Sergey Baksheev

EL MISTERIO DE LA BELLEZA EXACTA


Скачать книгу

nada. Es justo?

      – No! – gritaron cientos de voces.

      – Quién es el culpable? —

      – Él! —

      – Que se debe hacer? —

      – Que muera! Que muera! —

      La gente, agitando amenazadoramente las antorchas, se acercaba a las paredes del edificio. El ruido de la muchedumbre no dejaba responderle. Pitágoras se dirigió a uno de los estudiantes

      – Abandone el balcón, alumno. Usted sólo los enfurece más. —

      Pitágoras se metió en la habitación. El rufián con túnica y adornos plateados lo siguió con la mirada triunfante.

      – Quién es el que dirige a los locos? – preguntó el matemático.

      – Silón. Hace muchos años usted no lo recibió en la hermandad. Él desarrolló odio hacia usted. —

      – La envidia negra es capaz de convertir un muchacho con mala suerte en un malhechor vengativo. – Sacudió la cabeza con tristeza Pitágoras.

      – Donde está el gobernador? Por qué no viene a nuestra ayuda? —

      – Se fue en la mañana con sus guardias. En el palacio sólo queda la servidumbre. —

      Gritos aislados afuera se fusionaban en un zumbido iracundo de un mar que se levantaba. En el balcón cayó una antorcha prendida. El más joven de los alumnos rápidamente la tiró de nuevo a la calle y volvió con Pitágoras. Sus bellos ojos estaban horrorizados.

      – Están prendiendo las paredes del edificio. – Con miedo informó el joven.

      Con una mirada triste el matemático dijo pensativamente:

      – Lástima que no lo lograré. —

      – Maestro! Nuestra casa se incendia. —

      Pitágoras miró lentamente al asustado joven y con palmadas paternales en el antebrazo le dijo:

      – El pánico es mal consejero, amigo mío. Vamos donde los hermanos. —

      Por la ancha escalera bajó Pitágoras hacia la cómoda sala grande donde lo esperaban más de una veintena de alumnos preocupados. Entre ellos había tanto jóvenes de quijada lampiña como hombres maduros con tupida barba. Por muchos años Pitágoras escogió a los más talentosos y los introdujo al maravilloso y misterioso mundo de los números. Ellos vivieron como hermanos y obtuvieron resultados excelentes pero fueron incapaces de llevar esos conocimientos afuera de la escuela. La belleza descubierta y lo grandioso del mundo matemático lo guardaban como objetos invalorables en el santo altar de la ciencia. Con ayuda de los resultados obtenidos construyeron un modelo del mundo circundante y no quisieron presentar al público un trabajo inconcluso. Sin embargo hoy se destruía ese sistema.

      El matemático se detuvo en el penúltimo escalón. Desde ahí el sería visto y oído mejor.

      – Hermanos – Pitágoras se dirigió a los presentes. – muchos años nos hemos inclinado a su majestad El Número. Y gracias a nuestra perseverancia y paciencia hemos descubierto no pocos y asombrosos misterios. Entre ellos hay grandes, y con los cuales se puede mejorar el mundo que nos rodea. Cuidadosamente los guardamos y sólo los trasmitimos entre nosotros. Muchos envidian nuestros conocimientos. La envidia se traga sus pequeñas almas, nos temen, y por eso nos quieren destruir. Ustedes escuchan como arden las paredes de esta buena casa que siempre nos ha resguardado. Aquí nos ha visitado la iluminación. Aquí construimos una atmósfera donde el mismo aire estaba lleno de números y fórmulas. Los respiramos y nos deleitábamos con ellos. Pero hoy les ordeno que abandonen esta casa para siempre. Traten de salvar nuestros manuscritos, salvarse ustedes mismos y dispersarse por todos los rincones de la gran Grecia. Llegó el momento de compartir nuestros conocimientos con la sociedad. De ahora en adelante Uds. no son alumnos sino maestros. Nuestros éxitos en las matemáticas no deben ser destruidos! —

      Se oyó un murmullo de preocupación en la hermandad.

