líder parpadeó confundido.
“¿Qué?” preguntó.
“A mil hombres,” explicó Merk. “Es lo que necesitas para este tatuaje. Y me lo dio el mismísimo Rey Tarnis.”
Todos lo miraban asombrados y un gran silencio cayó sobre el bosque, tan silencioso que Merk podía escuchar a los insectos rondar. Se preguntó qué pasaría ahora.
Uno de ellos empezó a reírse histéricamente—y todos los demás lo siguieron. Se rieron sin parar mientras Merk estaba parado ahí, claramente pensando que era lo más gracioso que habían oído.
“Esa es buena, chico,” dijo uno. “Eres tan bueno mintiendo como siendo monje.”
El líder acercó la daga más a su cuello, lo suficiente para empezar a sacar sangre.
“Dije que me respondas,” repitió el líder. “La verdad. ¿Quieres morir ahora, chico?”
Merk se quedó parado sintiendo el dolor y pensó en la pregunta—en realidad pensó en ella. ¿En verdad quería morir? Era una buena pregunta, mucho más profunda que lo que suponía el ladrón. Mientras pensaba en ello, realmente pensando en ello, se dio cuenta que una parte de él sí quería morir. Estaba cansado de la vida, cansado hasta los huesos.
Pero mientras profundizaba en ello, Merk llegó a la conclusión de que no estaba listo para morir. Todavía no. No hoy. No cuando estaba a punto de empezar de nuevo. No cuando apenas empezaba a disfrutar la vida. Quería una oportunidad de cambiar. Quería la oportunidad de servir en la Torre, de convertirse en un Observador.
“La verdad es que no,” respondió Merk.
Finalmente miró a su captor a los ojos, con una determinación creciendo dentro de él.
“Y debido a eso,” continuó, “Te voy a dar una oportunidad de soltarme antes de que los mate a todos.”
Todos lo miraban en silencio hasta que el líder frunció el ceño y rompió en acción.
Merk sintió la hoja empezando a cortar su garganta y algo dentro de él tomó el control. Era su parte profesional, la que había entrenado toda su vida, la parte de él que ya no podía soportar. Significaba romper su voto; pero esto ya no le importaba.
El viejo Merk apareció tan pronto que era como si en realidad nunca se hubiera ido—y tan sólo en un parpadeó volvió al modo de asesino.
Merk se concentró y vio todos los movimientos de sus enemigos, cada contracción, cada punto de presión, cada vulnerabilidad. El deseo de matarlos lo envolvió como un viejo amigo, y Merk le permitió que tomara el control.
En un movimiento como de rayo, Merk tomó la muñeca del líder, hundió su dedo en un punto de presión, la doblo hasta que llegó a romperse, tomó la daga mientras caía y, en un sólo movimiento, cortó la garganta del hombre de oreja a oreja.
El líder ahora lo miró con una mirada de asombro antes de desplomarse al suelo, muerto.
Merk se volteó y miró a los otros, todos en silencio y con las bocas abiertas impactados.
Ahora era el turno de Merk para reír mientras los observaba, disfrutando de lo que estaba a punto de ocurrir.
“A veces, chicos,” dijo, “simplemente eligen molestar al hombre incorrecto.”
CAPÍTULO CINCO
Kyra estaba en el centro del abarrotado puente sintiendo todos los ojos sobre ella, todos esperando su decisión sobre la suerte del jabalí. Sus mejillas se sonrojaron; no le gustaba ser el centro de atención. Pero amaba a su padre por reconocerla y sintió un gran sentido de orgullo, especialmente por poner esa decisión en sus manos.
Pero al mismo tiempo, también sintió una gran responsabilidad. Sabía que cualquier decisión que tomara decidiría el futuro de su gente. A pesar de su desagrado por los Pandesianos, no quería la responsabilidad de lanzar a su gente hacia una guerra que no podrían ganar. Pero tampoco quería retraerse envalentonando a los Hombres del Señor, deshonrar a su pueblo, hacerlos parecer débiles, especialmente después de que Anvin y los otros ya los habían encarado.
