ser un bufón de la corte; su mano gruesa y cálida, era el doble del tamaño que la de Aidan.
Motley entonces se agachó, tomó a Blanco, y lo puso con cuidado en la parte de atrás del carro junto a Aidan. Blanco se acostó con Aidan en el heno poniendo su cabeza en su regazo, con sus ojos medio cerrados por el cansancio y el dolor. Aidan entendía el sentimiento muy bien.
Motley subió también y el conductor hizo sonar su látigo mientras la caravana avanzaba de nuevo, todos ellos vitoreando mientras la música empezaba de nuevo. Era una canción alegre, hombres y mujeres tocaban arpas, flautas y címbalos y, para la sorpresa de Aidan, muchas de las personas bailaban en los carros.
Aidan nunca había visto a un grupo de personas tan feliz en su vida. Había pasado su vida entera en el silencio y penumbra de un fuerte lleno de guerreros, y no estaba seguro de qué pensar de todo esto. ¿Cómo podía alguien ser tan feliz? Su padre siempre le había enseñado que la vida era algo serio. ¿No era todo esto trivial?
Mientras avanzaban por el camino lleno de baches, Blanco se quejaba por el dolor y Aidan acariciaba su cabeza. Motley se acercó y, para la sorpresa de Aidan, se arrodilló junto al perro poniendo una compresa en sus heridas con un ungüento verde. Blanco se calmó lentamente y Aidan se sintió agradecido por su ayuda.
“¿Quién eres?” preguntó Aidan.
“Pues he tenido muchos nombres,” respondió Motley. “El mejor fue ‘actor.’ Después fue ‘pícaro’, ‘bobo,’ ‘bufón’…la lista sigue. Llámame como quieras.”
“Entonces no eres un guerrero,” descubrió Aidan decepcionado.
Motley se echó hacia atrás en carcajadas con lágrimas cayendo por sus mejillas; Aidan no podía entender qué era tan gracioso.
“Guerrero,” repitió Motley sacudiendo su cabeza en asombro. “Ahí tienes algo que nunca he sido llamado. Y es algo que nunca he deseado ser llamado.”
Aidan frunció el ceño sin comprender.
“Yo vengo de un linaje de guerreros,” dijo Aidan con orgullo, sacando el pecho al sentarse a pesar del dolor. “Mi padre es un gran guerrero.”
“Entonces siento pena por ti,” dijo Motley todavía riéndose.
Aidan estaba confundido.
“¿Pena? ¿Por qué?”
“Esa es una sentencia,” Motley respondió.
“¿Una sentencia?” Aidan repitió. “No hay nada más prestigioso en la vida que ser un guerrero. Es todo lo que siempre he soñado.”
“¿Lo es?” preguntó Motley entretenido. “Entonces siento el doble de pena por ti. Yo creo que el tener banquetes y reír y dormir con hermosas mujeres es lo mejor que puede haber; mucho mejor que marchar por el campo deseando poder encajar una espada en el estómago de otro hombre.”
Aidan enrojeció frustrado; nunca había escuchado a un hombre referirse a la batalla de tal manera, y esto lo ofendió. Nunca había conocido a alguien parecido a este hombre.
“¿Dónde está el honor en tu vida?” preguntó Aidan confundido.
“¿Honor?” Motley preguntó pareciendo genuinamente sorprendido. “Esa es una palabra que no había escuchado en años; y es una palabra muy grande para alguien tan joven.” Motley suspiró. “Yo no creo que el honor exista; o al menos nunca lo he visto. Una vez pensé en ser honorable; pero no me llevó a ningún lado. Además, he visto a muchos hombres honorables caer presa de mujeres astutas,” concluyó mientras otros en el carro se rieron.
Aidan miró a su alrededor y miró a las personas bailando y cantando y tomando sin ningún interés, y tuvo sentimientos encontrados sobre continuar con esta gente. Eran hombres amables pero a los que no les interesaba llevar una vida de guerrero, que no eran devotos del valor. Sabía que tenía que mostrarse agradecido, y lo estaba, pero no sabía cómo sentirse sobre el viajar junto con ellos. Ciertamente no eran la clase de hombres con los que su padre se asociaría.
“Viajaré con ustedes,” Aidan dijo finalmente. “Seremos compañeros de viaje. Pero no puedo considerarme a mí mismo tu hermano en armas.”
