Vaticano, para que en el siglo XVII vieran de nuevo la luz en latín.

      Fermat supo del famoso griego a través de sus curiosidades matemáticas. Como un tributo a la pasión de Diofanto, generaciones posteriores escribieron en su tumba el siguiente epitafio:

      “Esta es la tumba de Diofanto.

      Sólo el sabio te dirá cuántos años vivió.

      Por voluntad de los dioses su niñez ocupó la sexta parte de su vida.

      Y en la mitad de la sexta parte apareció el primer bozo en sus mejillas.

      Pasada una séptima parte con su amada él se casó.

      Con ella y otros cinco años, tuvo su hermoso hijo.

      Cuando alcanzó la mitad de la vida del padre murió de muerte trágica.

      Cuatro años, llorándole, le sobrevivió su padre.

      Hasta ahí llegó su emérita vida”.

      Habiendo resuelto con gusto el rompecabezas de la edad a la cual murió Diofanto, Fermat se dedicó a ordenar sus trabajos. Ese, a quién se dedicara tal epitafio, no podía haber escrito libros aburridos.

      Ahora, en la mesa de Fermat, estaba el segundo tomo de la legendaria Aritmética de Diofanto. Ya hacía dos semanas que había descubierto, entre los ejercicios interesantes, el famoso teorema de Pitágoras. Su solución le había dado una gran satisfacción. En este tiempo Fermat, laboriosamente y con persistencia, ya los había resuelto todos salvo uno. No