Ella se dio cuenta de la sabiduría de su padre: al poner la decisión en sus manos hizo parecer como que la decisión era de ellos y no de los Hombres del Señor, y tan sólo este acto le daba honra a su gente. También se dio cuenta de que había puesto la decisión en sus manos por una razón: debió darse cuenta de que esta situación requería una tercera voz para que todos mantuvieran su reputación—y la eligió a ella porque era conveniente y porque sabía que no se apresuraría, que sería moderada. Mientras más lo pensaba, más se daba cuenta de por qué la había elegido a ella: No para incitar una guerra—podía haber elegido a Anvin para hacer eso—sino para librarlos de una.
Llegó a una decisión.
“La bestia esta maldita,” dijo despectivamente. “Casi mata a mis hermanos. Viene desde el Bosque de las Espinas y fue muerta en la víspera de Luna de Invierno, día en el que está prohibido cazar. Fue un error el hacer que cruzara nuestras puertas—debió haberse dejado pudrir en las afueras donde pertenece.”
Se volvió burlonamente a los Hombres del Señor.
“Llévenla a su Señor Gobernador,” dijo sonriendo. “Háganos un favor.”
Los Hombres del Señor pasaron su vista de ella hacia la bestia, y sus expresiones cambiaron; ahora parecía como si hubieran mordido algo podrido, como si ya no la quisieran.
Kyra vio que Anvin y los otros la miraban con aprobación, agradecidos—y su padre más que todos. Lo había conseguido—había logrado que su gente mantuviera su reputación librándolos de una guerra—y había lanzado una burla hacia Pandesia al mismo tiempo.
Sus hermanos soltaron al jabalí en el piso e hizo un sonido de golpe al caer en la nieve. Se hicieron hacia atrás humillados, con dolor en sus hombros.
Todos los ojos ahora voltearon hacia los Hombres del Señor que se quedaron de pie sin saber qué hacer. Claramente las palabras de Kyra habían calado profundo; ahora miraban a la bestia como si fuera algo desagradable que había sido arrastrado desde las entrañas de la tierra. Era claro que ya no la querían. Y ahora que era de ellos, parecía que habían perdido todo el interés.
Su comandante, después de un largo y tenso silencio, les hizo una señal a sus hombres para que tomaran la bestia, después se volteó resoplando y se fue visiblemente molesto, como sabiendo que había sido burlado.
La multitud se dispersó, la tensión se fue y hubo un sentimiento de alivio. Muchos de los hombres de su padre se acercaron con aprobación poniendo sus manos en sus hombros.
“Bien hecho,” dijo Anvin mirándola con aprobación. “Serás un buen gobernante algún día.”
Los aldeanos volvieron a sus asuntos, volvió el bullicio y el ajetreo, la tensión se disipó y Kyra se volteó buscando los ojos de su padre. Los encontró mirándola y a tan sólo unos cuantos pies. Delante de sus hombres, siempre era reservado en todo lo relacionado con ella, y esta no fue la excepción—tenía una expresión de indiferencia, pero le dio una pequeña señal con la cabeza que ella sabía era de aprobación.
Kyra volteó y vio a Anvin y Vidar tomando sus lanzas y su corazón se sobresaltó.
“¿Puedo ir con ustedes?” le preguntó a Anvin sabiendo que iban al campo de entrenamiento junto con todos los hombres de su padre.
Anvin miró nervioso hacia su padre sabiendo que no estaría de acuerdo.
“La nieve arrecia,” dijo finalmente Anvin, dudando. “La noche ya cae también.”
“Eso no los detiene a ustedes,” replicó Kyra.
Él le devolvió una sonrisa.
“No, es cierto,” admitió.
Anvin volteó con su padre de nuevo, y ella miró y lo vio negarse con la cabeza antes de darse la vuelta y volver adentro.
Anvin suspiró.
“Están