      – Maestro, con quién se irá Ud. —

      – Ya estoy viejo y me quedo aquí. —

      – Pero Maestro…

      – No tienen tiempo! Apúrense! Dispérsense por la casa y salgan por diferentes ventanas. Alguno de Uds., sin falta, saldrá. – Pitágoras, con un gesto, detuvo los murmullos.

      – Y recuerden mi último gran problema. Aquellos, que queden vivos, deberán hacer los mayores esfuerzos para resolverlo. Si ustedes no lo resuelven, pásenlo a sus estudiantes. Este problema hay que resolverlo. —

      En un rincón de la sala se prendió una cortina, el fuego se extendió a la pared y alcanzó el techo.

      – Ya es hora! Corran! – agitó la mano Pitágoras.

      Esperó, hasta que los alumnos apresurados abandonaron la sala y se dirigió a su habitación en el ala derecha del edificio. El viejo matemático cerró completamente la puerta, tapó la rendija inferior con una cobija y se sentó a la mesa. Le quedaban algunos minutos para dedicarse a su amada actividad. En los últimos días yacía en su mesa de trabajo la fórmula de su más famoso teorema:

      a2 + b2 = y2

      en cualquier triángulo rectángulo la suma de los cuadrados de los catetos es igual al cuadrado de la hipotenusa. Abajo estaban escritos tríos de números enteros que satisfacen la fórmula y a la cabeza de ellos el trío más bello de todos: 3, 4, 5. Estaba también la asombrosa combinación: 99, 4900, 4901. Sus alumnos llamaron a estas combinaciones las triadas pitagóricas. Pitágoras desarrolló un método para hallar tales tríos y demostró que había un conjunto infinito de ellos. Pero en esa ecuación si, simplemente, se cambia el exponente 2 por 3 todo cambia de una manera insondable. El problema se convierte en un problema archicomplicado. En el último año Pitágoras no había podido hallar ni una sola combinación de números enteros positivos que satisficieran la ecuación de tercer grado. Ni sus alumnos más adelantados pudieron enfrentarlo. Un problema que, a primera vista, es muy simple, no se le dio a nadie.

      El gran matemático se hundió en meditaciones. Con gran pasión él quiso encontrar esas misteriosas combinaciones de cifras para completar su vida y disfrutar de una nueva victoria de la razón sobre el mundo secreto de los números.

      La habitación se puso caliente, ya se colaban delgados hilos de humo, pero el sabio sólo se cubrió la boca con un paño delgado, empapado en vino. El siente que la solución está cerca, en el aire. Bajo la presión del fuego chasquea la puerta y las llamas irrumpen en la habitación alcanzando con tentáculos amarillos la mesa y la silla bajo Pitágoras. El matemático se estremeció. Pero no se estremeció de las llamas que ya alcanzaban su ropa, sino de la idea extraordinaria que, como un relámpago iluminó su mente.

      Y si, de repente, él busca algo que no existe? En efecto, los resultados negativos en matemáticas también pueden ser muy valiosos.

      No hay tales números enteros! Precioso resultado!

      Rápidamente escribe rigurosas fórmulas que demuestran su idea. Toma el manuscrito y se dispone a salir de la habitación. Estos nuevos resultados no deben desaparecer, está obligado a salvarlos!

      Se lanza a la puerta pero ahí respira aire muy caliente y entonces se dirige a una ventana. Ya está agarrando el borde, la salvación! Pero, en ese momento, cae una viga encendida sobre su espalda que lo hace caer. Trata de levantarse pero sus piernas no le responden.

      Y entonces Pitágoras se tranquiliza. Cierra los ojos sumido en la alucinante Belleza de su demostración genial. El fuego ya lo toma pero la felicidad que invade su espíritu es mayor que el dolor del cuerpo en llamas.

      El gran matemático muere absolutamente feliz.

      4

      El sorprendido oficial Strelnikov se reprendió a sí mismo. Donde