Морган Райс

El Peso del Honor


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barcos foráneos llenaban el canal como si todo el mundo se reuniera en este solo lugar.

      “Los acantilados que rodean Escalon son tan altos que mantienen a Escalon impenetrable,” explicó Marco mientras caminaban. “Ur tiene la única playa, el único puerto para las grandes embarcaciones. Escalon tiene otros puertos, pero ninguno tan fácil de acceder. Así que cuando quieren visitarnos, todos vienen aquí,” añadió señalando con la mano mientras veía a todas las personas y los barcos.

      “Es algo bueno y malo a la vez,” continuó. “Esto nos trae comercio desde las cuatro esquinas del reino.”

      “¿Y lo malo?” preguntó Alec mientras se abrían camino entre la multitud de personas y Marco se detenía a comprar un palo de carne.

      “Deja a Ur propensa a un ataque por el mar,” respondió. “Es un punto natural para una invasión.”

      Alec estudió las alturas de la ciudad pasmado, viendo todos los campanarios y sinfín de edificios altos. Nunca había visto nada parecido.

      “¿Y las torres?” preguntó viendo la serie de altas torres cuadradas en la cima de los parapetos, elevándose sobre la ciudad y de frente al mar.

      “Fueron construidas para vigilar el mar,” respondió Marco. “Contra una invasión. Aunque, con la rendición del débil rey, esto no nos sirvió mucho.”

      Alec pensaba.

      “¿Y si no se hubiera rendido?” preguntó Alec. “¿Pudiera Ur haberse defendido de un ataque por el mar?”

      Marco se encogió de hombros.

      “No soy un comandante,” dijo. “Pero sé que tenemos formas. Ciertamente podría defenderse de piratas y saqueadores. Pero una flota es otra historia. Pero en sus mil años de historia, Ur nunca ha caído; y eso es decir algo.”

      Campanas distantes se escucharon en el aire mientras siguieron caminando, mezclándose con el sonido de las gaviotas que volaban y graznaban. Al avanzar por la multitud, Alec sintió que su estómago se retorcía al oler toda clase de comida en el aire. Sus ojos se abrieron al pasar por filas de comerciantes vendiendo diferentes productos. Vio objetos exóticos y delicias que nunca había visto antes, y se maravilló con la vida de esta ciudad cosmopolita. Aquí todo era más rápido y todos tenían prisa, con la gente pasando tan rápido que apenas tenía tiempo de verlas antes de que se fueran. Esto lo hizo darse cuenta de la pequeñez del pueblo del que venía.

      Alec observó a un vendedor que tenía las frutas rojas más grandes que jamás había visto, y metió la mano en el bolsillo para comprar una; cuando sintió que alguien golpeaba su hombro fuertemente desde un costado.

      Se giró para ver a un gran hombre mayor que se elevaba sobre él, con una desarreglada barba negra y frunciendo el ceño. Tenía un rostro extranjero que Alec no pudo reconocer y maldijo en un idioma que Alec no pudo entender. El hombre entonces lo sorprendió empujando a Alec hacia atrás volando hacia un puesto y cayendo sobre la calle.

      “Eso no es necesario,” dijo Marco acerándose y poniendo una mano para detener al hombre.

      Pero Alec, que normalmente era pasivo, tuvo una nueva sensación de rabia. Era un sentimiento no familiar, una rabia que había estado creciendo dentro de él desde la muerte de su familia, una rabia que necesitaba salir. No pudo controlarse. Se puso de pie lanzándose y, con una fuerza que no sabía que tenía, golpeó al hombre en el rostro haciéndolo retroceder y caer sobre otro puesto.

      Alec se quedó pasmado al ver que había derribado a un hombre mucho más grande, mientras que Marco se quedó a su lado igual de impresionado.

      Surgió una conmoción en el mercado mientras los amigos patanes del hombre se acercaban y un grupo de soldados Pandesianos venía corriendo desde el otro lado de la plaza. Marco observó en pánico y Alec supo que estaban en una situación precaria.

      “¡Por aquí!” apuró Marco tomando a Alec y jalándolo con rudeza.

