Морган Райс

El Despertar de los Dragones


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impresionaban a los hombres, movimientos que ninguno de ellos podían entender. El interés por su bastón había crecido, y ella les enseñaba. En la mente de Kyra, su arco y bastón se complementaban el uno al otro siendo igual de necesarios: su arco para combate a larga distancia y el bastón para pelear de cerca.

      Kyra también descubrió que tenía un don que le faltaba a los hombres: era ágil. Era como un pez pequeño en un mar de tiburones lentos, y aunque estos hombres de edad tenían gran poder, Kyra podía bailar alrededor de ellos, podía saltar en el aire, incluso podía saltar por encima de ellos y caer en la tierra con rotación perfecta; o de pie. Y cuando su agilidad se combinaba con su técnica de bastón, se formaba una combinación letal.

      “¿Qué hace ella aquí?” dijo una voz ronca.

      Kyra, de pie en un costado del campo de entrenamiento al lado de Anvin y Vidar, escuchó caballos acercándose y se volteó para ver a Maltren cabalgando y flanqueado por algunos de sus amigos soldados, aún respirando con dificultad mientras sostenía su espada. Él la miró hacia abajo con desdén y ella sintió como se apretaba su estómago. De todos los hombres de su padre, Maltren era el único que no la quería. Por alguna razón la odiaba desde la primera vez que la vio.

      Maltren se sentó en su caballo y hervía; con su nariz chata y feo rostro, era un hombre al que le encantaba odiar, y había encontrado un nuevo blanco en Kyra. Siempre se había opuesto a su presencia aquí, probablemente porque era una chica.

      “Deberías estar en la fortaleza de tu padre, chica,” dijo, “preparando el festín junto con las otras chicas jóvenes e ignorantes.”

      Leo, junto a Kyra, le gruñó a Maltren, y Kyra lo calmó acariciando su cabeza.

      “¿Y por qué se le permite a este lobo estar en nuestros campos?” añadió Maltren.

      Anvin y Vidar le dieron a Maltren una mirada fría y dura poniéndose del lado de Kyra y Kyra mantuvo su lugar sonriendo sabiendo que tenía su protección y que él no podía obligarla a irse.

      “Tal vez deberías regresar al campo de entrenamiento,” dijo ella con voz burlona, “y dejar de preocuparte tanto de lo que haga una niña joven e ignorante.”

      Maltren se enrojeció incapaz de responder. Se dio la vuelta listo para irse pero no sin antes dar un último insulto.

      “Hoy es día de lanzas,” dijo. “Mejor no te entrometas en el camino de hombres verdaderos lanzando armas verdaderas.”

      Se volteó y cabalgó con los otros y mientras lo miraba irse, su felicidad de estar aquí se vio afectada por su presencia.

      Anvin le dio una mirada consoladora y le puso una mano en el hombro.

      “La primera lección de un guerrero,” dijo, “es aprender a vivir con los que te odian. Te guste o no, vas a terminar peleando lado a lado con ellos, dependiendo en ellos por tu vida. Muchas veces tus peores enemigos no vendrán de afuera sino desde adentro.”

      “Y aquellos que no pueden pelear, hablan demasiado,” dijo una voz.

      Kyra miró a Arthfael acercándose, sonriendo, apresurándose a ponerse de su lado como siempre. Igual que Anvin y Vidar, Arthfael, un alto y feroz guerrero de cabeza calva y una larga y rígida barba negra, tenía una debilidad por ella. Era uno de los mejores con la espada y pocos lo igualaban y siempre buscaba defenderla. Su presencia le dio tranquilidad.

      “Sólo es habladuría,” añadió Arthfael. “Si Maltren fuera un mejor guerrero, se preocuparía más de él mismo que de otros.”

      Anvin, Vidar y Arthfael se subieron a sus caballos y se unieron a los otros, y Kyra se quedó viéndolos y pensando. ¿Por qué había odio en algunas personas? Se preguntaba. No sabía si algún día lo entendería.

      Mientras cabalgaban en los campos en anchos circuitos, Kyra se sorprendía al estudiar a los grandes caballos de guerra, deseosa del día en que pudiera tener uno. Vio a los hombres darle la vuelta a los campos junto al muro de piedra, sus caballos derrapando en la nieve. Los hombres tomaron espadas entregadas por los escuderos, y mientras completaban la vuelta las lanzaban a blancos distantes: escudos colgando de ramas. Al impactar se escuchaba un distintivo sonido metálico.

