Sergey Baksheev

EL MISTERIO DE LA BELLEZA EXACTA


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Escriba. – Arkhangelskaia dictó la dirección y se dirigió a la salida. – Disculpe Valentina Ippolitovna, pero tengo que irme. Las direcciones de Ambartsumov y Fishuk las buscaré en mis papeles. De todas maneras piense en un abogado. Ahorita son necesarios.

      11

      Valentina Ippolitovna verificó el número del apartamento en la hoja con la dirección de Efim Arkadevich Zdanovsky y presionó el botón del timbre. Ella había decidido no posponer la visita a un colega de Danin sospechoso, sobre todo porque no vivía lejos. A ella le parecía que un homicida difícilmente podría esconder sus emociones el mismo día del crimen.

      La puerta fue abierta por un hombre de unos cuarenta y cinco años, de contextura media y con una barba redonda como las que se le forman a los niños que meten la cara en una torta de chocolate. Estaba vestido con un mono deportivo, de esos, que ya no se encuentran en las tiendas hace diez años y miró a la visitante inesperada con desconfianza.

      – Efim Arkadevich? – preguntó sonriendo la maestra y se presentó. – Yo soy Valentina Ippolitovna Vishnevskaia, antigua maestra de Danin. Pasó algo malo con él. Yo quisiera hablar con usted. —

      – Y yo que tengo que ver? —

      – Usted es buen conocido suyo y trabajaron juntos en el mismo lugar muchos años. —

      – Y? —

      – Efim Arkadevich, ni siquiera pregunta que le pasó a Konstantin? —

      Zdanovsky sintió el regaño. Bajó los pequeños ojos oscuros hacia el escalón y estudió por algún momento los zapatos de la visitante.

      – Es obvio. Seguramente se enfermó y necesita dinero para la clínica. – murmuró Zdanovsky, se haló la barba y con la misma actitud que en la frase anterior y como si se sintiera orgulloso de ella, dijo: – Pero yo no tengo dinero, mejor pídale a su exesposa. —

      – Acabo de hablar con ella. Pero Danin no está enfermo, Efim Arkadevich. Está preso. —

      – Qué? – Incrédulo preguntó Zdanovsky. – Danin, preso? —

      Vishnevskaia observó su reacción: “Está actuando?”

      – Me permite pasar? —

      Zdanovsky se apartó con desgano.

      – Bueno… No esperaba visitas. —

      – Fima, quién es? – Se oyó una voz femenina desde la cocina.

      – Es para mí! Del trabajo! – Efim Arkadevich le mostró la puerta de la sala a la maestra. – Pase. Será poco tiempo. —

      El dueño de casa la invitó a sentarse. Era una mesa redonda que estaba en el medio de la sala y se interesó en los manuscritos con fórmulas que había sobre ella. Zdanovsky se apresuró a recogerlos y los puso en el, ya lleno, armario de libros. Era claro que la sala servía también de biblioteca y estudio.

      – Valentina… —

      – Ippolitovna, – dijo Vishnevskaia.

      – Si, si. Valentina Ippolitovna, entonces que pasa con Danin? —

      Ahora, el dueño de casa, quería dar una buena impresión. Inclusive trató de sonreír, pero con una barba demoníaca como esa, la sonrisa era helada. Su postura orgullosa hacía pensar que en sus años juveniles había sido buenmozo, pero insensible y altivo. Ahora el viejo sweater del mono deportivo mostraba que los mejores años de Efim Arkadevich ya habían pasado.

      Valentina Ippolitovna hizo una pausa observando tranquilamente a su interlocutor.

      – Un suceso trágico. Su madre murió. Y arrestaron a Konstantín como sospechoso de asesinato. —

      – Acusan a Danin de homicidio? – Zadanovsky arrugó el rostro, como si le hubieran clavado una aguja. Vishnevskaia, ahora podía contemplar su altivo perfil, pero no vio ninguna expresión en sus ojos.

