documentos, por favor. – Secamente le exigió el policía.
– El pasaporte está ahí en la gaveta. – El confundido Danin señaló a un lado de la mesa.
– Este es Konstantin Iakoblevich Danin, matemático, hijo de Sofía Evceevna. – Lo presentó al policía. – Y este, es el oficial superior Strelnikov. – Bueno, ya se conocieron. —
El policía no compartió el tono amistoso de la pensionada. Ya hojeaba el pasaporte y miraba al extraño matemático. Danin notó el desorden en su escritorio e impulsivamente se lanzó hacia el policía.
– Que pasa aquí? No le permito a nadie tocar mis papeles. A nadie! —
– Ya esto nos incumbe a nosotros. —Cortó el teniente.
– Konstantin, eso estaba así. – Vishnevskaia intercedió. – Los policías no han tocado nada. Algo está mal? —
– Alguien revolvió mis papeles. Mi mamá nunca hace eso. – Nerviosamente los revisó, como si buscara algo. Y de repente rió histéricamente. Las hojas se le cayeron de las manos y volaron al suelo.
– Falta algo? – Con preocupación preguntó Valentina Ipolitovna.
– Sólo tonterías. – El rostro del matemático, lleno de sarcasmo, se volvió al policía. – Que pasa? Que hace usted está aquí?
– En su apartamento sucedió algo triste Konstantin Iakoblevich. Mataron a su madre. —
El oficial de policía se mantuvo atento a la expresión del rostro de Danin. Las primeras emociones pueden decir mucho del sospechoso. Danin como si no comprendiera al oficial volvió su cara a la ex maestra.
– Si, Konstantin, alguien golpeó a Sofía Evseevna en la cabeza. Está muerta.
– Acaso no notó nada cuando entró? – Preguntó el oficial con agudeza.
– Yo? No. – Negó con la cabeza el matemático.
– Extraño. —
– Está en la cocina. – Dijo Vishnevskaia.
La maestra sabía que muchos científicos, cuando se concentran, todo lo hacen de manera mecánica y no notan nada a su alrededor. Danin corrió a la cocina y se encontró con el experto que trabajaba en el cuerpo de la madre.
Éste le hizo una severa señal a Alexei Matykin:
– No dejen entrar a nadie! Ya pisaron suficiente por aquí. —
El joven policía bloqueó el paso con su ancho pecho. Danin se quitó los lentes, se limpió los ojos y regresó a la habitación. El flaco matemático se dejó caer en la silla.
– Debe saber que yo debo hacerle algunas preguntas. – Continuó Strelnikov, con una mirada inquisidora al matemático. El estado en que se encontraba Danin le convenía perfectamente. En este caso es fácil descubrir una mentira. El policía presionó. – Donde estuvo hoy en la última hora y media? —
– En San Petersburgo. – Respondió con voz cansada.
– Eso está claro. Pregunto, donde se encontraba en el lapso – Strelnikov miró su reloj para determinarlo con precisión – de las once y media hasta ahora?
– Paseaba por las calles de San Petersburgo. —
– Salió de la casa al mismo tiempo que Sofía Evseevna? —
– No. Cuando yo salí ella se preparaba para ir al almacén. —
– Supongamos. Para donde fue usted? —
– A casa. —
– Usted tiene una segunda casa? —
– No. Yo salí de casa para volver a ella. —
– La finalidad de su paseo? —
– Cuando uno camina de manera monótona las ideas se ordenan. —
– O sea, salió de manera ociosa. —
– Yo salí a pensar! Que no se entiende? —
– Bien. Quien lo vio durante su paseo? —
– La gente que no sufre de ceguera, con la condición de que yo cayera en su campo de visión y sus ojos estuvieran abiertos. —
– Umjú. Quien puede confirmar sus palabras? —
– Cualquiera, si me recuerda, y puede hablar. —
– Usted pretende burlarse de la investigación? – Se disgustó Strelnikov.
– Yo trato de responder sus preguntas lo más exacto posible. – Tranquilamente contestó Danin.
A la habitación se asomó Simionich. Sus delgados bigotes, los cuales necesitaban cierto cuidado laborioso, reflejaban muy bien su personalidad. El experimentado investigador realizaba su trabajo cuidadosa y minuciosamente.
Simionich evaluó la situación, le hizo una seña a Strelnikov y le susurró algo al oído. Este movió la cabeza con lentitud, como pensando algo y decidió:
– Bien. Ahora tomaremos las huellas digitales, de usted y de usted. – El oficial señaló a Danin y Vishnevskaia.
– Es necesario? – preguntó la ex maestra.
– Esto permitirá responder una cuestión importante. —
– Entonces no me opongo. – aceptó la pensionada.
Mientras el experto imprimía las huellas digitales, el oficial dio una nueva orden.
– Ahora, Valentina Ipolitovna, vamos a determinar, con su ayuda, la exacta posición del cuerpo cuando usted lo descubrió. —
La mujer asintió, apartó el trapo con el cual se limpió los dedos manchados de tinta y fue a la cocina. Sin más preámbulos se dispuso a dirigir al joven oficial con cara de boxeador.
– Voltéela, por favor, cara abajo. Así. Un poco hacia acá. El rostro estaba mirando a la derecha. La mano izquierda encogida, pegada al cuerpo. Por el contrario, la derecha estaba extendida. La palma yacía en el charco entre las flores. Estas rosas se las regalé hace dos semanas, el primero de octubre. Apenas este verano me jubilé. Y todavía algunos alumnos me regalan flores el día del maestro. Yo las compartía con ella. Sofía Evseevna también fue maestra, enseñaba matemáticas en PTU, pero a ella la olvidaron.
Valentina Ipolitovna miró a Strelnikov como reprochándole que él fuera el culpable del olvido de la maestra muerta.
– No se distraiga. – Amablemente le dijo el teniente. – Ponga atención. Ahora está todo como usted lo consiguió? —
La pensionada asintió con seguridad. – Si, exactamente. —
– Y hasta ahora donde estaba puesto el florero? – Se interesó Strelnikov mirando alternativamente a Vishnevskaia y Danin.
– Sobre el refrigerador. – Respondió Valentina Ipolitovna.
– Ajá. Suficientemente alto. O sea que no pudo haberse movido por la caída del cuerpo. – El oficial gritó hacia el corredor. – Simionich, terminaste? —
– Listo. – Respondió Barabash.
– Toma las fotos. —
El experto pidió a todos salir y tomó varias fotos. Cuando terminó, el oficial le preguntó.
– Simionich, que hay de los dedos? —
– En el florero, el cuál es el arma homicida, hay huellas frescas de la mano derecha de este ciudadano. – El experto señaló fríamente a Konstantin Danin.
Una sonrisa de victoria le pasó por la cara a Viktor Strelnikov. Al fin y al cabo no había sido complicado el asunto. Con voz fría como de acero dijo:
– Konstantin