pensando por bastante tiempo hasta que finalmente suspiró.
“Creo que no hay problema entonces,” dijo. “Por lo menos esto te tendrá en silencio. Mientras estos hombres no tengan objeción,” añadió volteando hacia los soldados.
“¡Hagámoslo!” dijeron al unísono una docena de los hombres de su padre con entusiasmo animándola. Kyra los adoró por ello, más de lo que pudo decir. Se dio cuenta de la admiración que sentían por ella, el mismo cariño que expresaban por su padre. Ella no tenía muchos amigos, y estos hombres eran el mundo para ella.
Maltren se mofó.
“Dejen que la niña haga el ridículo entonces,” dijo. “Puede que aprenda una lección de una vez por todas.”
El cuerno sonó, y mientras otro hombre salía del círculo Kyra se apresuró a entrar.
Kyra sintió como todos los ojos la observaban sin esperarse esto. Se encontró de frente al oponente, un hombre alto y robusto de unos treinta años, un poderoso guerrero al que había conocido desde los días de su padre en la corte. Al haberlo observado, sabía que era un buen peleador—pero también que era confiado, que se abalanzaba en el inicio de las peleas y era descuidado.
Se volteó hacia Anvin frunciendo el ceño.
“¿Qué insulto es este?” preguntó. “No voy a pelear con una niña.”
“Te insultas a ti mismo temiendo el pelear conmigo,” respondió Kyra indignada. “Tengo dos brazos y dos piernas igual que tú. ¡Si no vas a pelear conmigo, entonces acepta la derrota!”
Él parpadeó sorprendido y frunció el ceño de nuevo.
“Muy bien,” dijo. “No vayas corriendo con tu padre después de que pierdas.”
Se abalanzo a toda velocidad como ella sabía que lo haría, levantó la espada de madera en lo alto y la bajó con fuerza apuntando al hombro. Era un movimiento que ella había anticipado, uno que le había visto realizar muchas veces, uno que él mismo anunció con el movimiento de sus brazos. Su espada de madera era potente, pero también era pesada y torpe comparada con su bastón.
Kyra lo observó de cerca esperando hasta el último momento, entonces se hizo a un lado dejando que el golpe cayera con fuerza a su lado. En el mismo movimiento, giró el bastón y lo impactó en el lado de uno de sus hombros.
Gimió mientras se tambaleaba hacia un lado. Se quedó allí, aturdido, molesto por tener que aceptar la derrota.
“¿Alguien más?” preguntó Kyra con una gran sonrisa y volteando a ver al círculo de hombres.
La mayoría de ellos sonreían claramente orgullosos de ella, orgullosos de verla crecer y llegar a este punto. Excepto claro por Maltren quien fruncía el ceño. Parecía como que estaba a punto de desafiarla cuando de repente apareció otro soldado, encarándose con expresión seria. Este hombre era más pequeño y más ancho, con una descuidada barba roja y ojos feroces. Se dio cuenta por la manera en que sostenía su espada de que este era más cuidadoso que su anterior oponente. Ella lo tomó como un cumplido: finalmente empezaban a tomarla en serio.
Atacó y Kyra no entendió por qué, pero por una razón fue muy fácil para ella el saber qué hacer. Era como si su instinto se encendiera y tomara su lugar. Se sintió mucho más ligera y ágil que estos hombres con sus pesadas armaduras y gruesas espadas de madera. Todos estaban peleando con poder y esperaban que sus enemigos los desafiaran y los bloquearan. Sin embargo, Kyra no tenía problema en esquivarlos y se rehusaba a pelear en sus términos. Ellos peleaban con potencia, pero ella con velocidad.
El bastón de Kyra se movía en su mano como si fuera una extensión de ella; lo giraba tan rápido que sus oponentes no tenían tiempo de reaccionar, estaban a mitad de su movimiento cuando ella ya estaba detrás de ellos. Su nuevo oponente tiró una estocada al pecho—pero ella simplemente se movió a un lado y giró su bastón hacia arriba golpeando su muñeca y haciendo que soltara la espada. Entonces atacó con el otro extremo y lo impactó en la cabeza.
El cuerno sonó dándole el punto a ella y él la miró sorprendido tomándose la cabeza con su espada en el suelo. Kyra, examinando su acto, dándose cuenta de que seguía en pie, estaba un poco sorprendida.
Kyra se había convertido en la persona a derrotar, y ahora los hombres, sin volver a dudar, formaban una fila para probar sus habilidades contra ella.
La tormenta de nieve rugía mientras las antorchas alumbraban el crepúsculo y Kyra entrenaba con un hombre tras otro. Ya no sonreían: sus expresiones ahora eran serias, de asombro, y después de molestia al ver que nadie podía tocarla—y todos terminaban derrotados por ella. Contra uno de los hombres saltó sobre él mientras él golpeaba y cayó detrás de él golpeándolo en el hombro; con otro dio vueltas en el piso, cambió de mano el bastón y dio el golpe decisivo, sin que nadie lo esperara, con su mano izquierda. Sus movimientos siempre eran diferentes, parte gimnasta y parte espadachín, así que no podían anticiparla. Los hombres salían del círculo avergonzados, todos sorprendidos por su derrota.
Pronto sólo quedaban algunos hombres. Kyra se paró en medio del círculo respirando agitada buscando a su siguiente oponente. Anvin, Vidar y Arthfael la miraban desde el lado, sonriendo con admiración en sus rostros. Si su padre no estaba allí para verla y estar orgulloso, al menos estos hombres lo hacían.
Kyra derrotó a otro oponente con un golpe detrás de la rodilla y haciendo que sonara el cuerno y, finalmente, sin nadie más presente, Maltren caminó dentro del círculo.
“Juego de niños,” dijo caminando hacia ella. “Puedes girar tu vara de madera. En batalla, no te servirá de nada. Contra una espada de verdad, tu bastón se partiría en dos.”
“¿Eso pasaría?” preguntó ella con valentía y sin miedo, sintiendo la sangre de su padre fluyendo dentro de ella y sabiendo que tenía que enfrentarse a él de una vez por todas, especialmente con todos los hombres viéndola.
“¿Entonces por qué no lo intentamos?” dijo.
Maltren la miró sorprendido, claramente no esperando esa respuesta. Entonces entrecerró los ojos.
“¿Por qué?” respondió él. “¿Para que puedas correr hacia tu padre?”
“No necesito la protección de mi padre, ni la de nadie,” respondió. “Esto es entre tú y yo, sin importar lo que pase.”
Maltren volteó a ver a Anvin claramente incómodo, como si se hubiera metido en un pozo del que no podía salir.
Anvin lo miró también claramente preocupado.
“Aquí entrenamos con espadas de madera,” dijo él. “No permitiré que nadie se lastime durante mi guardia—mucho menos la hija de nuestro comandante.”
Pero Maltren se puso serio de repente.
“La chica quiere armas reales,” dijo con voz firme, “entonces démoselas. Tal vez aprenda una lección de vida.”
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