      Ella se dio cuenta de que era más difícil de lo que parecía el lanzar mientras se montaba y más de uno falló, especialmente al apuntar a los blancos más pequeños. De aquellos que impactaban, muy pocos lo hacían en el centro—excepto por Anvin, Vidar, Arthfael y otros más. Se dio cuenta que Maltren falló varias veces, maldiciendo en voz baja y lanzándole miradas como si ella tuviera la culpa.

      Kyra, tratando de mantenerse caliente, sacó su bastón y empezó a darle vueltas en sus manos, sobre su cabeza, dándole muchas vueltas, doblándolo y girándolo como si estuviera vivo. Lanzaba estocadas a enemigos imaginarios, bloqueaba golpes imaginarios, cambiaba de mano, lo pasaba sobre su cuello, por su cintura, casi como si fuera un tercer brazo, su madera bien gastada por años de moldearlo.

      Mientras los hombres circulaban en los campos, Kyra corrió hacia su pequeño campo, una pequeña sección del campo de entrenamiento descuidada por los hombres pero que a ella le gustaba. Pequeñas piezas de armadura colgaban de cuerdas en un conjunto de árboles dispersadas a diferentes alturas, y Kyra corría y pretendía que cada blanco era un oponente golpeando cada uno con su bastón. El aire se llenó con su sonido metálico mientras corría por el bosque, golpeando, esquivando y agachándose mientras le regresaban los golpes. En su mente ella atacaba y defendía de manera gloriosa, conquistando a un ejército de enemigos imaginarios.

      “¿Ya mataste a alguien?” dijo una voz burlona.

      Kyra se volteó y vio a Maltren en su caballo, riéndose burlonamente de ella antes de irse. Ella se enfureció deseando que alguien lo pusiera en su lugar.

      Kyra tomó un descanso al ver a los hombres terminar con las lanzas y desmontar formando un círculo en el centro del claro. Sus escuderos se acercaron con rapidez y les pasaron espadas de entrenamiento de madera hechas de grueso roble, pesando casi como el acero. Kyra se quedó en la periferia emocionada al observar a los hombres enfrentarse uno al otro, deseando más que nada el unírseles.

      Antes de empezar, Anvin se paró en medio y los miró a todos.

      “En este día festivo, entrenamos por un botín especial,” anunció. “¡El vencedor obtendrá la porción selecta del festín!”

      A esto le siguió un grito de emoción mientras los hombres se abalanzaban entre sí con el golpeteo de sus espadas de madera llenando el aire, empujándose mutuamente de ida y vuelta.

      El entrenamiento era marcado por el sonido de un cuerno que sonaba cada vez que un peleador era impactado y enviándolo hacia la banca. El cuerno sonaba con frecuencia y pronto las líneas se volvieron delgadas, con la mayoría de los hombres a los lados observando.

      Kyra se mantuvo al margen con ellos deseando participar, aunque no se le permitía. Aunque hoy era su cumpleaños, ya tenía quince años y se sentía lista. Sintió que era tiempo de abogar por su causa.

      “¡Déjame participar!” le pedía a Anvin que estaba de pie cerca observando.

      Anvin se negó con la cabeza sin quitar los ojos de la acción.

      “¡Hoy cumplo los quince años!” insistió. ¡Permíteme pelear!”

      Él le dio una mirada escéptica.

      “Este es un campo de entrenamiento para hombres,” replicó Maltren de pie en el costado después de perder un punto. “No para niñas pequeñas. Puedes sentarte y observar junto con los escuderos y traernos agua si así te lo pedimos.”

      Kyra se enrojeció.

      “¿Te da tanto miedo ser derrotado por una niña?” respondió ella sintiendo una oleada de ira en su interior. Después de todo, era la hija de su padre, y nadie podía hablarle de esa manera.

      Algunos de los hombres se rieron, y esta vez Maltren se enrojeció.

      “Es un buen punto,” dijo Vidar. “Tal vez deberíamos dejarla entrenar. ¿Qué podemos perder?”

      “¿Entrenar