      – Tonterías. No. Danin es un debilucho. Bueno… hace tiempo no lo veo. —

      – Cuando fue la última vez que se encontraron? —

      – Ya le dije: hace tiempo! —

      – Si? Usted vive muy cerca de su casa. —

      – Bueno, una vez nos tropezamos… No recuerdo cuando. Inclusive hablamos de algo. —

      – Sobre qué? —

      – Que importa? Del tiempo, seguramente. Su vida no me interesa! – Zdanovsky la miró. – Pero usted, realmente, a que vino? —

      – Acusan a Konstantín, injustamente, de un crimen muy feo. Pero él, por supuesto, no es culpable. Nosotros: usted y yo, y todos los que lo conocen, debemos declarar eso a la policía. Danin es un científico excepcional y sólo piensa en matemáticas. Nuestra ciencia no debe perderlo.

      – Nuestra ciencia, – Zdanovsky tuvo una mueca de desprecio y de repente explotó. – No tenemos ninguna ciencia y desde hace tiempo! – Sólo hay intrigantes y burócratas metidos en cubículos académicos. De que ciencia habla usted? Ahora el pensamiento científico solo late en occidente. Aquí, hace tiempo lo enterraron. Mire cuantos premios Nobel de Estados Unidos y Europa Occidental, y aquí cuantos? Una sexta parte de la población compuesta de funcionarios deshonestos, una masa de inteligencia gris sin personalidad y una gran cantidad de borrachos y prostitutas. Solo un puñado de valientes, que antes llamaron disidentes, es capaz de informar sobre esto. Y algunos inconformes, que actúan como jesuitas de la patria podrida, alegóricamente hablando, y se creen los nuevos La Fontaine, son todo el desenfreno de mentes en este país enorme. Y usted me viene a hablar de ciencia. —

      En el proceso de su discurso tempestuoso Zdanovsky se levantó, anduvo por la habitación y movía las manos. Parecía que Vishnevskaia se afincaba en su callo más doloroso. Este era uno de esos labriegos científicos que eternamente se golpean en el mismo sitio, sueñan con una inalcanzable tesis doctoral y convencidos que alrededor todo está mal.

      Inesperadamente Efim Arkadevich se inclinó hacia Valentina Ippolitovna y le susurró:

      – Sólo en la FSB queda gente inteligente. Ellos dirigen el país. Si a ellos antes se le ocurrían “prohibiciones” para la prensa, ahora apoyan la apariencia de la pluralidad de partidos y permiten la publicación de artículos críticos para que los trabajadores piensen que viven en un país libre. Eso es lo que comemos y usted dice: Ciencia! Dónde está? Aquí todo el mundo se olvidó de ella. La ciencia se fue a occidente! – Zdanovsky se sentó pesadamente y con rabia movió la cabeza. – Lástima que no me fui a tiempo. Estaría dando clases en una tranquila universidad norteamericana. Y por las noches me sentaría frente a la chimenea con una taza de té, razonando profundamente acerca de las ventajas del sistema fiscal de los republicanos contra el de los demócratas. O lo contrario, dependiendo de quién estaría en el poder en ese momento. Y cada ocho años cambiarían de lugar. Democracia! —

      – No son todos. Danin es un matemático de Dios. —

      – Y que hizo él? Todos sus trabajos son en coautoría. Es un advenedizo! Cuando vino a nosotros, robó mi idea, pregonó acerca de ella y Basilievich adornó un articulito. Varios años trabajé en el tema y se robó mis resultados! —

      – Konstantín no pudo haber actuado así. Él tiene sus ideas, y son más que suficientes. —

      – Claro. Apenas cambió para la imagen, para que yo no le pusiera la mano encima. —

      Zdanovsky calló. De nuevo sufriendo por una viejo reconcomio. Pasó varios años tratando de resolver un problema complicado, lo cual hubiera sido un trampolín para su carrera científica. Pero el recién egresado de la universidad Danin, jugando, lo resolvió. De este golpe, Efim Arkadevich, como matemático, no se recuperó. En cualquier problema matemático que él se metiera, le parecía, que en la recta final algún juguetón le quitaría su victoria. Y el trabajo no caminaba. Entonces Efim Zdanovsky decidió que tenía