      Mientras el patán se ponía de pie y los Pandesianos se acercaban, Alec y Marco corrieron por entre las calles mientras Alec trataba de seguir a su amigo que pasaba por la ciudad que conocía muy bien, tomando atajos, pasando entre puestos, y girando en callejones. Alec apenas podía mantener el paso con los repentinos zigzags. Pero cuando miró sobre su hombro, vio al gran grupo que se acercaba y sabía que esta sería una pelea que no podrían ganar.

      “¡Aquí!” gritó Marco.

      Alec observó a Marco saltar sobre la orilla del canal y lo siguió sin pensarlo esperando caer sobre el agua.

      Pero se sorprendió al no escuchar el agua y caer en una pequeña saliente de piedra en el fondo, una que no había visto desde arriba. Marco, respirando agitadamente, golpeó cuatro veces en una puerta de madera oculta, construida en la piedra debajo de la calle, y una segunda puerta lateral se abrió y Marco y Alec fueron jalados hacia la oscuridad con la puerta cerrándose detrás de ellos. Antes de que se cerrara, Alec vio a los hombres llegando a la orilla del canal y confundidos al no poder ver nada debajo.

      Alec vio que estaba bajo tierra en un oscuro canal subterráneo, y corrió desconcertado con el agua hasta los tobillos. Dieron vuelta una y otra vez hasta que encontraron la luz del día de nuevo.

      Alec vio que estaban en una gran habitación de piedra debajo de las calles de la ciudad, con luz solar filtrándose desde grietas arriba y miró con asombro que estaba rodeado de varios muchachos de su edad, todos con rostros cubiertos de tierra y sonriendo amigablemente. Todos se detuvieron respirando agitadamente y Marco sonrió y saludo a sus amigos.

      “Marco,” dijeron abrazándolo.

      “Jun, Saro, Bagi,” respondió Marco.

      Todos se acercaron y lo abrazaron sonriendo como si estos hombres fueran todos hermanos. Todos parecían de la misma edad y tan altos como Marco, con hombros anchos, rostros duros y la apariencia de muchachos que habían luchado por sobrevivir todas sus vidas en las calles. También eran muchachos que claramente habían tenido que cuidarse solos.

      Marco hizo que Alec se acercara.

      “Este,” anunció, “es Alec. Ahora es uno de nosotros.”

      Uno de nosotros. Alec disfrutó el sonido de esas palabras. Se sentía bien el pertenecer en algún lugar.

      Todos lo saludaron tomándose los antebrazos y uno de ellos, el más alto, Bagi, sacudió la cabeza y sonrió.

      “¿Así que tú eres el que inició todo ese alboroto?” preguntó con una sonrisa.

      Alec sonrió tímidamente.

      “El tipo me empujó,” dijo Alec.

      Los otros se rieron.

      “Esa es tan buena razón como cualquiera para arriesgar nuestras vidas hoy,” dijo Saro con sinceridad.

      “Ahora estás en una ciudad, pueblerino,” dijo Jun severamente y sin sonreír a diferencia de los otros. “Pudiste hacer que nos mataran a todos. Eso fue estúpido. Aquí a las personas no les importa, empujarte es lo menos que te harán. Mantén la cabeza baja y ve hacia dónde vas. Si chocas con alguien, date la vuelta o encontrarás un puñal en tu espalda. Tuviste suerte esta vez. Esta es Ur. Nunca sabes quién está cruzando la calle y las personas te cortarán por cualquier razón; y a veces sin razón alguna.”

      Sus nuevos amigos de repente se dieron la vuelta y avanzaron en los túneles cavernosos, y Alec se apresuró a alcanzar a Marco que se les unía. Todos parecían conocer muy bien este lugar incluso con poca luz, tomando las curvas con facilidad en las cámaras subterráneas y con agua cayendo y haciendo eco en todos lados. Claramente todos habían crecido aquí. Esto hizo que Alec se sintiera inadecuado al haber crecido en Soli, viendo este lugar tan mundano, a estos muchachos que sabían andar en las calles. Era claro que todos habían sufrido pruebas y dificultades que Alec no podía imaginarse. Eran un grupo duro que claramente había estado en muchas altercaciones y, sobre todo, parecían ser sobrevivientes.

      Después de pasar por una serie de callejones, los muchachos subieron una inclinada escalera metálica y pronto Alec estuvo en la superficie, en la calle,