Sergey Baksheev

EL MISTERIO DE LA BELLEZA EXACTA


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Supongamos que fue así. —

      – Como que supongamos? No me cree? – La mujer canosa se molestó. Sus pequeños ojos grises se clavaron inquisidoramente en Strelnikov.

      El oficial superior ignoró esa reacción. Ya es tiempo de ponerla en su sitio, decidió. No es infrecuente que el primer testigo sea el asesino.

      – Como pudo haber notado la herida en la cabeza si la occisa tenía puesta la boina? – preguntó con voz capciosa.

      – Es muy bueno que usted ponga esa atención. – Reaccionó tranquilamente la mujer aguantando la mirada fría del teniente. – Efectivamente Sofía tenía puesta la boina. Cuando yo la volteé y le agarré la cabeza para ponerla más cómoda noté con los dedos el cabello mojado en sangre.

      – O sea, en el momento que usted la vio estaba boca abajo. —

      – Sí. Cuando quiera le muestro como se veía. —

      – Más tarde. – De nuevo extrañándose de la tranquilidad de la anciana testigo.

      Observó lo simple del mobiliario del apartamento y pensó. – Aquí no hay nada que robar, hasta el monedero, está ahí. Crimen doméstico? Hasta puede ser. Aunque señas de borrachera no hay. Pero ya ha sucedido, a consecuencia de la resaca y por estupidez, matan, en sentido propio y figurado.

      Strelnikov, de nuevo, se dirigió a Vishnevskaia.

      – Dígame, quién más vive en el apartamento? —

      – El hijo de Sofía Evseevna, Konstantin. —

      – Ajá. Y a que se dedica? —

      – Viktor Strelnikov, usted es el detective. Adivínelo usted! – Las palabras sonaron duras, como una llamada de atención.

      El oficial superior se cortó. Se sintió, literalmente, en un examen. Ni siquiera pensó en hacerle un desaire a la dama. De nuevo recorrió con la vista la habitación.

      Por todas partes se veían cosas sin valor, la ventana desvencijada, la vieja lámpara de mesa y en la cocina goteaba una llave. No parecía que aquí viviera un trabajador manual. Pero los innumerables libros y revistas científicas decían que vivía algún “nerd” científico con lentes que ni televisor necesitaba. Siempre metido en sus papeles y ni siquiera se preocupaba de limpiar bajo el escritorio. – Ya vamos a determinar su profesión. – pensó.

      Strelnikov se detuvo ante el retrato de un barbudo sobre el estante. Debía ser un escritor o un científico. Pero no era ni Einstein, con su lengua afuera, y a Hemingway no se parecía. A estos últimos el teniente los conocía bien. A la intelectualidad de Piter en la época de sus padres le gustaba colgarlos en la pared. También científicos y escritores, al igual que estrellas, de cine y del deporte, de acuerdo a la moda. Pero llegó el tiempo del caos global, en pensamientos y acciones. Ahora las mentes están dirigidas por las bolsas financieras y los “talkshows” televisivos.

      A su espalda chirrió la silla. La testigo se había levantado.

      – No reconoce, Viktor Strelnikov? —

      Con asombro se volvió. La mujer lo miraba con ironía. Qué quiso decir con la pregunta? A quién no reconoce? Al barbudo del retrato? La profesión del habitante del apartamento? Puede ser que a ella?

      – Y yo, cuando escuché su apellido, lo miré, y enseguida lo recordé. Como está usted, Viktor? —

      La mujer intencionalmente caminó por la habitación, cojeando del pie izquierdo, y ahí, a la memoria del policía, se le vino como un chispazo, una clase escolar.

      – Vishnevskaia. Profesora de matemáticas. – balbució él confusamente.

      – Como dos por dos es cuatro! Esa misma, Valentina Ipolitovna Vishnevskaia. – confirmó le valiente mujer, que nunca se avergonzó de su cojera, ni de sus canas. Hizo una pausa y con condescendencia señaló el retrato. – Y este es Pitágoras. El gran matemático del mundo antiguo. —

      – Yo les conté acerca de el en la escuela. Recuerda? —

      3

      510 años antes de Cristo. Crotona. Antigua Grecia

      El rugido de la muchedumbre bajo las ventanas se hacía más amenazador. Pitágoras2 abarcó con la mirada el rostro preocupado de algunos alumnos. Se alisó la barba blanquecina por las canas y, conservando la dignidad, salió al balcón. Abajo, decenas de antorchas, temblorosas en manos inseguras, peleaban contra la densa oscuridad de la noche. Toda la plaza de la famosa escuela de matemáticas estaba llena de una turba enfurecida. La gran casa, en la cual vivía Pitágoras con sus mejores alumnos, y también el palacio del gobernante de la ciudad de Crotona, estaban rodeados por el pueblo indignado. Se habían colocado barricadas en el interior de las puertas del edificio, pero era dudoso que fueran un obstáculo serio para los insurgentes.

      Viendo en el balcón al ciudadano más influyente de la ciudad, por un momento, la turba hizo silencio.

      – Que quieren Uds? – preguntó el matemático.

      De la masa negra, embriagada por el vino, salió una persona obesa en túnica ancha con adornos plateados en los hombros. Entre los dobleces de la túnica se observaba un gran kinyal.

      – Justicia! – gritó el susodicho. – Tu, Pitágoras, y tus alumnos, viven en comodidad, y nosotros trabajamos para Uds. —

      – Uds. viven con lujo y nuestros niños mueren de hambre. Ustedes no saben lo que es trabajar y, nosotros, descansar, solamente en sueños.

      A Pitágoras le pareció esa voz y esa agresividad vagamente conocidas.

      El matemático quiso objetar, pero él estaba acostumbrado a trabajar con cifras exactas y afirmaciones claras, las cuales se necesitaba demostrar o contradecir. Por eso sólo sonrió.

      – Dices disparates. Nosotros también trabajamos. —

      – Ajá! – Se oyeron carcajadas entre la turba – Miren, él trabaja!

      – Muéstranos los callos en tus manos!

      – Nosotros producimos lo más importante. Conocimientos! – Precipitadamente gritó Pitágoras.

      El que dirigía el populacho agarró la palabra en el aire. Las antorchas dejaron ver su rostro distorsionado por la maldad.

      – Uds. convierten sus conocimientos en misterio! Son altivos y se escabullen. Ninguno de nosotros sabe que hacen detrás de esas paredes. Su hermandad se aisló del mundo. Como utilizan los misterios conseguidos? Que ritos realizan? A que dioses veneran? Exigimos respuesta! —

      – Respuesta! Respuesta! – gritó la muchedumbre.

      Cientos de ojos resentidos taladraron a Pitágoras. Se les veía con impaciencia codiciosa, como si vieran manjares a través de una reja.

      – Al número – exhaló el matemático, y viendo, que, no lo escucharon, con pasión gritó.

      – Nosotros veneramos al Número!

      Quiso explicar la grandeza y el poder de la más exacta majestad, pero la muchedumbre lo calló.

      – No hay tal Dios! —

      – Se burla de nosotros! —

      – Aprendió a contar, para robarnos! —

      – Silencio! – Agitó con sus manos el rufián que dirigía. Se sentía que, de toda la chusma reunida, era el único que sabía exactamente que quería.

      – En la última salida de nuestro ejército, con su propia sangre, obtuvieron una dura victoria. —

      – Los ciudadanos los apoyaron con lo que pudieron. Regresaron con un gran botín. Y donde están estas riquezas?

      El maleante, con la mano levantada, se volvió hacia la muchedumbre callada.

      La