Los ojos de Motley se abrieron completamente y guardó silencio por unos diez segundos, como si no supiera cómo responder.
Finalmente se echó a reír por un largo rato junto con todos los que estaban a su alrededor. Aidan no entendía a este hombre y no creía que pudiera llegar a hacerlo.
“Creo que voy a disfrutar de tu compañía, muchacho,” dijo Motley finalmente limpiándose las lágrimas. “Sí, creo que la voy a disfrutar bastante.”
CAPÍTULO NUEVE
Duncan, con sus hombres a los lados, marchó por la capital de Andros seguido por los pasos de miles de sus soldados victoriosos, triunfantes, con sus armaduras retumbando mientras pasaban por la ciudad liberada. A cualquier parte a donde iban, se encontraban con los gritos de júbilo de los ciudadanos, hombres y mujeres, viejos y jóvenes, todos vestidos con los elegantes ropajes de la capital y apresurándose hacia las calles de piedra para arrojarles flores y regalos. Todos sostenían con orgullos las banderas de Escalon. Duncan se sintió victorioso al ver las banderas de su tierra ondeando una vez más, al ver a estas personas que pasaron de la opresión a un júbilo de libertad. Era una imagen que nunca olvidaría, una imagen que hacía que todo valiera la pena.
Mientras el sol matutino se posaba sobre la capital, Duncan sintió como si estuviera marchando hacia un sueño. Este era un lugar en el que pensaba nunca volvería a pararse, al menos no en esta vida, y ciertamente no en estas condiciones. Andros, la capital. La gema de la corona de Escalon, lugar de reyes por miles de años, ahora bajo su control. Las guarniciones Pandesianas habían caído. Sus hombres controlaban las puertas; controlaban los caminos; controlaban las calles. Era más de lo que había esperado lograr.
Pero se maravilló al pensar que sólo hace unos días estaba en Volis, con todo Escalon bajo el puño de hierro de Pandesia. Ahora, todo el noroeste de Escalon estaba libre y su mismísima capital, su corazón y alma, estaba libre de la dominación Pandesiana. Por supuesto, Duncan se dio cuenta de que habían conseguido esta victoria gracias a la velocidad y la sorpresa. Fue una victoria brillante, pero también una potencialmente transitoria. Una vez que la noticia llegara al Imperio Pandesiano, vendrían por él; y no sólo con unas cuantas guarniciones, sino con toda la fuerza del mundo. El mundo se llenaría con estampidas de elefantes, el cielo se oscurecería con flechas, el mar se cubriría de naves. Pero esta no era razón para continuar haciendo lo que era justo, para continuar con el deber de un guerrero. Al menos por ahora se estaban defendiendo; al menos por ahora eran libres.
Duncan escuchó un derrumbe y se volteó para ver una inmensa estatua de mármol de El Glorioso Ra, supremo líder de Pandesia, echada abajo con cuerdas por un grupo de ciudadanos. Se hizo pedazos al impactar con el suelo y los hombres vitorearon mientras pisaban los escombros. Más ciudadanos se apresuraron y bajaron las inmensas banderas azul y amarillo de Pandesia, arrancándolas de edificios, paredes y torres.
Duncan no pudo evitar sonreír al recibir la adulación y el sentido de orgullo de estas personas al recuperar su libertad, un sentimiento que entendía muy bien. Miró hacia Kavos y Bramthos, Anvin y Arthfael y Seavig y todos sus hombres, y vio que también estaban radiantes, deleitándose en este día que llegaría a estar escrito en los libros de historia. Era una memoria que llevarían con ellos por el resto de sus vidas.
Todos marcharon por la capital pasando plazas y patios, pasando por calles que Duncan conocía muy bien por todos los años que había pasado aquí. Pasaron por una esquina y el corazón de Duncan se aceleró al voltear hacia arriba y ver el edificio del capitolio de Andros, con su cúpula dorada brillando en el sol, sus inmensas puertas arqueadas doradas tan imponentes como siempre, su fachada de mármol blanco brillante tallada, tal y como lo recordaba, con los escritos antiguos de los filósofos de Escalon. Era uno de los pocos edificios que Pandesia no había tocado, y Duncan sintió orgullo al verlo.
Pero al mismo tiempo sintió un vacío en el estómago; sabía que dentro